A los lejos escucho el campanario tañir. Alguien ha muerto, pero sé que no soy yo. Tengo un nombre, no lo rubrico, quizás sea porque no quiera recordar.
Anoche vi sus ojos en mi pupila, esos labios tersos, pétalos que acarician la boca de mi ausencia, la tersura de sus pliegues en su cuerpo almizclado entre aromas de rocío y el despertar de las azucenas, en una primavera vencida por el recuerdo que da sus frutos en los lustros de la lucidez.
Ella, sin nombre, se refleja en la ausencia de los días, a veces la quiero, la deseo, y otras se evapora en bagatelas de humo.
Hoy más viejo, vencido por los días sin retorno escribo una carta al presente, mañana no sabré coger la pluma, no por ignorancia, no, y perderé la vista en un punto blanco con mi corazón de papel en la mano, sé que es corazón porque se agita con el viento de los recuerdos.
Ahora sé que tuve un padre, una madre y que viví para amar, para amarlos, para amarla a ella, para amar la vida. El vestigio de mis días fueron la esperanza, mis hijos Carlos y Antonia, a ellos les regalo estas palabras desde el allende, pues el hoy me cierra sus puerta.
Declino mi pluma, recuerdo con certeza que fui feliz y ahora no importa que mi memoria se abandone en el olvido. Ajeno al pasar de los días evoco la sonrisa del ayer en mi demencia. Cuando el mundo sea mundo, yo seré cielo.
Extraìda de: Faro de Vigo:Yolanda Abellán Trabazos
Panxón-Nigrán
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