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Vivimos en la sociedad del rey Midas. Pero el cuento es distinto, parece que todo lo que tocamos se convierte en pobredumbre, en óxido, en carbón que se desmiga. Las instituciones, el estado, las previsiones, el futuro, la educación, la sanidad, lo cotidiano...
La afección llega hasta nuestra vida personal y contamina nuestros sueños, intoxicados como están con tanta imagen y mensaje dañino. Nuestras relaciones se resienten, nuestra serenidad se resquebraja.
No somos capaces de sostener a nuestras parejas al no tener suficiente equilibrio para nosotros mismos, no somos capaces de tejer relaciones sólidas en un tiempo rápido y fluido que nos lanza a gran velocidad río abajo.
La complejidad circunstancial que vivimos no es razón suficiente. Todas las épocas se han enfrentado a sus dificultades. Nuestro talón de Aquiles sigue siendo el mismo que el de los antiguos: adolecemos de suficiente consciencia. Perdemos el contacto con nosotros mismos, con nuestras necesidades y deseos, con nuestros sueños e ilusiones... lo que nos veta el acceso a los de los demás. Los sueños que no se comparten se desvanecen, algo tan frágil precisa una custodia delicada. Los demás nos la ofrecen, allí donde nuestra limitación nos impide seguir.
Recordar que somos una especie capaz de soñar es esperanzador. El día que reconozcamos que esos sueños son reales, son vida verdadera, aprenderemos por fin a sonreir.