(Re)comenzar

Por Rms @roxymusic8

Apenas han pasado un par de días tras una nueva experiencia comunitaria con jóvenes de toda España. Pero ya desde la misma vivencia sabía que algo estaba fraguándose dentro de mí y que no tardaría en poner en palabras. ¿Cuántas veces has sido consciente de estar viviendo justo lo que otros te están nombrando? Y, ¿cómo has vivido ese instante? Parece un jarro de agua fría, una dosis de realismo, un despertar en el mejor momento... pero muy cuidado. Sí, en un ambiente amable, con la presencia de personas maduras y con la mejor de las compañías. Aun así las palabras duelen, tocan la fibra sensible y el orgullo o esa tensión interna que no quiere reconocer que se está ahí o así, aparece y se hace presente. ¡Pero qué bien saberlo, qué bien escucharlo, qué bien reconocerse en lo que se muestra! Estamos poco acosumbrados a escuchar y menos a confrontarnos con lo que escuchamos, flaco favor nos hacemos así. Estos días me he dado cuenta de la importancia de recomenzar cuando uno sabe que necesita volver a empezar desde el punto en el que esté. No hablo de un nuevo inicio partiendo de cero, sino de lo que ya se ha construido. No tendría sentido partir de alguien que no somos pues costaría muchísimo más dar un paso; pero hacerlo desde lo que ya conocemos de nosotros mismos nos da la oportunidad de seguir caminando por caminos que reconocemos.

Quizás la palabra que más he escuchado estos días ha sido misericordia. Exactamente esta palabra no, pero sí a lo que venían a decir muchas cosas que escuché. ¿Y qué quiere decir exactamente? En en el diccionario de la R.A.E. he encontrado estas dos acepciones: "virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos" y "atributo de Dios, en cuya virtud perdona los pecados y miserias de sus criaturas". De la primera definición me ha llamado la atención que hiciera referencia a algo externo y no propio de la persona. De la segunda me ayuda pensar que recibimos ese perdón y, por tanto, podemos perdonarnos a nosotros mismos. ¿Quizá el orden sea ese? Primero recibir de Dios todo ese amor, perdón, acogida para luego poder hacer un tanto de lo mismo con nosotros y con los demás. Sí, ese es el orden y esta semana lo he podido ver claro y hacer vida. Hemos estado escuchando mucho sobre los errores, sobre la esperanza, sobre el perdón, sobre ser amados tal y como somos (una canción lo rezaba así), desde por la mañana hasta la noche. No ha sido algo pesado de escuchar ni de recibir. A veces tenemos una capa dura que nos separa de poder calar y vivir las palabras y los gestos que nos regalan, y cada vez que lo hacen van haciéndola añicos, rompiendo partes de ella para que se cuele ese amor y acogida que tanto necesitamos.

Hay momentos en la vida en que necesitamos renovar, no digo la ilusión por vivir o el valor de las cosas que vivimos (que también puede darse y es necesario renovar alguna vez), pero sí el para qué las vivimos. Me refiero a las razones que nos hemos dado para vivir como vivimos o aquellos principios que rigen nuestra vida y que hemos elegido incorporar y vivir por iniciativa personal. Porque, no sé vosotros, llega también otro momento en la vida en que dejamos de ser adolescentes y nos adentramos en la vida adulta donde pasamos a poder ser referentes para otras personas (adolescentes, jóvenes, niños). Es un cambio drástico para algunos, pero es ley de vida, ¡no podemos parar el tiempo ni el crecimiento biológico! Es cierto que la madurez nada tiene que ver con los años y las apariencias físicas. Es algo que se va adquiriendo en nuestro interior a través de la vida, sí, de esos años de vida que vamos incorporando y que nos brindan muchas oportunidades de crecer, aprender y adquirir conocimiento de nosotros mismos, de los demás, de Dios, de la vida en sí misma. Cómo vayamos interiorizando todo esto marcará la madurez de cada uno. Estar rodeada de jóvenes estos días me ha recordado la importancia de esta interiorización personal. Escuchando los testimonios, charlas y talleres que impartían personas cercanas a mí veía en ellas que lo que decían lo habían vivido, lo estaban viviendo y querían seguir viviéndolo. Esta consistencia es lo que hace atractiva la vida de todas ellas. Y eso es lo que anhela mi corazón también y ha despertado en mí un deseo de recomenzar.

Todas estas personas tenían un denominador común: hubo una antes y un después en sus vidas tras toparse con Dios y dejarle entrar en ellas; pero también un no olvidar de dónde vienen. ¿Que quiere decir esto? Que aunque los errores o vivencias pasadas no nos definan, muchan han dejado mella en nosotros y siguen apareciendo y llevándonos o "invitándonos" a volver por veredas que no queremos y pensábamos haber dejado atrás. ¡Y esto es la vida! No sólo del cristiano, sino de cualquier persona. Ha sido muy bonito y esperanzador escuchar, orar y compartir con otros todo esto ya sean más pequeños o mayores, católicos o evangélicos, convertidos o en proceso, españoles o de habla inglesa porque me ha reconfortado. Realmente ha dejado un impacto en mí para recordarme lo importante en mi vida, fortalezar mis pasos y mirada sobre mí, las personas y Dios. Vuelvo a ayudarme de la R.A.E. para ver la definición de la palabra impacto (nombre del campamento en el que participé). Primero está esta: "huella o señal" y luego está esta otra: "golpe emocional producido por un acontecimiento o una noticia". Es cierto, justo la frase que define este campamento es "no volverás a ser el mismo" precisamente por esa huella o señal que deja en tu corazón. Sobre el golpe emocional diré que es necesario avivir nuestros sentidos de vez en cuando, pero no quedarnos ahí sino servirnos de ellos para despertar conciencias, para llegar un poco más allá. Sin lugar a dudas la música es un buen vehículo para tocar con el interior de la persona, al menos para mí así es, ha sido y será.

Quiero pensar que no sólo me ha sucedido a mí todo esto durante esos cuatro días, sino que cada uno de los allí presentes se ha llevado también algo para sí y para llevarlo a otros. Uno se vuelve a casa con la esperanza de saber que no camina solo, que tiene un norte, que vale la pena vivir como vive y que por nada del mundo se baja de este barco. Un barco donde por supuesto está Dios llevando el timón. ¡Y en ese dejarle el timón nos encontramos!