Mateo Alemán supo escribir una novela que para muchos es el epítome de la picaresca española, nos referimos al Guzmán de Alfarache. Quizá, esto se deba a que hay varias razones por las cuales esta obra se diferencia de otras de su género.
En este artículo reflexionaremos brevemente sobre el tema.
I
Es probable que la expresión más significativa del realismo español sea la novela picaresca. Este género que nace oficialmente con el Lazarillo de Tormes (aunque con antecedentes de igual valía) se proyectará a lo largo de los siglos, inundando con su influjo las estéticas del esperpento valle-inclanesco y del tremendismo de posguerra. La picaresca podría definirse como una negación de los valores renacentistas que no eran otros que los clásicos -aquella ortodoxia asfixiante para la emancipación del espíritu- en donde el resentimiento del pícaro vulnera toda moral para entrar en un mundo cerrado y "antiheroico", en el que no caben ni la gloria, ni la honra, ni la belleza, ni el amor. La existencia es dolor, mal, crueldad, hambre, desconfianza. Tras esta visión se eleva, como suprema ley de la vida humana, el concepto barroco por excelencia: el desengaño.
La novela picaresca presenta varios aspectos formales que, por lo general, la definen y legitiman. A saber:
- la forma autobiográfica: el mundo visto a través de los ojos del personaje, en este caso el pícaro;
- la baja extracción social del héroe, de cuyo deshonroso linaje suele darse cuenta en el primer capítulo;
- el que el protagonista, además de pertenecer a una clase ínfima, sea un adolescente, casi un niño, de modo que el tema central es en gran medida el crítico viaje iniciático desde una infancia infausta hasta una madurez equívoca;
- vagabundeo y servicio a varios amos, con la correspondiente pintura de diversos ambientes, tipos o profesiones;
- considerar la satisfacción de necesidades primarias, especialmente la del hambre, como móvil supremo de la vida.
Estos elementos, con sus atendibles variantes, podrán apreciarse en casi todas las novelas del género. Pero, sin lugar a dudas, el sentido, la psicología del pícaro, están cimentados en el uso del engaño, la burla, y el robo como instrumentos, con desprecio marcado hacia el trabajo y un deseo de libertad logrado en una vida andariega..
II
Si comparamos La vida del Guzmán de Alfarache con el Lazarillo, vemos que Mateo Alemán, sin ignorar los elementos formales ya enumerados, le da mucha más extensión y una estructura más compleja a su novela. El protagonista no es ya un simple chiquillo que se conforma con obtener su alimento a cambio de penurias, sino un aventurero que ejerce oficios diferentes pasando por varios estados. Es mozo de venta, esportillero y estafador en Madrid, ladrón en todas partes; en Toledo vive a lo grande; va de soldado a Italia; en Roma es sucesivamente mendigo, paje de un cardenal y criado de un embajador; sirve de tercero a su amo y tiene él mismo aventuras amorosas, hasta que termina en galeras.
No solo nos pinta el autor la vida en varias ciudades de España y de Italia, sino que el cuadro abarca a casi todas las clases sociales. Entrelazados en el cuerpo de la obra, con la narración de las andanzas del pícaro, aparecen dos nuevas directrices: la digresión moral y la miscelánea literaria. De este modo, se relatan novelas de distinto tipo dentro de la misma novela y se introducen fábulas, alegorías y situaciones satíricas.
Sucede que el Guzmán, a diferencia de otras novelas picarescas, apela a una nueva técnica novelesca, cuyo carácter esencial consiste en la acumulación de formas y temas dentro de la unidad que da la narración de la vida del protagonista, regida por el sino de la aventura. Esta estructura será seguida por todos los novelistas inmediatamente posteriores, desde el mismo Cervantes hasta Gracián.[1]
III
La Primera parte de la vida de Guzmán de Alfarache se publica en Madrid en 1599; la segunda, cinco años más tarde. Esta segunda entrega gozaba de un significativo subtítulo: Atalaya de la vida humana. Es que el Guzmán es, en el fondo, un libro ascético, empapado de amargura, basado en el desprecio del mundo y de la vida temporal, tema obsesivo de los predicadores y escritores religiosos de la Contrarreforma. Según esta interpretación, Guzmán, pícaro y antihéroe, sería la encarnación y trasunto del hombre como pecador, y la historia poco edificante de sus hazañas, recorrido desde el pecado original, a través de los vicios y maldades del mundo, hasta la salvación por el arrepentimiento y la renuncia. A punto de ser liberado de las galeras, Guzmán concluye: "Aquí di punto y fin a estas desgracias. Rematé mi cuenta con mi mala vida. La que después gasté, todo el restante della verás en la tercera y última parte, si el cielo me la diera antes de la eterna que todos esperamos"[2].
La tercera parte no llegó nunca a publicarse. De haber existido -cosa dudosa-, hay que suponer que se trataría del testimonio de la penitencia y el buen vivir del pícaro arrepentido y esto, claro, la alejaría del género y, en consecuencia, del propósito de este artículo.
A modo de conclusión, nos permitiremos agregar que, ya sea por el morbo latente en todo ser humano, ya sea por alguna clase de determinismo inconfesable, solo la fatalidad logra encantarnos, solo la tribulación nos ilumina. Las vidas ordenadas, dóciles, previsibles, nunca serán materia literaria, nunca serán hechos narrables (al menos, no para ser ensalzadas como ejemplo de conducta). La poesía es trágica, y el hombre, arrojado a este árido escenario que es el mundo, carga con sus tragedias y carga con sus virtudes; pobre de aquel que no asuma poéticamente esta condena.
[1] Véase Ángel San Miguel. Sentido y estructura del "Guzmán de Alfarache" de Mateo Alemán, Madrid, Gredos, 1971.
[2] Mateo Alemán. Guzmán de Alfarache, Barcelona, Editorial Planeta, 1983.