Hace años que, en tono de broma, utilizo las redes sociales para sugerir posibles regalos que me encantaría recibir el día de mi cumpleaños. Sé que podéis pensar que es frívolo o interesado peor en realidad comencé con esta curiosa costumbre cuando en mi entorno empezaron a frustrarse un poquito al no acertar con sus detalles. Que si eres muy difícil de contentar, que si uno nunca sabe, que si eres exigente… Lo cierto es que yo le ponía tanto amor a los regalos que le hacía a los demás, con postales hechas a mano, envoltorios originales o mucho cariño en paquetes pequeños o grandes, que me ponía un poca tonta cuando no me encontraba lo mismo en los míos. O cuando no lo sabia ver, porque ahora tengo claro que eso siempre estaba. Siempre.
Eso me pasaba antes, cuando era pequeña. Ahora firmaría una lista larga larga de peticiones que no tienen nada que ver con lo material pero que son de esas cosas que a uno le llegan al alma: pediría siempre un vale para solucionar el mundo con el café de después de comer, un abrazo antes de acostarme, que contesten al segundo tono cuando saben que la llamada es importante, que si me ven cómo me esfuerzo me hagan la vida más fácil. También un curso acelerado de contabilidad y una solución para los problemas con Hacienda. Confianza para cuando la desconfianza te rodea. Propuestas que llegan antes de hacer propuestas. Ideas que nacen antes de ser tareas. Palabras que que ayudan a que las situaciones no se hagan feas. Indiferencia pediría a veces, también. Y diferencia.
Mucha ilusión, para pasar todos y cada uno de los días.
Y mucho tiempo para disfrutarlos en buena compañía.