Alguno hay que parece aún no haber salido del siglo XX, cosa triste para gente tan joven, pero probablemente aún sumergidos en la niebla de los estudios intensivos del final de la carrera y el examen MIR, que les han aislado de la realidad que les rodea. Nada más que excepciones que confirman una regla según la cual, parece que establecen una frontera entre su vida personal y la profesional.
No quisiéramos tener que volver la vista atrás, cuando hace 50 años nos iniciamos en la práctica de la Medicina. La comunicación era esencialmente oral. La historia clínica era una ficha de cartulina donde apenas había espacio para la identificación del paciente y el diagnóstico. A los pacientes se les daban órdenes, no recomendaciones (“por orden facultativa“), lo mismo que al resto del personal sanitario.
(Para los nostálgicos: la mayor parte de las comunicaciones por escrito se hacían con el ubicuo y todopoderoso P-10. Análisis, ingresos, traslados, consultas, ambulancias, sillas de ruedas… lo que fuera. Con una papela bastaba para todo)
No hay excusa para no usar el WhatsApp para recordar a otro que le toca guardia, del Twitter para anunciar un evento, sesión o publicación, del Linkedin para actualizar el curriculum, o del facebook para compartir lo que nos contaron en el último congreso. Pero además sirve para comunicarse con los pacientes, anunciarles citas o cambios, para interesarse por su evolución o actualizar recomendaciones. Y un millón de cosas más.
Sólo hay que mantener los criterios eternos y universales de procurar el beneficio del paciente, el respeto a los colegas y personal asistencial, cumplir con las regulaciones, custodiar la confidencialidad y permanecer abiertos a las críticas. En el caso de la Pediatría, contamos además con que el sujeto enfermo, está siempre atendido por otra persona, habitualmente los padres, quienes pueden estar siempre en condiciones de atender una terminal electrónica y responder. Quede camino pero hay que andarlo.
X. Allué (Editor)