El color blanco nos venía perfecto, tan solo había de limpiarlo un poco y hacerle una nueva funda más acorde con la decoración actual. Como no queríamos desprendernos de ésta de color salmón, la nueva la hicimos midiendo el diámetro del asiento, y añadiéndole al mismo los centímetros que consideramos necesarios. Dibujamos con compás el círculo sobre el reverso de la tela y recortamos.
Aquí hay que hacer un inciso memorable. La de nosotras que no tiene ni idea de coser, se ha comprado una máquina de idem... Y la otra, que es experta en la materia, ¡le está dando clases de costura!
Este trabajo, como muy sabiamente indicó la maestra a la alumna, no ha sido el más acertado para una principiante, pues remallar, hacer dobladillo y fruncir con un elástico una circunferencia, no es lo más sencillo, precisamente, para comenzar. Sin embargo, ahí estábamos las dos, mano a mano, una dispuesta a aprender y la otra a enseñar, con mucha paciencia.
Había tantos saltos en las puntadas, que parecía que a la tela le habían dado bocados... Así que la profe, para disimular, remató el trabajo con una puntilla.
Pero esta solución fue todo un acierto, pues le dio un toque precioso y muy coqueto a nuestra nueva funda.
Tan redonda y tan bonita, ¿verdad?
Aunque lo próximo que cosa la neófita será un cojín cuadrado y sin curvas, palabrita...
En este rincón hemos ubicado a nuestro banquito y su nueva funda, perfecto para acompañar con una buena charla al que cocine, o tomar un desayuno rápido...
Y con él nos vamos a casa de Marcela Cavaglieri un viernes frugal más. ¿Os venís?