Foto de Tom Godber
Quedamos en la calle Atocha, necesitaba comprar una maleta y me pidió que le acompañara. Lo hice encantado sabiendo que aquello era una despedida. Su vida iba a cambiar radicalmente, estaba a punto de dar uno de esos pasos singulares en los que dejamos atrás todo lo vivido y nos lanzamos de bruces a lo que nos queda por vivir. La maleta era preciosa, un modelo grande de cuatro ruedas ligero pese a su resistencia. En ella metería todas sus pertenencias, lo que no cupo lo regaló. Fuimos a tomar un café y hablamos de esto y aquello, atendiendo más a lo que no decíamos que a las meras palabras. Un intenso sentimiento agridulce me embargaba mezclando la alegría por asistir a un alumbramiento con la pena por ver alejarse al amigo. La maleta acompañó nuestra conversación y un pequeño paseo. Su mutismo hablaba de lo por venir, su vacuidad de la levedad humana que cantan los poetas. Nunca antes había escuchado a un objeto hablar tan claro. Tras darnos un abrazo seguimos cada uno su camino, yo hacia Sol, él con su maleta hacia una nueva vida.