Relatos COSOqueTEcoso (IX)

Por Cqtc
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Entre puntada y puntadaIX

 —A ver, señoras, retírense, dejen sitio y no taponen la puerta. A un lado, que corra el aire, como en los bailes —. El doctor Ullastre se llegó hasta la vecina arrodillada—. No, usted, no. Siga apretando hasta que yo le diga, por favor.—Luis —se hizo notar don Mauro.—Sí, Mauro —contestó el médico rodilla en tierra.—Has de saber que esta muchacha está en estado de buena esperanza.—Vaya, eso complica las cosas.—Será pa ustedes. Pa nosotras es normal— intervino la señora Casta, que sintió el respaldo de las allí reunidas.—Sabrán éstos…

El doctor Ullastre limpió y taponó la herida, tras lo que vendó el abdomen de la Gertru. Después la auscultó y la miró el interior de los párpados.
—No ha perdido mucha sangre. Pero este vendaje aguantará poco. Hay que coser la herida. Vamos a llevarla a…—¡La virxe! ¿Qué ye lo que pasó equí?(1)El vozarrón del mozo de cuerdas resonó en el portal al ver tanta gente en tan reducido espacio. Un armario de dos cuerpos cegó la luz que entraba de la calle. Aquel corpachón hizo que el resto de personas que ocupaban el portal se encogieran para dar cabida al guaje. El asturiano dejó caer la soga que traía al hombro y sin mediar palabra, mas que el saludo estentóreo, intentó hacerse con la Gertru.—Espere, espere, buen hombre. Esta mujer está herida. Un poco de delicadeza…—Pos carru nun tengo, caballeru(2)—No se trata de ruedas, sino de tiento, hombre. Cójala con cuidado y sin moverla mucho— ordenó el médico.—¡Ah, bueno! —. Y aquel mocetón astur, de nombre Pelayo, levantó del suelo a Gertru como el que coge a un recién nacido. Y dando muestras de su profesionalidad añadió—. ¿Al hospital?—No, a la casa de socorro, le van a atender mejor y está más cerca(3)—Ah, ya. Na cai Eloy Gonzalo(4)—Sí —confirmó el médico lacónicamente —. ¿La familia?—Aquí —contestó la Reme—. Bueno, no, pero casi. La Gertru es persiana del mocetón este.—Pos como m'atope yo al que-y fixo esto…(5)—Está en Madrí sola. Bueno, no… Vive con nosotras… Yo le acompaño.—¿Adónde vas tú con tu pierna? —se interpuso la señora Casta—. Anda, acaba de tender, que ya voy yo. Hay una tiradita hasta la casasocorro. Además eres menor. No sea que pidan algo los matasanos. ¡Ah!, y echa un vistazo al puchero, no sea que las patatas se queden sin agua. Cuando estén las retiras del fogón y las tapas. Luego las remato yo.—Pues entonces, lleve usted mi tar… —don Mauro no terminó la frase dirigida a la señora Casta, ni tampoco el ademán para sacar algo del bolsillo interior de su chaqueta—. No, déjelo. Ya veré yo.

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La Reme no se subió a tender ni a atender pucheros. Después de que arrearan madre y mozo cargado con la Gertru, quedó en el portal a la espera del diagnóstico que, tras el titubeo con la señora Casta, don Mauro pidió al doctor.
—Ha tenido mucha suerte esa chiquilla. Supongo que, en un acto de autodefensa, interpuso el capacho entre ella y su agresor. Y el mimbre actuó de escudo. Lo que podría haber sido una herida mortal se ha quedado en un pinchazo de un centímetro y medio o así. No ha dañado ningún órgano ni arteria importante. Y su embarazo no corre peligro alguno. Aunque hayque coser la herida , curarla y cuidarla.—Muchas gracias, Luis. Me pasas la minuta.—Favor con favor se paga. Y además esta gente… En fin, que nos veremos por el Casino. Eso si te acercas, que ya no se te ve el pelo por allí.—Ando un poco desganado. Gracias de nuevo. Nos veremos.

