Hace un par de días hablaba por teléfono con la editora de este blog sobre los regalos de Reyes y las rebajas. Por supuesto, a mí me faltó tiempo para asaltar los establecimientos de mis marcas favoritas el primer día, y hacerme con algún chollito rebajado. El caso es que, entre otras cosas, me compré, tirados de precio, unos leggins vaqueros. Cuando se lo conté, creí que me tendría un mes sin escribir, como castigo por tamaño pecado estilístico.
Tendríais que haberla oído:
La verdad, me sentí entre ofendida y divertida. Porque vale, así dicho no parecen lo más chic del mundo mundial, pero tampoco es para condenarme sin antes haberlos visto, creo yo.
Y son para lo que son, para llevar con botas y una camiseta o jersey “oversize”, en plan informal. No pienso ponérmelos con tacones y toda prieta por encima, ni con botas mosqueteras, ni con animal print.
Así que tampoco entendía tanto revuelo por unos vaqueros, la verdad.
Porque además, no son los primeros leggins vaqueros que me compro este año: allá por octubre me hice con unos negros, en Zara, que van genial con jerseis o camisetas largos y entallados, de tal manera que tapen el culete y permitan ver la pierna estilizada. Para llevar así, los prefiero a los pantalones-pantalones, por muy pitillos que sean, porque en cuanto te los pones tres veces empiezan a dar de sí y a formar unas arruguillas de lo más antiestético. En realidad, la principal diferencia entre lo que yo me compré y unos vaqueros normales es –además de la cantidad de licra- la cinturilla, ya que los leggins no tienen botón ni cremallera, aunque parece como que sí, ya que incluyen costuras en esa zona. ¡Si hasta tienen bolsillos detrás!
En fin, que tras intentar explicarle durante un rato que los leggins no eran tan leggins y que iba a estar muy guapa con ellos reparé en la segunda parte de la frase: “aros dorados”. Y entonces, para cambiar de tema y distraerla un poco, le comenté que los Reyes me habían traído también joyería: no unos aros dorados, sino unos pendientes de filigrana de oro.
¡Vaya por Dios!. Yo presumiendo de los pendientes, y resulta que como son amarillos, no encajan en mi paleta de color. Porque lo que yo no sabía es que las indicaciones sobre tonalidades recomendadas se extendían hasta la bisutería y joyería.
Entonces empezó un diálogo en el que yo insistía en que, con mi mata de pelo, los pendientes –que son del tamaño de una moneda de 20 céntimos de euro, aproximadamente- casi ni se me verían, y ella entre divertida y regañona, me respondía que para qué los había pedido a los Reyes si no se me iban a ver puestos, e insistía en que debería evitar cualquier color con base amarilla en las inmediaciones de mi rostro.
Total, que colgué el teléfono temiendo que con las últimas incorporaciones a mi guardarropa había perdido parte de mi glamour, y casi toda mi credibilidad. Así que al día siguiente, volví a las rebajas para recuperar parte de la autoestima perdida escogiendo, esta vez sí, prendas acordes con mi figura y mi colorido ideal.
Pero de las rebajas y sus ventajas prometo hablar otro día.
Hasta la próxima semana.
PD: Querida editora, y queridas lectoras, os informo de que mis más recientes adquisiciones han sido una boina y una bufanda de un precioso color morado/berenjena, También me he comprado un jersey azul marino (no tenía ninguno) y una camiseta blanco roto, todos ellos colores especialmente recomendables para mujeres “frías e intensas” (de tonalidad, eh!) como yo. Espero que perdonéis mis pequeñas transgresiones estilísticas y os garantizo que cuando estrene los leggins, me aseguraré de no parecer una choni poligonera con ellos puestos.