Mario Schifano, Grande particolare di propaganda, 1962. Cortesía: Archivio Mario Schifano.
El pasado viernes 24 de febrero fui a visitar la feria de arte contemporáneo ARCOmadrid, en los pabellones 7 y 9 de IFEMA. Paseando por la mastodóntica feria, en un momento en el que mi atención ya se encontraba bastante saturada de tanta oferta desbordante y llamativa, fui capturado por un cuadro de estilo pop, de dimensiones importantes, en el que se pintó un fragmento de la escrita, en color blanco sobre fondo rojo, de la conocida marca Coca Cola. Gran mito de la modernidad contemporánea, bebida global por excelencia y producto muy amado en todos los rincones del planeta, como todo el mundo sabe, Coca Cola lleva más de medio siglo condensando los valores de la cultura norteamericana y representando simbólicamente su hegemonía (o lo que queda de ella en la actualidad, como vestigio de un mundo feliz serial y estandarizado que aparece hoy en día cada vez más lejano).
Icono del sueño americano, la marca Coca Cola y sus colores tan característicos fueron muy trabajados por artistas pop de la primera hora, como Andy Warhol por encima de todos. Entre otros, no podemos dejar de mencionar a Mario Schifano (Homs, Libia, 1934 – Roma, 1998), artista pop italiano perteneciente a la romana Scuola di Piazza del Popolo (de la que formó parte junto con artistas como Francesco Lo Savio, Mimmo Rotella, Giuseppe Uncini, Giosetta Fioroni, Tano Festa y Franco Angeli). A partir de la segunda mitad de los años cincuenta, Schifano empezó a trabajar sobre temas relativos a la cultura de masas y fue a comienzos de la década siguiente cuando se acercó conscientemente al ambiente pop norteamericano. Tras viajar a Nueva York, en 1962 conoció a Warhol y frecuentó asiduamente la Factory. Ese mismo año participó en la exposición colectiva The New Realists, en la Sidney Janis Gallery, junto con los principales artistas de la Pop Art y del Nouveau Réalisme, como el mismo Andy Warhol y Roy Lichtenstein entre otros. Al igual que la lata de sopa Campbell o el retrato serial de Marilyn Monroe para Warhol, para Schifano la marca Coca Cola, trabajada, especialmente a lo largo de las décadas de los sesenta y setenta, en distintos formatos, técnicas y soportes, se ha convertido en una suerte de sello de fábrica (si bien su prolífica producción ha abordado un amplísimo abanico de temáticas y técnicas creativas, pasando con soltura de la pintura al cine, de la fotografía a la performance). Una obra suya – Coca Cola (Tutto), 1972, técnica mixta sobre lienzo, 200 X 205,5 cm, propiedad del MART (Museo di arte moderna e contemporanea di Trento e Rovereto) – se pudo ver recientemente en Madrid, dentro del marco de la exposición Mitos del Pop, que tuvo lugar, entre junio y septiembre de 2014, en el Museo Thyssen.
A continuación se puede ver la foto de dicha obra de Schifano, que aparece también en el video posterior, donde se ofrece una visita virtual de la exposición mencionada (minuto 1:38):
Mario Schifano, Coca Cola (Tutto), 1972. Técnica mixta sobre lienzo, 200 x 205,5 cm. Propiedad del MART (Museo di arte moderna e contemporanea di Trento e Rovereto). Cortesía Museo Thyssen, Madrid.
MITOS DEL POP: la exposición from museothyssen on Vimeo.
Hablo de Schifano porque, al ver la obra arriba mencionada en el pasillo de ARCOmadrid, quedé muy impresionado. Pensé en seguida que fuese una obra del artista italiano, si bien su factura y su composición no me resultasen muy familiares (siendo demasiado cuidadas desde el punto formal y quedándose la obra excesivamente “muda” y decorativa). Como comenté en directo en las redes sociales, me acerqué al cuadro para leer la cartela. Con mi extraordinario asombro constaté que se trataba de una pieza, no de los años 60 ni de los 70, sino de 2017 y estaba realizada por el artista español Hugo Fontela (Grado, Asturias, 1986). Se trata de un artista que desconocía y cuya obra he empezado a seguir a raíz de este suceso. Tengo que reconocer que lo que pude ver en su página de web no me desagrada en absoluto, sin embargo no hay ninguna obra presentada allí que se parezca en algo a la que pude ver en ARCOmadrid.
Hugo Fontela, Wall, 2017. Técnica mixta sobre lienzo, 200 x 300 cm.
Mario Schifano, S.T., 1967-1969. Esmalte sobre cartón, 101 X 106. Cortesía: Deniarte, Roma.
Mario Schifano, Coca Cola, 1962. Óleo sobre lienzo. Cortesía: Galleria Cortina.
