Si Leonardo en el Renacimiento reivindicó e hizo gala de buen artesano, retomando el primitivo sentido de la palabra "arte", como trabajo hecho con las manos, Rafael Herrero tampoco siente reparos en sentirse tan orgulloso y tan digno como el maestro Leonardo al dar, como él, la real importancia que tiene el oficio de pintor anteponiendo, por ahora, a la aventura de trascender a través de sus proyecciones pictóricas.
Por ello ha llegado en su dominio a podernos ofrecer trabajos admirables, valiosos en sí mismos, por el pintor de su realización, sin que importe la banalidad de lo representado, tomando los referentes naturales que le sirven de modelo como meros pretextos para proyectar, no mensajes de sus filosofías propias, sino de la manifestación de sí mismo como dominador de su voluntad a través de su logrado oficio.
Viendo su obra podemos sentir cómo la insulsa cotidianidad de los objetos cobra, una vez pintados por Rafael, un nuevo valor, una singularidad y ennoblecimiento que sólo es real en sus recreaciones de la realidad tangible.
Tomás Llorente Rebollo
Dr. en Bellas Artes