En estos días de estío en el que se presupone que muchos están de vacaciones, me lanzo a afrontar el tema de la Comunicación en su vertiente más complicada: la de los pacientes y usuarios. Complicada, afirmo, porque para que podamos proporcionar muchos de los cuidados propios de nuestra profesión debemos saber con precisión qué carencias sufren nuestros pacientes. Y les aseguro que no es nada fácil, dado que millones de expresiones copan nuestro lenguaje, expresiones muchas veces privativas de una cultura, región, provincia o pueblo que no es conocida por el resto.Afronto este tema desde mi experiencia personal que, por suerte o por azares del destino, me ha llevado a dos ciudades lejanas entre sí y por diversos pueblos.Con el máximo respeto a todo tipo de individualidad personal, cultural o idiomática, paso a relatar.Dentro de la riqueza de nuestro idioma oficial -el único que hablo y escribo en el desarrollo de mi profesión- existen variadas maneras para decir lo mismo. ¡No saben cuántas! Como he indicado más arriba, en nuestro trabajo cotidiano debemos pedir muchos datos a nuestros pacientes para abrir una historia de enfermería, para valorar día a día su evolución, para valorar su aprendizaje en nuevas habilidades, para saber nuevas molestias, síntomas o indicadores de mejoría... En definitiva: la comunicación fluída y fácil es una herramienta imprescindible para llevar a cabo nuestra labor.Empecé, hace muchos años ya, a trabajar como auxiliar de enfermería. Ahí me tropecé desde el primer día con el escollo lingüístico, cuando la primera mañana del primer día -uniforme nuevo y casi crujiente, zuecos de madera...- una mujer me pide:«¡Señorita quiero hacer pum!»En ese instante de profesional novata y nada curtida, mi sonrisa se congeló en mis fríos labios, sobre todo cuando la buena mujer se enfadó sobremanera porque no reaccionaba en segundos a su requerimiento de mi habilidad profesional. A partir de ese instante, de ese día, un rosario de expresiones, a cual más rebuscada e intuitiva, se desgranó ante mis narices como magnífico reflejo de la habilidad metafórica y cacofónica, para mi hasta entonces desconocida, que la mayoría de la población femenina de Madrid utilizaba para dar a conocer sus ganas de evacuar. A saber: «pum», «obrar», «plas», «popó», «hacer», «mover el vientre», «ya sabe... señorita...eso»Si algo tan básico como manifestar la necesidad de llevar a cabo una función fisiológica puede llegar a ser rebuscado, no les quiero decir cuando entramos en campos desconocidos. Cuando la gente de a pie se sumerge en las procelosas aguas de la Medicina y la Enfermería podemos encontrarnos con importantes escollos lingüisticos, cierto y lógico, dado que, si el lenguaje científico que caracteriza esta profesión es complicado, a veces incluso para nosotros, no podemos esperar y menos aún pretender, que la gente sencilla lo domine. No es eso lo que motiva esta entrada. Palabras como «apendi», «visícula», «arteria torta», «estógamo» nos pueden hacer sonreír, es verdad, pero no vamos a negar que las originales conllevan una enorme dificultad, y no poco mérito, cuando se ponen en boca de personas que nunca han tenido la oportunidad de ir al colegio o estudiar. A lo que me refiero es a la forma que tienen de expresar los males que les aquejan, que para las gentes de una provincia, una ciudad o un pueblo son harto conocidas, pero para los que venimos de fuera es un idioma en toda regla; y si lo asociamos a un fuerte y cerrado acento, el resultado es la incomprensión más absoluta. A saber:«Mi hija está volá» (presentar erupción en la piel o granitos)«Mi hijo tiene balsas» (mucosidad en garganta y bronquios)«Yo como peras, manzanas, peros...» (manzanas de las amarillas)«Mi padre casi se murió porque se enguñipó» (se atragantó)«Estoy muy molesta porque estoy ocupá» (estreñida)«Tengo una fatiguita...» (angustia y nauseas)«Me operaron hace tiempo y ahora estoy hueca» (estirpación de útero y/u ovarios)«¡¡Señorita, ayúdeme, mi madre está flatá!!» (mareada, casi inconsciente)«Se puso pálida como la cera y se quedó privá» (perdió el conocimiento)Son sólo unos pocos ejemplos de lo que nos podemos encontrar cuando tratamos con la diversidad dialéctica de este país. Y no es necesario señalar ciudad o población alguna: con el enorme trasvase de gentes de lugar a lugar ya no existen casi fronteras idiomáticas. Cada uno es un universo en sí mismo. Creo que es fácil de comprender que, en el ambiente relajado de una consulta o de una habitación de hospital -¡ojo, si esto último alguna vez llega a ser posible!-, una se puede permitir la opción de pedir al paciente o usuario que se explique, pero cuando este intercambio de «expresiones propias» se lleva a cabo en el fragor de una urgencia médica, la situación puede ser estresante e, incluso, irritante. Alguno y alguna han llegado al extremo de manifestar desagrado, enfadado y algo más, cuando no les he comprendido a la primera y les he solicitado que me expliquen... Los menos.Por supuesto, no pretendo que los pacientes y usuarios de la sanidad se adapten o realicen ningún esfuerzo para controlar nuestra jerga o para resultar más científicos cuando nos describen sus males o sus alteraciones. En absoluto es ésa mi intención. Sólo deseo mostrar la dificultad de comunicación que se puede ocasionar cuando uno no controla la idiosincrasia dialéctica de un grupo poblacional. Respeto y defiendo la diferencia, las particularidades, la riqueza de expresiones de toda la gente en general. Me parecen fascinantes.Supongo que somos nosotros, como profesionales, los que debemos hacer el mayor esfuerzo para facilitar la comunicación con nuestros pacientes, no sólo para hacernos comprender, sino para llegar a entenderlos a ellos... que a veces no lo ponen demasiado fácil, la verdad.Con una sonrisa, finalizo esta entrada.Y, por ahora, nada más.