Hace un par de años leí Nadie acabará con los libros*, donde Umberto Eco y Jean-Claude Carriere charlan sobre diversos temas relacionados con los libros: el coleccionismo, la evolución de los soportes, la censura a través de la historia, etc.
El último capítulo del libro tiene el explícito título de “¿Qué hacer con nuestra biblioteca cuando morimos?”, y en él los dos polímatas comparten ideas sobre lo que se puede hacer con los libros que dejamos tras de nosotros, y comentan sus planes personales para cuando llegue la hora.
El mes pasado, cuando supe la noticia del fallecimiento de Eco, lo primero que pensé fue: “¿Y qué pasará ahora con sus libros?” Recordaba haber leído que el destino que él tenía previsto para su biblioteca era la donación. Releí el pasaje y en efecto, quería que su familia la donase a una biblioteca pública o la vendiese, completa, en una subasta, a una universidad.
Aparte de esto, dice Eco en el libro que en su testamento dejaría libros determinados a determinados amigos. Y también que tenía montones de ejemplares de sus libros en traducciones a diferentes idiomas y que muchos de ellos los había donado a las cárceles, donde hay presos de toda las nacionalidades. Por su parte, Jean-Claude Carriere habla de la posibilidad de crear una fundación, como forma de que las instituciones oficiales se encarguen de conservar las bibliotecas de personalidades ilustres. Y respecto a sus propias colecciones, dice que quisiera cederlas a museos o bibliotecas especializadas.
Así pues, parece que éstos son los destinos de las grandes bibliotecas cuando sus dueños ya no están para leer mucho: la venta, la subasta, la donación a diferentes entidades, y la creación de fundaciones.
Pero, claro, éstas son las soluciones para las colecciones de postín, para los libros que poseyeron los personajes célebres. A ellos les dejamos las grandes cifras y las soluciones trascendentes, pero ¿qué se hace con los trescientos, los quinientos o los mil doscientos libros que puede tener una persona cualquiera? ¿Dejarlos simplemente atrás, a su suerte, al capricho del azar o a la decisión de unos herederos que quizá no sepan qué hacer con ellos?
En una ocasión conté aquí cómo llegaron a mis manos unos libros cuyos dueños quisieron asegurarse de que fuesen a un lugar donde estuvieran calentitos y a gusto.Y espero que del mismo modo en que yo recibo ahora libros que pertenecieron primero a otras personas, los míos, incluidos estos heredados, vayan a parar algún día a otras manos interesadas.
No me gusta ponerme trascendental, y menos antes de tiempo, pero a veces es inevitable pensar en ciertas cosas e imaginar qué nos gustaría hacer en determinados momentos y circunstancias.Por eso a veces he pensado que a mí me gustaría donar mis libros a las bibliotecas del instituto y la universidad en los que estudié, o a alguna biblioteca pública.Pero antes de enviarlos allí, seleccionaría los más queridos y los regalaría a personas concretas, incluidas algunas de las que pasan por aquí. A veces incluso me entretengo en fantasear con esta idea y trato de decidir qué libros regalaría a cada quien, según lo que sé o creo saber de los gustos, intereses y personalidad de cada uno.
Otras veces, después de hacer este reparto mental, pienso que quizá lo mejor que podría hacer con los restantes sería llevarlos simplemente a alguna librería de segunda mano, pero no para venderlos, sino para donarlos también. Me parece que dejarlos en esas estanterías que dan una segunda oportunidad a los libros y quizá una primera a muchos lectores, es la mejor manera de que los libros sigan su trayectoria natural, que es ser vendidos y comprados, cambiar de manos, recorrer el mundo.
Porque me parece que los libros están con nosotros para cumplir una función: enseñarnos y acompañarnos, darnos consuelo y alegría y procurarnos una clase única de felicidad. Después, al cabo del tiempo, cuando su función con nosotros ya está cumplida, cuando ya no los podemos disfrutar, han de ir a otros sitios, a otras personas. Así es cómo se mantienen vivos y cómo conservan su sentido.Ésa es la naturaleza de todos los libros, aunque se trate de modestas ediciones económicas, fabricadas en serie, y no hayan pertenecido a ningún lector ilustre.
Casa abandonada en Bélgica
* Editorial Lumen, 2010. Traducción de Helena Lozano Miralles