Recuerdo del llefiá canalla: el kilómetro del amor

Por Gonzalo

Llefiá, el barrio popular y populoso de Badalona, tiene un pasado. En otros tiempos, antes del notable crecimiento de la población y del desarrollo de su estructura que lo aleja definitivamente de su condición de barriada marginal, la vida en él era notablemente diferente.

El barrio de Llefiá y su franja entre carreteras y fábricas no escaparía al esplendor de los bares de carretera. Los locales de prostitución y los famosos cabarets de comienzos de siglo durarían hasta la guerra civil.

En los albores del siglo XX se podían practicar todos los pecados en la parte baja del barrio a cambio de dinero. Tabernas, restaurantes y bares con compañía femenina y de prostitución convivían con un mundo de trabajadores de los distintos ramos. En la República, la amplitud de leyes ciudadanas aumenta la actividad de las prostitutas de alto y bajo caché y la figura de la Madame compate territorio con los chulos. Unas buscaban y otros controlaban a las mujeres que estaban dispuestas a realizar, en ratos muertos y en locales no controlados, el oficio de la prostitución.

El local de la primera “Maña” con sus luces rojas luciendo esplendorosas, estaba situado frente a la fábrica de la Galleta en la carretera de Francia. Dentro de un núcleo de viviendas llamadas “las Colonias”, y en grandes letras de neón, se anunciaba el cabaret.

En el lado opuesto de la carretera, en el límite de Llefiá y la Salud, y muy cerca, estaba “El Chalet”. Este burdel era más provinciano y con menos clase para los entendidos. Su entrada estrecha dejaba paso a las habitaciones y alguns viviendas que compartían espacio.

En los años 30, el cabaret “La Mina” compartía espacio en la carretera antigua de valencia con otros establecimientos de alterne. Tenía como vecinos a los de la calle la Mina y la torre Hospital, separados por estrechos callejones. En los años 1933-1934 obtiene propaganda gratuita de la prensa al salir en la sección de sucesos y juicios. En agosto de ese año el taxista Natalio Garcés Sáez es solicitado por tres jóvenes en el llano de la Boquería en Barcelona. La carrera se acaba delante de la empresa Vidriera Badalonesa cuando uno de ellos saca una pistola, atraca al taxista y los tres se dan a la fuga. Eso sí, con poco juicio. El taxista, una vez repuesto de la sorpresa, acude a la polícía a denunciar el hecho. Y es atendido de inmediato. Las pesquisas policiales terminan, con éxito, en el cabaret “La Mina”, lugar en el que hallan a los tres jóvenes,  que detinen y les requisan el dinero, la pistola y otras armas blancas. Meses depués vuelve “La Mina” a los papeles, esta vez por la celebración del jucio contra los atracadores del taxista, Juan García Cayuela, de 17 años, José Llorens y Ricardo Pardo, ambos de 19.

Estos locales de alterne, rodeados de fábricas y huertas, eran conocidos y respetados por los escasos vecinos que vivían en los alrededores, e incluso, en los patios de la viviendas de algunos de ellos, vecinos y protitutas compartían espacio y vida social. La Guerra Civil no acabó con la prostitución pero sí con algunos de estos locales. Y en la postguerra, sobrevenida la doble moral impuesta por el régimen, llega la ilegalidad a la que sólo sobrevive “La Mina”, al lograr mantener la clientela y evitar cierres caprichosos.

El notable crecimiento de Llefiá en los años 50-60 no será ajeno a esta actividad. En la vieja carretera de Valencia se establecerían casas de prostitución, de citas y bares de señoritas, que lograron la convivencia con los pocos vecinos de sus alrededores y con los amigos de lo ajeno y gente de mal vivir. Además de los locales conocidos, en el barrio se practicaba la prostitución en talleres de costura, falsas fondas, bares de copas y casas particulares.

Los locales más emblemáticos, que funcionarían sin apenas represión o cierres gubernativos, serían “La Mina”, Bar Charles y la “Maña”. El látigo o terror de la clientela, según los encargados de estos establecimientos, sería un policía apodado “El Chato”, muy dado a las visitas inesperadas.

