Rayuela

Por Ragonzalez

"¿Encontraría a la Maga?. Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentrífico."

"Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos"

"... a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamábamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickes de metro".

"Ella sufre en alguna parte. siempre ha sufrido. Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente el Pont des Arts."

"No estábamos enamorados, hacíamos el amor con un virtuosismo desapegado y crítico, pero después caíamos en silencios terribles y la espuma de los vasos de cerveza se iba poniendo como estopa, se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos y sentíamos que eso era el tiempo."

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Viví un año acercándome al mundo a través del vidrio de Rayuela. Buscaba entonces algo indefinido a lo que no podía poner palabras y que se me escapaba entre clases de facultad y cervezas en Bugatti, aquel sitio de Malasaña tan negro y tan luminoso algunas noches de invierno. Cortazar fue un bálsamo. Tenía un mundo, te convencía de que lo mágico podía ocurrir en cualquier momento, de que en el metro viajaban personajes inconcebibles y de que un minuto podía contener una hora porque al tiempo no lo medían exactamente los relojes. Cuando años después fuí a Paris me sentí como en casa porque esa ciudad ya se había convertido para mí en un refugio de los escritores que no escriben novelas pero sueñan con ser escritores y vivir en una buhardilla del barrio latino.

Ví a Cortazar en Madrid, una vez que vino a dar a una conferencia al Centro de la Villa. Era muy alto y parecía todavía joven aunque debía tener muy cerca de 70 años. Me acuerdo que dijo aquello de que muy a menudo las palabras se gastan como la suela de los zapatos, lo que entonces me pareció una frase afortunada. Siempre me ha gustado conocer personalmente a los escritores que admiro, aunque a veces me hayan decepcionado. Pero merece la pena ver a Cortazar hablando de su libro. De pronto está ahí con sus cigarrillos y su cara extraña tratando de tomarse la entrevista en serio...