Puesto que no daba crédito que una obra tal pudiese haberse realizado en 2017 (y no en 1967, por ejemplo) y, sobre todo, que no hubiese ninguna referencia ni a Schifano ni al pop art (está muy de moda en la pintura contemporánea rendir homenajes, hacer citaciones, apropiarse de algo que ya se hecho en pasado y poner en el título “after Fulanito”) que no pude hacer otra cosa que suponer que el autor de dicha obra: a) no conocía a Schifano (y por lo tanto se trataba de un plagio involuntario) o bien b) le conocía y había llevado a cabo un plagio voluntario. Puesto que siempre confío en la buena fe de las personas y propendo hacia explicaciones optimistas, que justifiquen la teoría de la creación libre e intelectualmente honesta, sigo estando convencido de la primera hipótesis (la del plagio involuntario). No se lo he preguntado al artista (por lo tanto en realidad la duda permanece en el aire) pero como digo, hasta que no se quede desmentida, mi explicación es que como siempre pueden haber coincidencias (preterintencionales) de este tipo en el arte.
Lo que hice fue preguntar a la representante de la Marlborough Gallery, una galería de reconocido prestigio nacional e internacional, que en ese momento se encontraba en el stand donde estaba colgada la obra. Estos son los datos que ella me comunicó. La obra se titula Wall, mide 200 x 300 cm, está realizada con técnica mixta sobre lienzo y se vendía allí por un precio de 29.000 euros, iva incluido. Por lo que me dijo, esta obra forma parte de una nueva línea que el artista acaba de empezar a trabajar. Mi modestísima opinión es que se trata de una línea pop que ya se ha explotado muchísimo, hasta la saciedad. Y como digo, puede llegar a verse hasta como un plagio. Muy mala obra y muy mala (¿nueva?) línea de un artista que en cambio tiene cierta calidad. No le pregunté a la galerista si ella o Fontela conocen a Schifano (supongo que sí, aunque no es obligatorio), ni si esa obra la consideran como una pieza pop o una reelaboración-citación-reinterpretación-apropiación en clave postmoderna. En cualquier caso (tanto que fuera la respuesta que sí como que fuera que no), sería una obra para nada original y bastante estéril desde un punto de vista poético (por no decir crítico, que era el punto de vista distintivo de Schifano).
Tanto para los que no conocen Schifano (y quieren profundizar) como para los que ya conocen su trabajo, me permito añadir aquí un link a un artículo sobre su trabajo que publiqué hace precisamente 10 años en la difunta revista online Enfocarte.com. Vuelvo a publicarlo aquí en formato PDF y en su versión original, sin ninguna revisión o rectificación añadida, puesto que ya no se encuentra online y a lo mejor a alguien le podría interesar descargárselo gratuitamente y leerlo. Como se trata de un texto de hace muchos años, seguramente si tuviese que escribirlo ahora no lo escribiría igual. En aquel entonces mi castellano era bastante primitivo y espero que disculpéis las eventuales erratas, italianismos e imprecisiones idiomáticas que vayáis encontrando. Asimismo, después de tanto tiempo, mis recursos teóricos y críticos ya no son los de entonces (o solo los de entonces). Seguro que habrá ingenuidades que solo se corrigen con el tiempo. Espero que me disculpéis también.
Aquí va el artículo:
Pop Art mediterraneo y humanismo electóronico_Nicola Mariani_2007
Breve nota sobre el plagio
El cuento de la historia del arte universal, y especialmente el de la historia de la pintura, se podría escribir y leer también como una larga historia de inspiración, diálogo, emulación, imitación, apropiación y copia entre estilos, épocas, escuelas y sensibilidades individuales, que, de generación en generación, hablan entre sí, se influencian y se transmiten in saecula saeculorum. Todos sabemos que Manet no sería Manet si no hubiesen existido Giorgione, Tiziano, Goya o Velázquez, a quienes tanto admiró y que tanto estudió, mirando y remirando sus obras siempre muy de cerca. Perugino no sería Perugino y Leonardo no sería Leonardo si no hubiese existido Verrocchio. Ingres no sería Ingres sin Raffaello y otros artistas anteriores a él. En fin, que podríamos seguir al infinito.
El concepto creo que ya lo tenemos claro, no hace falta insistir más: todo artista tiene antecedentes históricos y maestros, reales o ideales, en los que se inspira durante su formación, y muchos otros que va encontrando a lo largo de su trayectoria. Artistas que estudia, de los que bebe y a los que vuelve. Siempre. Digámoslo claramente, nadie se inventa nada. Todo lo que un artista haga, alguien ya lo ha hecho antes y muchas veces mucho mejor. El verdadero desafío, para todo verdadero artista (“verdadero” en el sentido de que aspira a ser relevante y no un mero imitador, un patético manierista) es luchar contra la pereza y la entropía, demostrando en primer lugar a sí mismo y posteriormente a todos los demás que no, no está todo ya hecho y que incluso lo ya hecho se puede hacer mejor o de una forma nueva.