El cierre oficial más prolongado se dió en 1953 a consecuencia del Congreso Eucarístico, conocido por algunos como el “Congreso de las Hostias”. Para dar buena imagen, el gobernador civil “limpiaría” de “mujeres de la vida” el barrio chino barcelonés y las localidades cercanas, por el procedimiento de enviarlas a Gerona. Una acción que soliviantó a la ciudad receptora, por las clase de personas que les llegaba y porque la acción tiene lugar sin previo aviso gubernativo. A la falta de hospedaje, que dejaría a las mujeres trasladadas forzosamente a la intemperie, se unió la bajada de los precios de los servicios, por el aumento feroz de la competencia,  y el férreo control de las esposas sobre sus maridos durante unos días que impidieron a éstos salir a tomar sus copas habituales.

Una vez cumplidos los objetivos del Congreso Eucarístico, fundamentalmente propagandísticos del régimen, se permite el regreso escalonado de la mujeres. “La Mina” sobrevivió y mantuvo su fama, aunque perdió el título de cabaret. Como el resto de los mortales pasaría años duros y de control, con muy pocos cambios en el local. Pese a los controles, no faltaron las copas, las tertulias, los bailes y amores. Otros contactos  y fiestas más íntimas se desarrollaban fuera de la vista de los parroquianos. Siempre leal a su vieja calzada romana, junto a la Torre Hospital, cercana a las casitas bajas, justo delante de la vaquería, únicas supervivientes al siglo XX.

A los jóvenes y niños que tocaban al timbre o la puerta, los espataban con cubos de agua. Durante bastantes años del dueño sería el señor Mariano y la jefa general era “Blanquita”. La mujer más buscada se hacía llamar la “Cordobesa” (Badalona: l’escola ahir 1717-1939. Mateu Rotger i Rosquellas. Museo de Badalona, 2001). Seguiría siendo por algunos años el local más conocido, picante y bullanguero, pero demasiado ruidoso y cercano para los nuevos vecinos.

Pablo Porta y su constructora adquirieron el viejo inmueble para la edificación de pisos. Y la primera planta de esa construcción forma parte de la historia de Llefiá, al ser, sucesivamente, refugio durante unos meses de los vecinos desalojados de la Sagrada Familia, escuela y aulas de formación en los años 80 y, tras intercambio con el Ayuntamiento, local oficial de la Asociación de Vecinos San Mori.

El bar Charles se hallaba en la frontera de Llefiá y La Salud, en la calle Juan Valera. Ocupaba un bloque de varios pisos, contaba con muchas habitaciones, lo que hacía más fácil el alquiler y el servicio, y tenía un pequeño bar en la entrada principal, que hacía más llevadera la espera, donde las chicas se apostaban en la barra, sonreían y endendían cigarrillos con gestos y formas exageradas para llamar la atención. Los clientes entraban, salían y esperaban. Los distintos pisos sólo contaban con pasillos desiertos y habitaciones con cama y lavabo. El cobro tenía lugar por anticipado, regla de oro de la actividad. Durante unos años el esqueleto esbelto y solitario es visible y sus luces de neón llaman la atención de conductores y viandantes. Pero poco a poco palidecen hasta llegar a la oscuridad. La fiebre constructura y los laterales de la autopista acabaron con su actividad. El edificio se reconvertiría en una residencia de ancianos y antes de su demolición, y por poco tiempo, sería el local de la asociación de vecinos de Juan Valera.

La nueva “Maña” era el típico bar de niñas que abría tarde y cerraba pronto. Su madrugada era corta, aunque el horario se alargaba en los fines de semana por causas de más clientes y alguna juerga. Mucho juego de cartas y los clásicos cantaores aficionados con dos copas de más. Situado en la carretera Mena, en pleno barrio de Pi y Gibert, era sobrio y hasta recatado, con clientes asiduos y normales que se tomaban el cortado y la copa en las horas centrales del día. La actividad menos visible, no obstante, sólo era conocida por los más asiduos y tenía lugar en los reservados. Fué estrangulado por las construcciones nuevas y próximas, pero antes fué testigo de las explosiones procedentes de la cercana industria química de Rovira y Bach. El derribo se llevó por delante a la “Maña” que, pese a las buenas temporadas, nunca alcanzó el esplendor del cabaret de su mismo nombre de los años 30 en la carretera general.

FUENTE: LLEFIÁ De la barraca a la dignidad (Juan Rico Márquez)