¿Qué hacer cuándo no hay tiempo?

Por Valedeoro @valedeoro

Suena el despertador y lo primero que piensas es " tengo que levantarme ya que si no, no llego ". Bajo la ducha analizas tu lista de tareas del día con el resultado que ya te sientes atrasada. Quizás deberías cancelar el café con tu amiga hoy, o dejar la clase de yoga para mañana, y aprovechar este tiempo para avanzar lo que se quedó pendiente de ayer. O de anteayer.

El día (o la semana, o el mes) aún no ha arrancado del todo y ya estás agobiada. Tantas exigencias y tan poco tiempo. Entre el trabajo, tus proyectos personales y los ideales de comer sano, dormir lo suficiente, meditar y mejorar tu inglés parece que ya no cabes tú. Por cierto, no te olvides de que además tienes que salir con el perro y que el cambio de armario tampoco podrá esperar eternamente.

Hay un abismo entre planificación y realidad

Teóricamente sabes que las horas de tu día son finitas y que las cosas suelen tardar más de lo que sugiere tu entusiasmo al planificar el día. Eres consciente que habrá imprevistos, aunque aún así te niegas a incluirlas en tu previsión. Además te dejas seducir por la idea de que puedes aprovechar cada segundo del día que tienes por delante, sin descansos, sin momentos de bajón y sin pausa para comer.

Sueles planificar tu día al revés: primero aquellas cosas que deberías hacer para confirmar tu personalidad de persona activa / social / sana / deportiva / poliglota / [...]. Después añades aquellas tareas que te parecen importantes y que has ido dejando para otro día, porque son complicadas o requieren decisiones difíciles. Y finalmente añades todo aquello que tienes que hacer, o porque se acerca una fecha límite o porque caso contrario no tendréis qué comer.

Has convertido la idea de las tres tareas más importantes del día en una lista extensa de actividades sin definir prioridades ni objetivos. Mientras tanto, tu cerebro ve esta lista y decide que ahora es un buen momento para avanzar un nivel en el Candy Crush o el Angry Birds - para tener un objetivo definido.

¿Por qué ignoras la realidad? ¿A quién quieres impresionar?

Llegado la noche te das cuenta que no has conseguido ni hacer mitad de las cosas que tenías previstos para hoy. Así que añades lo que hoy no conseguiste a la lista de mañana, con la esperanza de que haya menos imprevistos, te puedas concentrar mejor o por lo menos que puedas aprovechar algún festivo (o el fin de semana) para recuperar el tiempo.

El resultado: agobio por las mañanas, estrés constante y los fines de semana igual de ocupados que un martes cualquiera. ¿Realmente quieres vivir así? Y si ya estás harta de machacarte a ti misma, ¿por qué sigues en la misma linea?

Conozco la respuesta, porque conozco la situación. Inmersa en tareas y exigencias es fácil olvidar de que existen alternativas, de que no es obligatorio pasar el día corriendo. Siempre habrá temporadas de estrés, pero si esta situación se instala como tu nueva normalidad, es momento de actuar.

Cada tres a seis meses tengo que revalidar mis actividades, porque de alguna manera siempre acabo aceptando más y más obligaciones (reales e imaginarias). No es fácil, porque yo también padezco del síndrome de super-woman que lo quiere hacer todo. Reconocer de que ya no puedo más nunca ha sido fácil, un indicador genial que es algo necesario. Cuando me doy cuenta de que estoy al límite, vuelvo a las preguntas clásicas del minimalismo: ¿Qué es lo que realmente quiero? ¿Cómo puedo simplificar mi día a día para volver a disfrutarlo? ¿Qué es necesario, qué me gusta y qué puedo dejar para otro momento?

Rutinas, obligaciones y objetivos

Cuando tu día a día se ha convertido en una carrera contra el reloj, la primera reacción suele ser: cómo puedo organizarme mejor para que todas aquellas actividades quepan en mi día. Ya te puedo adelantar que no funciona. Por acortar tu meditación matutina de 15 a 10 minutos y tu salida con el perro de 30 a 20 minutos no tendrás 15 min más para terminar tu libro. Lo he probado, con resultados lamentables.

La solución radica en tu nivel de energía y el número de obligaciones que aceptas para cada día. O sea, de alguna forma es importante ahorrar energía mental y además reducir el número de tareas obligatorias. Lo primero lo puedes conseguir a través de rutinas, lo segundo mediante la definición de objetivos.

La solución preferida del cerebro para ahorrar energía son los hábitos. Son actividades automatizadas que no requieren decisiones conscientes ni atención personalizada. Tampoco se cuestionan, porque es lo que se hace y punto. Si tienes tareas que haces todos los días en diferentes horarios, revisa si los puedes agrupar y hacerlos siempre en el mismo momento del día. Por ejemplo, ¿qué cosas las puedes resolver directamente después de levantarte?

Las demás actividades de tu día, las tendrás que revisar una a una respondiendo la siguiente pregunta: ¿Por qué lo hago? ¿Tiene que ser ahora? ¿Qué alternativas existen? Si puedes definir cuál es el objetivo de una actividad será más fácil de definir que tan importante es en realidad.

Algunas actividades son importantes, relevantes y por mucho que las hayas estado postergando, es necesario que te ocupes de ellas cuanto antes. También hay muchas actividades que no son imprescindibles para llegar a tu objetivo: para aprender un idioma puedes estudiar todas las noches, o puedes irte a un curso de inmersión en las vacaciones o recibir estudiantes extranjeros en tu casa, liberando tu hora de estudios. Para lanzar tu página web puedes estudiar programación, o puedes contratar a alguien que te lo haga en mucho menos tiempo.

¿Qué tal si hoy te tomas media hora para revisar que es lo imprescindible y qué realmente ya no hace falta que lo hagas?