¿Qué puede más: el egoísmo o la empatía?

Por Benjamín Recacha García @brecacha

¿Es el ser humano bueno por naturaleza? ¿Es más poderosa la empatía o el egoísmo? ¿El ansia de poder o la voluntad de compartir? Viendo cómo está el mundo y haciendo un rápido repaso a la historia de la humanidad parece que las respuestas son evidentes.

El viernes pasamos el día con unos amigos y, tras la comida, surgió un interesante debate en torno a la naturaleza humana. El miembro masculino de la otra pareja defendía que las personas somos egoístas desde que nacemos; que el instinto de supervivencia es más poderoso que cualquier otro y que si tenemos la oportunidad haremos lo que esté en nuestra mano para satisfacer nuestras necesidades independientemente de cuál sea la situación de nuestros semejantes. Además, teniendo en cuenta el entorno social en el que crecemos, esas necesidades van aumentando, de forma que no nos conformamos con ver cubiertas las básicas, sino que siempre queremos más.

Es una visión poco optimista, desde luego, pero en mi opinión se acerca mucho a la realidad. Cuesta argumentar lo contrario teniendo en cuenta, como decía, nuestro bagaje como especie. El miembro femenino de la otra pareja se enfadó bastante con su compañero. Ella, igual que mi señora esposa, tiene una visión infinitamente más edulcorada sobre el ser humano. Ambas defienden que las cosas están cambiando y que llegará un momento (esperemos que no tarde mucho) en que el “bien” reinará sobre la Tierra. Reducido a términos tan simplistas puede resultar un pensamiento ridículo, infantil. No es mi intención burlarme de mi amiga y de mi compañera (más me vale). Ellas están convencidas de que las nuevas generaciones (por Dios, no confundir con los polluelos de gaviota… o aguilucho) desoirán los preceptos del poder y serán capaces de construir una sociedad basada en el respeto, la empatía y la igualdad. “Envidio” su fe en la humanidad y deseo de corazón que tengan razón, pero reitero que echando un ojo a lo que pasa en el mundo tal pensamiento lo más que puede aspirar es a convertirse en el guión de una película de Disney.

En los últimos años están surgiendo líneas de pensamiento filosóficas, religiosas, terapéuticas incluso que van en esa dirección. Incluso a nivel práctico está tomando fuerza un movimiento que plantea cambiar de forma radical los postulados económicos que dirigen y controlan el mundo. Se trata de la economía del bien común, una especie de capitalismo amable que, lejos de pretender el enriquecimiento obsesivo, el crecimiento sin más objetivo que el propio crecimiento, plantea un sistema en el que el objetivo sea el bienestar de la sociedad en su conjunto, evitando la acumulación de riqueza en unos pocos bolsillos, y premiando los comportamientos empresariales respetuosos con el medio ambiente y los derechos humanos, entre otras muchas cuestiones. Capitalismo social podría ser una buena denominación.

Yo no creo que el ser humano sea “malo” por naturaleza, aunque sí opino que hay individuos predispuestos a imponer su voluntad sobre el resto. Sólo así se explica la historia de la humanidad. Si nos fijamos en la naturaleza, la mayoría de seres vivos funciona así: el más fuerte se impone para garantizar la pervivencia de la especie. En el caso de las personas el más fuerte no tiene por qué ser el más poderoso físicamente, sino el que sea capaz de convencer al resto mediante las ideas… o el miedo.

Opino que aunque en una comunidad haya una mayoría de integrantes constructivos, cooperantes y empáticos, si se cuelan unos pocos elementos destructivos lo normal es que la paz desaparezca de esa comunidad. Siempre he pensado que el sistema sociopolítico ideal sería el anarquismo. Lejos de la connotación negativa que la palabra tiene hoy en día, se trata de una ideología que propugna la igualdad de todas las personas y que confía en la capacidad de autogestión del ser humano, cosa que haría innecesaria la existencia de figura de poder alguna. Desgraciadamente, el anarquismo es una utopía porque el ser humano ansía el poder. Cualquier comunidad que se rigiera por ideas anarquistas acabaría fracasando porque irremediablemente acabaría apareciendo quien reclamara el poder y a su alrededor quienes vieran la oportunidad de obtener su cuota.

El otro día, en el primer ‘Salvados’ de la nueva temporada, Arturo Pérez Revete (que no sería mi modelo ideológico a seguir) dijo algo que resulta inquietante porque probablemente sea lo que acabe pasando. Era algo así como que la gente está esperando a que pase la crisis para volver a hacer exactamente lo mismo que hacía antes de quedarse a dos velas. Es decir, volver a comprarse un coche más grande, una tele más grande, una casa más grande, unas vacaciones más lejos… Espero que se equivoque y que hayamos aprendido algo de todo lo que estamos sufriendo.

Quienes dirigen el cotarro confían en que no aprenderemos nada y seguiremos comiendo de la sopaboba. Deberíamos ser muy conscientes de que nada volverá a ser igual. De que con las actuales reglas del juego tendrán que pasar décadas para que la mayoría de la sociedad pueda pensar en comprarse una tele más grande; de que seguirán apareciendo individuos oportunistas que se arrimarán al ascua del poder y que harán todo lo posible para que todo siga igual.

Yo creo en la bondad de las personas. Sé que hay gente que se alegra del bien ajeno porque lo compruebo a diario. Sé que la empatía es un sentimiento muy poderoso, y el día a día está lleno de ejemplos de personas que dedican su vida o lo que pueden de ella a procurar el bienestar de otras personas. La pena es que una bomba destruye en segundos lo que ha costado décadas construir. A ver quién encuentra la clave para eliminar el poder de las bombas, de quien manda lanzarlas, de quien manda fabricarlas. A ver quién encuentra la clave para evitar que el interés de unos pocos, muy pocos en realidad, se imponga sobre las necesidades, los deseos, las esperanzas de muchos, la abrumadora mayoría en realidad.

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