¿Qué podemos aprender de la ira?

Por Monicaserrano


Muchas personas creen que la ira es “mala”, que es una emoción que debe evitarse o suprimirse, que sentir ira es negativo, que la ira sólo trae consigo problemas.

Sin embargo, la mala fama de la ira no se corresponde con la realidad de la razón de ser de esta emoción.

Como toda emoción, la ira posee funciones adaptativas. Las respuestas psicofisiológicas asociadas a la ira nos han permitido sobrevivir y evolucionar como especie.

El enfado, la furia, el malestar que representa la ira, nos mueve a pasar a la acción para eliminar los elementos que obstaculizan que logremos nuestros objetivos, para enfrentarnos o protegernos de los peligros que percibimos o para suprimir acciones de otros que nos ofenden.

La ira es la emoción que nos da el aviso de que algo no va bien, de que (interpretamos que) estamos en peligro, de que se están vulnerando nuestras necesidades, de que el logro de nuestros objetivos se ve amenazado.

La ira nos señala que algo potencialmente dañino está sucediendo y nos moviliza a la acción, nos prepara para ponernos en marcha hacia la eliminación de la fuente de malestar.

Así pues, la ira nos impulsa a reducir el malestar, a actuar para lograr nuestros objetivos, a movilizarnos cuando sentimos que algo no va bien.

Por lo tanto, la ira es una emoción que nos protege (a priori) de que el malestar se perpetúe, nos activa para reducir elementos estresantes y nos mueve hacia el logro de nuestros objetivos o la satisfacción de nuestras necesidades de una manera enérgica.

Si no sintiésemos ira, quizás no nos activaríamos lo suficiente como para reaccionar ante un obstáculo grande, una ofensa o un peligro. Quizás nos mantendríamos en un estado tranquilo que nos dejaría en peligro o no nos permitiría avanzar.

Por ejemplo, si no sintiésemos ira ante una injusticia, quizás no haríamos nada por combatirla. Si no nos enfadase el maltrato de un compañero, tal vez no actuaríamos para enfrentarnos a él. 

Por ello, la ira es una emoción con funciones importantísimas para el ser humano. Sin embargo, la manera en que la gestionamos y la expresamos marca la diferencia en cuanto a las consecuencias (positivas o negativas) de la misma. La potencia de la ira hace que la misma pueda tener consecuencias extremas: muy positivas o muy negativas. 

La ira mal gestionada, expresada con violencia puede llevarnos al fracaso, a la destrucción de relaciones interpersonales, a causar y experimentar mucho dolor, etc.

Sin embargo, la ira, cuando se gestiona asertivamente y de manera no violenta, es una emoción con un enorme potencial transformador y de desarrollo personal.

En situaciones familiares, la ira personal puede ofrecernos una valiosísima información sobre las propias necesidades emocionales, sobre las dinámicas que queremos transformar, sobre las interacciones que debemos cuidar o las situaciones que debemos manejar de otra manera.

El conocimiento del propio patrón de ira y la reflexión sobre las necesidades personales que se ocultan detrás de esta emoción tienen un gran valor para poder aprovechar todo el potencial positivo de la ira. 
Mónica Serrano Muñoz

Psicóloga especializada en Maternidad y Crianza Respetuosa y Crecimiento personal.


Col. Núm. M26931 

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