Rayos de Miqui Otero

Por Masqueudos

Empecé a leer Rayos de Miqui Otero porque lo veía en todos los sitios. Y soy muy curiosa. Tanta recomendación tendría que llevar a algún sitio, estaba segura, y no me he equivocado.

Las primeras veinte páginas sentí que no merecía la pena. “Otro producto de marketing veraniego”. Pero después como por arte de magia, Fidel Centella me atrapó. Y con él Tinet, los padres gallegos, la cleptómana Bárbara y los Rayos.

Ahora siento que Fidel es un poco yo o yo soy un poco Fidel, no lo tengo claro. Su vida tiene algo de los veintitantos de todos, cuando nos debatíamos, inexorablemente, entre “la ternura autocondescendiente de la resaca y la euforia bachatera de la borrachera”, según las palabras de su autor, Miqui Otero. Un crack.

Decía Ray Bradbury “¡la gente corre como si hubiera llegado la tormenta! (…) ¡Llegó! La tormenta somos nosotros!”. Y es que todos tenemos algo de los cuatro protagonistas, de los Rayos, o lo tuvimos al menos con veinte años cuando buscarse la vida era algo así como dejar que la vida nos buscara a nosotros, y celebrar ser encontrados. Bendita tormenta. Maldita a ratos.

Los personajes de Miqui Otero tienen el realismo del vecino de enfrente, tu compañero de pupitre o el primer novio que tuviste. Esconden una nostalgia que impregna todas y cada una de los páginas del libro, pero es una nostalgia loca y divertida, una pena que te cala la ropa pero por dentro no te moja. Es la vida.

Y es que vivir es como jugar al juego de las sillas.

“Cuando pare la música, todos deberemos correr a sentarnos. Podremos hacerlo todos menos uno, el menos espabilado. Cuando pare la música, solo el menos rápido se quedará plantado como un espantapájaros en día de ventolera. Agitará los brazos, clamará justicia, encajará risas. Y luego el juego de las sillas musicales seguirá.” (Miqui Otero)

Publicada por Blackie Boks, 2016.