Hace unos días hablaba con unos amigos sobre la conveniencia o no de reconstruir las obras perdidas de la arquitectura.
¿Sería bueno reconstruir "La Pagoda" de Madrid o el Hotel Imperial de Tokio? Yo creo que no. Habría sido necesario haberlos preservado y defendido, pero una vez que dejaron de existir no tiene sentido volver a hacerlos. ¿Serían iguales? ¿Dirían lo mismo? Sin sus autores dirigiendo la obra, sin los clientes originales opinando e interviniendo, sin los métodos constructivos ni las demás circunstancias de su época sería imposible. Cada obra, como cada persona, es fruto de su circunstancia, y los clones póstumos no son la obra.
Sobre el pabellón alemán de la exposición de Barcelona de 1929 y su reconstrucción de 1986 han corrido ríos de tinta y miríadas de píxeles, y lo seguirán haciendo. La operación, nostálgica y evocadora, hermosa y reconfortante, nos alivia y nos anima, pero tiene mucho de discutible, algo de traidora y todo de imposible.
En otros sitios no se hacen reconstrucciones in situ de obras perdidas, sino meras réplicas injustificables y absurdas: En Zhengzhou (China) construyeron una de la iglesia de Notre Dame du Haut, de Ronchamp (Francia). Era igual pero al mismo tiempo no era ni parecida.
Tenemos más ejemplos de sitios pintorescos (en el peor sentido de la palabra), turísticos (en el peor sentido de la palabra) y simpáticos (en el peor sentido de la palabra):
El siempre provocador Jorge Luis Borges nos cuenta en "Pierre Menard, autor del Quijote", del libro Ficciones, que este autor francés reescribió los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte del Quijote, y un fragmento del capítulo veintidós. No pudo hacer más: El esfuerzo fue extenuante, porque no se trataba de hacer otro Quijote ("lo cual es fácil"), sino "el" Quijote. Tampoco consistía en transcribir esos capítulos ("no se proponía copiarlo"), sino en escribirlos. "Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran -palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel de Cervantes"(1).
Los defensores de las reconstrucciones arquitectónicas dicen que, ya que no fue posible conservar el edificio original, al menos así se puede evocar, aunque no sea del todo, lo que fue. (Es el caso del citado pabellón de Barcelona). Bueno, sí. Es un triste consuelo. Pero, aunque visto de lejos y sin prestar demasiada atención puede colar, si pretende estudiarse u observarse un poco en serio se ven los desajustes y las desavenencias.
En fin: Un sucedáneo paliativo. ¿Qué pasaría si, inexplicablemente, se borraran todos los registros y toda la memoria de la Quinta Sinfonía de Beethoven y solo quedara yo que recuerdo el comienzo del primer movimiento, y reuniera a todos los estudiosos y amantes de la música y les gritara con mi mejor intención y mi mayor ímpetu: "Ta ta ta chááán"? ¿Qué ocurriría si del tristemente perdido libro de la Comedia de Aristóteles solo nos quedara el testimonio remoto de un copista que la transcribió con bastante aburrimiento y dejó escritas algunas ideas que recordaba vagamente sin haberlas entendido bien? ¿Sería eso al menos un consuelo? Ni eso siquiera. ¿Y si el tarareo fuera el de un buen cantante y la nota la de un copista atento?
Por otra parte tenemos el caso inconcebible de una obra maestra que no se ha perdido y que sigue conservando toda su fuerza, todo su talento y toda su maestría, pero que a pesar de todo un ¿psicópata? quiso clonar. Me refiero a Psicosis, de Gus van Sant.
La desconcertante película va repitiendo el texto palabra por palabra y las imágenes plano por plano. La única diferencia es que son otros actores y está rodada en color.
La película es mala sin paliativos, y, lo que es peor, es innecesaria, estúpida y pretenciosa. ¿O no? ¿Pretenciosa por qué? El director renuncia a cualquier protagonismo, a cualquier decisión, a cualquier manifestación de su personalidad, y se limita a ser un fiel replicante del maestro Hitchcock. ¿Estúpida? ¿Por qué? El guion es magnífico, el ritmo es fantástico, los encuadres estupendos.
Cambian los actores, pero los de la película original no eran grandes estrellas del cine (la mayoría eran más bien muy solventes actores de televisión), y los de la réplica no son malos. Al menos no son peores que aquellos. ¿Entonces por qué es tan mala si todo es bueno?
Seguramente la causa de todo es que la original existe y todos nos la sabemos de memoria. Yo no recuerdo un momento de mi vida en el que descubriera la sorpresa final. La sé de siempre. Nací con ella ya sabida (la película es del año en que nací). La llevo en los genes. La he visto un montón de veces. Todos la hemos visto un montón de veces. Por eso no nos gusta la réplica, que es "prácticamente" idéntica.
Creo que todo esto de las reconstrucciones y las réplicas no deja de ser una operación surrealista: una reflexión sobre el ser, su esencia y su sustancia, un desafío ontológico. Creo que es una operación intelectualmente compleja y muy sofisticada, pero metafísicamente imposible. Permitidme, pues, que, una vez apreciado el soberbio gesto acrobático del juego de espejos y el chispeo de la perplejidad, me quede con la iglesia de Ronchamp, con el Quijote manchego y con la película en blanco y negro.
---------------------------(1).- Una vez más me imagino cuánto le habría gustado a Borges el tan borgiano y tan brillante homenaje que le hizo Agustín Fernández Mallo en El Hacedor (de Borges), Remake, y qué mal lo entendió todo la viuda.