Un humedal es un tipo de ecosistema terrestre que, ya sea de forma permanente o intermitente según la época del año, se presenta inundado parcial o totalmente por agua. Entre ellos, por tanto, podemos incluir los pantanos, las turberas, las ciénagas, los ríos, los lagos y las lagunas, pero también las marismas de agua salobre o salada, las albuferas, las playas, los arrecifes de coral, los manglares y otras zonas litorales marinas de baja profundidad. Por supuesto, también se consideran como humedales aquellos ecosistemas artificiales íntimamente ligados al agua como los estanques, las salinas o los embalses.
La naturaleza propia de estos ambientes, con un aspecto híbrido entre el ecosistema típicamente terrestre y el acuático hace que tipo de entornos tengan una serie de características particulares, distintas de las que encontramos en cualquier otro ecosistema. Dentro de los humedales, además, puede haber una gran variedad de ecosistemas distintos. En la masa de agua de un lago, por ejemplo, tendríamos tres zonas: las aguas litorales, que es la más cercana a la costa; la zona fótica, que es la parte superficial de agua abierta a la que llega bien la luz solar, y la zona de aguas profundas, donde la luz solar está atenuada.
Además, tenemos también varias zonas en lo que se refiere al suelo, o zona bentónica; la zona bentónica litoral, que se corresponde con la zona de aguas del mismo nombre; el talud, que suele tener una pendiente más o menos acentuada y funciona como transición entre una zona y la siguiente, y la zona bentónica profunda, que se corresponde con el fondo del lago. Y no debemos olvidar la denominada zona epilitoral, que es la orilla terrestre donde la influencia del lago es solo subterránea. Cada parte del lago —o de cualquier otro humedal— está conectada con el resto de partes, pero en cada caso, suceden relaciones ecológicas que son específicas.
Todo ello convierte a los humedales en lugares con una alta importancia ecológica, y no únicamente por su papel en la regulación del ciclo del agua, y en algunos casos, como el de las turberas, por retener grandes cantidades de carbono. Además, y especialmente, por ser muy ricos y diversos en especies, y uno de los tipos de ecosistema más productivos. A tal punto, algunos científicos hablan de los humedales como de supermercados biológicos, por su papel a la hora de soportar complejas relaciones ecológicas y su riqueza. Los restos de plantas que caen al agua forman al degradarse pequeñas partículas de materia orgánica llamadas detritos. Al descomponerse, nutre a algas y plantas acuáticas y alimentan a pequeños peces, insectos acuáticos y otros invertebrados, que encuentran en la vegetación del fondo, refugio y protección. Estos animales a su vez son alimento para peces mayores, reptiles, anfibios, e incluso aves y mamíferos.
Pero no todos los efectos son ecológicos. Se estima que los humedales están entre los ecosistemas que más valor económico proporcionan. Entre las consecuencias de una mala conservación de los humedales se encuentran, por tanto, graves impactos socioeconómicos. Entre ellos destacan la reducción en el acceso al agua dulce para las personas, escasez de alimentos y de energía, inundaciones que pueden causar daños irreparables, y una pérdida de nuestra capacidad de resiliencia al cambio climático.