Reinventarse a los casi cuarenta (por Ana)

Por Imperfectas

Canastilla realizada por mí para un bebé cuyos padres son muy fans de Batman


Hoy escribo desde el optimismo… Estoy sentada cara a la ventana por la que entra la luz que inunda el salón… Estoy sola en casa, por primera vez desde hace meses, sola, con la única compañía de mi perro Jarete, que duerme plácidamente tumbado todo lo largo que es para recibir los rayos de sol que realiza extraños dibujos en el suelo. Una taza de café junto al ordenador, la brisa que de vez en cuando remueve mi pelo… Es uno de esos momentos en los que sabes porque la vida engancha, porque merece la pena luchar por ella y arañar cada uno de sus segundos.
Este día tiene una especial importancia porque se me regala tras una época mala, muy mala, de una maldad que no eres capaz de imaginar hasta que te toca vivirlo. Sospechosamente, las cosas se han puesto un poco en su sitio, me han dado una prórroga inesperada, que no pienso desaprovechar. Y de todo se aprende y se sacan cosas positivas. Cuando estás al borde del abismo (al que desgraciadamente he de volver tras este tiempo regalado, pero ese es otro tema) tu mente se abre paso entre el dolor, se hace un huequito para permitirte no caer en la locura absoluta. Empiezas a pensar en tu vida real, en lo que es y lo que desearías que fuera, en los momentos que has aprovechado y en las cosas que te han hecho perder el norte y la felicidad. Y sacas conclusiones, muchas… E incluso, si tienes suerte, tomas decisiones inmediatas o a largo plazo. Por suerte, yo puedo tomar esas decisiones, la suerte me ha proporcionado un poco más de tiempo para disfrutar de esa persona a la que tanto amo, a planificar con más tranquilidad mi futuro laboral, el personal me viene determinado por el fatalismo…
Mi elección está clara: quiero ser feliz, todo lo feliz que pueda, tan feliz como he sido durante diez años, en los que me he sentido como una reina, cuidada, amada, deseada… pero en los que mi vida laboral se interponía en ese paraíso que era mi hogar y mi pareja. Ahora quiero hacer algo que me llene, que me proporcione momentos de alegría y satisfacción… Y quiero hacer de mis hobbies mi medio de vida. Sé que es difícil, que tengo una edad complicada, rondando los cuarenta, pero también he visto claro que nunca es tarde para nada, que con esfuerzo se puede llegar donde sea… y con ayuda… y gracias al cielo, tengo una red familiar y de amistad que sé que van a hacer todo lo posible y más allá por ayudarme a sacar adelante mis proyectos.
Todavía no tengo claro que es lo que quiero hacer, pero tengo claro que estará relacionado con la costura, el ganchillo, el bordado… todo aquello que me apasiona, lo que ha conseguido que hasta ahora, durante estos cuatro años rodeada de enfermedad y dolor no me haya vuelto loca del todo. Quiero prepararme, estudiar algo relacionado con textiles (aprovecho para pedir que si alguien conoce algún sitio donde den clases sobre arte textil, distintos tipos de telas, cómo tratarlas, teñirlas, etc, diseño, corte, etc… me lo haga saber, please), ponerme las pilas con el ganchillo y el bordado, empezar a meterle caña a la máquina de coser… Cuando pienso en ello, me siento llena de alegría y un cosquilleo me recorre de arriba abajo, es como un indicativo de que voy por el buen camino…
Este fin de semana, mi hermana y mi madre han estado con una de mis tías abuelas, bueno, una no, MI tía abuela, la que ha ejercido del segundo nombre a falta de abuela real, la que me ha acurrucado, mecido, acompañado, la que hoy en día me regala costureros para que siga con ello. Mi tía cose como los ángeles, hace manualidades como una verdadera diosa, es creativa e ingeniosa… Y a su edad (mucha, mucha) está estudiando ordenadores, como dice ella… Pues bien, esa tía nos recordó algo que habíamos olvidado. Cuando mi madre le contó mis planes, mi tía le comentó que estaba claro, y que debía ir por ahí, que siempre me había gustado. Y les enseñó unas servilletas de trapo que tenía guardadas desde la época en la que yo debía tener cinco o seis años. Ahora lo recuerdo todo, a esa edad, cuando me quedaba con ella, que era fin de semana sí, fin de semana no, siempre le pedía una de las servilletas para coser. Ella me la daba, y luego se reía porque decía que hacía “culos pollos”. También ahora viene a mi mente lo orgullosa que me sentía de mi obra, los ratos pasados junto a su máquina de coser. Ahora mi madre también ha empezado a recordar y de repente nos hemos encontrado con los bastidores que esta abuela postiza me fue regalando y que tenía guardados en lo más oscuro del sótano de la casa del pueblo de mis padres.

Foto de http://www.decoralia.es/...


Y es que llegó una edad en la que el falso feminismo empezó a hacer mella en mí. Las labores del hogar eran cosas de mujeres reprimidas que tenían la pata amarrada a la cocina. Yo no sería una de ellas, no señora, yo estudiaría, sería una profesional de éxito. Y guardamos los hilos y los bastidores, y las agujas de ganchillo que me dio mi verdadera abuela, y dejé de pedir a mis padres un curso de corte y confección, al cual ellos también se negaron porque pensaban lo mismo que yo, que su hija iba a ser una mujer moderna y trabajadora, no una mujer que perdía el tiempo entre costuras… Ahora mi madre es mi más ardiente fan, su ánimo y sus consejos son una de las bases de mi decisión.
Ahora está claro que cuando algo va dentro de ti, tiene que salir, y a mí me ha salido a los casi cuarenta… Pues bienvenido sea, ahora a recuperar el tiempo que no he dedicado a mi verdadera pasión, ahora a formarme rápidamente y a intentar vivir de mi pasión. Por mi tía, por mi madre y sobre todo, por mí.