Todos nacemos con un gran potencial de inteligencia, pero necesitamos un entorno que nos estimule para conseguir desarrollarla con éxito. Aunque todavía persisten algunos innatistas, ésta afirmación es generalmente aceptada pero en lo que a España se refiere, no pasa de ser una declaración de intenciones. Cuando nacemos, nuestro primer entorno de interacción resulta ser el familiar, su calidad de estimulación es circunstancial e imprevisible. Con el paso del tiempo, ese reducido entorno se amplia a un marco de interacción social más avanzada pero la auténtica revolución llega cuando ingresamos en una institución educativa. Este entorno es el responsable directo de gran parte de nuestras expectativas en términos de desarrollo de nuestros potenciales de inteligencia. Sin embargo en lo que a este país se refiere, el sistema educativo está más preocupado en garantizar una normalización en términos de conocimiento puro y duro que en el desarrollo adecuado de un potencial general así como en la mediación a la hora de desarrollar éste en términos de inteligencias múltiples. Aunque resulte duro, podemos decir que se ha evolucionado en términos de “gestión educativa”, pero en lo que al “cuore del negocio” se refiere, estamos con en el siglo XVII. Al acabar nuestra estancia en los entornos educativos reglados, se abre ante nosotros una nuevo horizonte que no es otro que el del mundo socio laboral o si se prefiere, la empresa o empresas en las que vayamos a trabajar el resto de nuestra vida activa. Llegados a este punto, una vez más, nuestras expectativas dependen más del azar que de la lógica. Y si hemos de ser sinceros, ni del azar a la vista del porcentaje de empresas que en este país tienen claro que el talento es universal y el conocimiento es un valor estratégico. En definitiva, nuestra vida en lo que a posibilidades de desarrollar todo nuestro potencial de inteligencia se refiere es una auténtica carrera de obstáculos en la que no muchos consiguen llegar a la meta en plenitud de condiciones. En otras palabras, de cada cien bebes que nacen en España, sólo diez o quince de ellos podrán desarrollar gran parte de su potencial y, en consecuencia, serán motores activos de generación de cambio y valor en sus empresas así como agentes sociales activos que contribuyan de forma efectiva al crecimiento y desarrollo de la sociedad. Algunos de ellos serán calificados de genios, portentos, brillantes o ejemplo a seguir en el área de sus inteligencias personales. El resto, desgraciadamente, bastante tendrá con cumplir y poco más aunque siempre quedará el triste consuelo de que muchos de ellos dejarán esta vida sin haber conocido las grandes posibilidades que atesoraban. En pocas palabras, un auténtico despilfarro de talento. Sin embargo, a la hora de buscar posibles culpables a esta situación, aquí todo el mundo se llama andanas y procura delegar la responsabilidad en el inmediatamente anterior. Las empresas se quejan de la falta de visión de la realidad de la universidad o de los centros de formación profesional, éstos achacan todos sus males a la pobre educación recibida en el bachillerato o la secundaria, mientras que los profesores de estos niveles miran de soslayo a los “maestros” y así sucesivamente hasta acabar en la consabida monserga de esos padres irresponsables que todo lo consienten y de todo pasan. Sin embargo, aunque cueste admitirlo, todos, absolutamente todos somos culpables en igual grado de semejante desastre, salvo el niño de tres años que entra por la puerta de una institución educativa. Los profesores y maestros debieran comenzar a pensar porque no son lo que debieran ser, es decir educadores y mediadores, nunca tristes trasmisores de la verdad revelada. Las empresas debieran comenzar a exigir y plantear sus necesidades así como a involucrarse de forma directa en los estadios formativos inmediatamente anteriores y, finalmente, los padres, debiéramos asumir nuestros deberes y reclamar un derecho básico, muy anterior al estado del bienestar que tanto perseguimos y nunca alcanzamos. El derecho que todos tenemos a desarrollar el gran potencial con el que nacemos. ¿Saben en que se parecen un entorno familiar, educativo o profesional? Pues fundamentalmente en que todos deben conocer unas normas, deben ejecutar unas rutinas y deben evitar en la medida de lo posible plantear problemas. Esa es nuestra zona de confort, la insoportable seguridad de lo conocido, sin entrar en su naturaleza o posible justificación. Un confort que no nos impide hablar de las virtudes del talento y el conocimiento, la calidad y la innovación, el emprendimiento y, sobre todo, las personas… Pero, ¿quiénes son las personas?