Para ser un buen artista, en este sentido, se necesitan dos características fundamentales: primero, ser intelectualmente honesto (en primer lugar consigo mismo, y si uno lo es consigo mismo lo es casi siempre también con los demás) y segundo, no ser vago; no buscar atajos y caminillos. Si hoy en día nos acordamos de Manet y de otros pintores de renombre (como los que hemos mencionado arriba u otros que se nos podrían ocurrir) y nos emocionamos (por lo menos algunos de nosotros) frente a sus pinturas, esto se debe – básicamente – a la capacidad descomunal que ellos tuvieron en su día de absorber y sintetizar las enseñanzas de los que tuvieron como referentes ideales, pero al mismo tiempo de superar el mero ejercicio estilístico, formal y retórico, utilizando recursos propios y lenguajes auténticamente personales para abordar, a partir de una honestidad intelectual de fondo y un esfuerzo conceptual enorme, problemas estéticos y poéticos nuevos. Por no hablar de los esfuerzos en lo que a las técnicas se refiere. Si Manet hubiese pintado una copia de Las Meninas con la intención, no de hacer un ejercicio estilístico o una mera copia para su disfrute personal o para el de alguien que se lo hubiese encargado, sino de presentarlo a un concurso o de venderlo como obra original suya, por mucho que estuviese bien hecha, no creo que muchos le habrían hecho caso.
Hoy en día el tema se complica, a raíz de todo ese constructo superestructural al que la postmodernidad nos ha acostumbrado y que nos hace pasar como admirable y estéticamente interesante la repetición infinita y cansina de la citación explicitada, la copia apropiacionista o la mimesis simuladora. A pesar de nuestra sensibilidad postmoderna, que nos hace justificar con teorías sobre el gusto estético contemporáneo la exaltación de cualquier disparate insulso y nos hace tragar, sin dir ni bi ni ba, toneladas de pésimo sediciente arte, no creo que serían muchos los que hoy en día se mesarían los cabellos por la incredulidad y el entusiasmo frente a la genialidad de alguien que nos propusiera unas piezas en las que nos presentara como invención propia la repetición en serie de retratos serigrafiados de colorines de Marilyn Monroe a partir da la fotografía que le hizo Gene Korman en 1953.
Ya sabemos que el límite entre citación y plagio, original y copia, hoy en día está cada vez más difuminado y que hay que (re)negociarlo cada vez entre artista y púbico, marchante y crítico etc. etc. Sin embargo, toda repetición y toda provocación tiene su límite. Creo firmemente que nadie se tomaría en serio el artista que hoy en día propusiera marilynes serigrafiadas de colorines, a no ser que se presente ese proyecto dentro de un contexto de apropiación-citación-crítico-irónica-que-pretende-hacer-un-guiño-a-vete-tu-a-saber-que. De lo contrario, lo consideraríamos nada más que un mero plagio. Mejor o peor, pero siempre plagio. Plagio entendido como repetición de un elemento ya producido por otros anteriormente sin desvelar en la obra, en el título o a través de otra referencia contextual (por ignorancia o por mala fe) la existencia de la fuente original.
Dependiendo de la buena o de la mala fe, el plagio puede ser consciente o inconsciente. En el primer caso (plagio inconsciente) el plagio es “preterintencional”, en el sentido de que el artista repite algo que ya existe, simplemente porque desconoce su existencia. Digámoslo así, ocurre una casualidad que hace coincidir (con retraso) la sensibilidad creativa y las nociones técnicas (a posteriori) del artista plagiador con aquellas (a priori) del artista plagiado, que él desconoce (y que en ciertos casos, como los de Las Marilynes de Warhol o Las Meninas de Velázquez, estaría bien conocer). Pueden darse siempre circunstancias no intencionales por las que ciertas coincidencias suceden. En el segundo caso (plagio intencional) entran en juego la intención del artista plagiador y su honestidad intelectual, o, mejor dicho, su falta. El artista, en este segundo caso, plagia creyendo o esperando que su plagio no será descubierto. Se cree por encima del bien y del mal y subestima el hecho de que existen – ¡siempre! – otras personas informadas que pueden reconocer el plagio. Esto suele pasar por ejemplo con artistas que plagian artistas supuestamente menos conocidos en su contexto de referencia. En la época de internet y de la globalización digital, esta actitud del plagiador, además de ingenua, resulta ser bastante anacrónica. Hoy en día, gracias a Google y a nuestros smartphones, tenemos acceso en 10 minutos a más información (en tiempo real y sin movernos de un paso) que si estuviéramos viviendo día y noche en la Biblioteca de Alejandría durante 1 año. Así que el que plagie con intención, hoy en día, además de ser descubierto rápida y fácilmente, denota tener una visión de la realidad bastante simplista y una escasa consciencia de las posibilidades de comunicación y circulación de la información de la que disponemos actualmente.