Por otra parte, la valentía de esta obra no es solo de concepción, sino que también se encuentra sumergida en su estilo, en la voz del protagonista y en el músculo estilístico que desarrolla el autor a lo largo del texto, pues acorde o no con su trayectoria anterior, sí que hay que resaltar que esta es una novela escrita por un escritor que se dedica a escribir, y que además, es español. Lo que no es baladí si nos atenemos al cada vez más numeroso intrusismo existente en el panorama editorial español, por lo que cabría decir que el Premio Alfaguara del año 2017 es más una victoria que una rendición. Es verdad que Rendición es una historia sobre la pérdida de identidad del hombre y el desarraigo, pero también es, sin duda, un texto sobre la necesidad de ser otro para de ese modo llegar a ser uno mismo sin más mentiras que las propias y sin otras drogas ni medias verdades que las suministradas por un estado totalitario disfrazado como de bienestar. Aquí es donde la reveladora oscuridad del antihéroe se alza como una daga sobre la verdad impuesta por los otros, ya sean éstos los más cercanos e inocentes, o los poderes establecidos más poderosos. El autor nos habla de la literatura de Coetzee, Cela, Rulfo o de la producción fílmica de Tarkovski a la hora de la deuda inspiradora de esta fábula sobre la necesidad del cambio, el propio y el ajeno, a través de una retro-ficción en forma de futuro que aún no ha sucedido, o habría que preguntarse que quizá sí.
Rendición es una novela valiente, necesaria y con un acopio de literatura de la de toda la vida que arrolla tanto en su forma como en su contenido y, que un lector necesitado de literatura de la verdad, agradecerá, pues son muchas las preguntas que quedan en aire sin responder, a las que cada cual deberá darle, al menos, una vuelta de tuerca para no caer en la transparente falacia del estado del bienestar en clave de fábula y lexatin.
Ángel Silvelo Gabriel.