Todos nacemos con un gran potencial de inteligencia, pero necesitamos un entorno que nos estimule para conseguir desarrollarla con éxito. Aunque todavía persisten algunos innatistas, ésta afirmación es generalmente aceptada pero en lo que a España se refiere, no pasa de ser una declaración de intenciones. Cuando nacemos, nuestro primer entorno de interacción resulta ser el familiar, su calidad de estimulación es circunstancial e imprevisible. Con el paso del tiempo, ese reducido entorno se amplia a un marco de interacción social más avanzada pero la auténtica revolución llega cuando ingresamos en una institución educativa. Este entorno es el responsable directo de gran parte de nuestras expectativas en términos de desarrollo de nuestros potenciales de inteligencia. Sin embargo en lo que a este país se refiere, el sistema educativo está más preocupado en garantizar una normalización en términos de conocimiento puro y duro que en el desarrollo adecuado de un potencial general así como en la mediación a la hora de desarrollar éste en términos de inteligencias múltiples. Aunque resulte duro, podemos decir que se ha evolucionado en términos de “gestión educativa”, pero en lo que al “cuore del negocio” se refiere, estamos con en el siglo XVII. Al acabar nuestra estancia en los entornos educativos reglados, se abre ante nosotros una nuevo horizonte que no es otro que el del mundo socio laboral o si se prefiere, la empresa o empresas en las que vayamos a trabajar el resto de nuestra vida activa. Llegados a este punto, una vez más, nuestras expectativas dependen más del azar que de la lógica. Y si hemos de ser sinceros, ni del azar a la vista del porcentaje de empresas que en este país tienen claro que el talento es universal y el conocimiento es un valor estratégico. En definitiva, nuestra vida en lo que a posibilidades de desarrollar todo nuestro potencial de inteligencia se refiere es una auténtica carrera de obstáculos en la que no muchos consiguen llegar a la meta en plenitud de condiciones. En otras palabras, de cada cien bebes que nacen en España, sólo diez o quince de ellos podrán desarrollar gran parte de su potencial y, en consecuencia, serán motores activos de generación de cambio y valor en sus empresas así como agentes sociales activos que contribuyan de forma efectiva al crecimiento y desarrollo de la sociedad. Algunos de ellos serán calificados de genios, portentos, brillantes o ejemplo a seguir en el área de sus inteligencias personales. El resto, desgraciadamente, bastante tendrá con cumplir y poco más aunque siempre quedará el triste consuelo de que muchos de ellos dejarán esta vida sin haber conocido las grandes posibilidades que atesoraban. En pocas palabras, un auténtico despilfarro de talento. Sin embargo, a la hora de buscar posibles culpables a esta situación, aquí todo el mundo se llama andanas y procura delegar la responsabilidad en el inmediatamente anterior. Las empresas se quejan de la falta de visión de la realidad de la universidad o de los centros de formación profesional, éstos achacan todos sus males a la pobre educación recibida en el bachillerato o la secundaria, mientras que los profesores de estos niveles miran de soslayo a los “maestros” y así sucesivamente hasta acabar en la consabida monserga de esos padres irresponsables que todo lo consienten y de todo pasan. Sin embargo, aunque cueste admitirlo, todos, absolutamente todos somos culpables en igual grado de semejante desastre, salvo el niño de tres años que entra por la puerta de una institución educativa. Los profesores y maestros debieran comenzar a pensar porque no son lo que debieran ser, es decir educadores y mediadores, nunca tristes trasmisores de la verdad revelada. Las empresas debieran comenzar a exigir y plantear sus necesidades así como a involucrarse de forma directa en los estadios formativos inmediatamente anteriores y, finalmente, los padres, debiéramos asumir nuestros deberes y reclamar un derecho básico, muy anterior al estado del bienestar que tanto perseguimos y nunca alcanzamos. El derecho que todos tenemos a desarrollar el gran potencial con el que nacemos. ¿Saben en que se parecen un entorno familiar, educativo o profesional? Pues fundamentalmente en que todos deben conocer unas normas, deben ejecutar unas rutinas y deben evitar en la medida de lo posible plantear problemas. Esa es nuestra zona de confort, la insoportable seguridad de lo conocido, sin entrar en su naturaleza o posible justificación. Un confort que no nos impide hablar de las virtudes del talento y el conocimiento, la calidad y la innovación, el emprendimiento y, sobre todo, las personas… Pero, ¿quiénes son las personas?