Ya sin la protagonista, los invitados a la fiesta sobraban, así es que cada uno se fue a lo suyo. Si bien la Reme no se subió sin agradecer a don Mauro su intervención.—Muchas gracias, don Mauro. No sé como agradecerle su medicación en este espantoso asunto.—La medicación se la pondrán en la casa de socorro. Mi mediación no tiene importancia. Cuide a su amiga. Adiós Reme.—Pero la policía…—No se preocupe, en la casa de socorro darán parte. Adiós, buenos días. Me esperan en la fábrica.Y la Reme se subió a tender sin saber que su vecino la mentía, porque don Mauro no se dirigió a la calle Caracas, sino a Eloy Gonzalo con la intención de dar su tarjeta a los sanitarios por si la policía necesitaba algo de él, ya que se sabía único testigo de lo acontecido. Si bien, tanto la señora Casta como él, supieron que era una simple excusa.———— o O o ————

A casa no podía volver. Sería el primer lugar donde le buscarían. Ni a ninguna taberna conocida, ése era el segundo lugar de la lista. Aunque “a quién iba a importar la muerte de una sirvienta asturiana ya muerta de hambre”. A él, no. Él era un hombre de la cabeza a los pies. Aunque esos iba a usar para huir. No podía arriesgarse a tomar nada para sacarse unos cuartos. Una cosa era una paliza por coger lo que no era suyo, y otra muy distinta lo que le podía caer encima por deshacerse de una mujer, aunque fuera una golfa. “Mira que hacérselo con el señorito. Todas igual de marranas”.
Se levantó del poyete de la fuente, e hinchó el pecho al pensar en los comentarios que a esas horas correrían por el barrio. “Qué sabían pensao del Anselmo”.
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Pero Anselmo se equivocaba. La noticia del día no fue la muerte de la Gertru, aunque se comentó. Primero porque no se produjo, y segundo, porque un herido nunca supera a un muerto. Y el fallecimiento, si bien se produjo lejos de Chamberí, la nueva tardó poco en viajar hasta la portería de la calle Luchana 22. Apenas medio día. El telegrama que comunicaba la muerte de su hijo a doña Virtudes(6) cayó de sus manos al desvanecerse en la puerta de su casa frente al empleado de correos que se lo entregara. Cartero que “no pudo por menos que leerlo” antes de hacerse cargo de la desfallecida. Para lo cual llamó a la portera. Una vez atendida doña Virtudes por la nueva sirvienta, cartero y portera tuvieron su aparte a través de la ventana de la portería.

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—Amos que ocurrir a la vez —exclamó la señora Julia mientras disimulaba regando los tiestos.—¿Cuálo?—Pues, mira Isidro, que el señorito Luis, el muerto del telegrama, fue quien dejó embarazada a la moza que esta mañana atacaron ahí al lao, en la calle Españoleto.—No me diga.—Claro que le digo. Y le digo más. Ha sío el mismo. Ha sío el jodío ese del Anselmo. Si lo sabré yo.—No pué ser —contestó el de correos—. El que disparó la escopeta ayer no pué haber llegao tan pronto aquí. Además, el telegrama habla de un accidente de caza.—Ya, ya. Los pudientes siempre tapan sus asuntos. Lo sabré yo que sirvo de tapadera a más de uno y de una. Si esta boca hablara…—El telegrama es de la Guardia Civil— certificó el cartero.—Pues no pué ser casualidad—insistió la portera que no se daba por vencida.

———— o O o ————El paso de la Gertru por la casa de socorro no fue excesivamente largo. A pesar de que la policía se personó allí para luego proceder a la denuncia, pasadas unas tres horas ya estaba de vuelta en casa de la señora Casta. Allí entre ella y la desmejorada relataron a la Reme las nuevas.—Seguramente vendrán por aquí otra vez. Al menos para hablar con don Mauro.—Pues no está aquí, sa ido a la fábrica —puntualizó la Reme.—Después de acercarse a la casasocorro.—Pues a mí me dijo…—Ya, pero a él su corazón le dijo otra cosa.—Bueno, ¿y tú cómo estás? —se interesó la Reme que no entendió a su madre.—Me duele, pero na…—Ya sabes, tiés que beber mucho líquido y moverte poco. Y en una semana nos acercamos otra vez a la casasocorro. Mira, me voy a poner a hacer un buen caldo, y va a ser pa ti entero. Anda, Reme, acércate al mercao y te traes el apaño pal caldo. Que te lo fien.—Señora Casta, yo tengo una peseta —ofreció la Gertru.—Pues te la guardas, que falta te va a hacer, hija.Ese día la Gertru no iría coser a casa de doña Consuelo. Le tocó a la Reme relatar los acontecimientos a la jefa, que sólo dejó de preguntar mientras escucharon la novela.—Y no te dejes ni un detalle, Reme.Aunque tampoco dejaba paso a las respuestas.—¡Madre de Dios bendito! Para haberla matado. Será sinvergüenza el guaperas ese. Rubito y mono como él solo. Pero cuenta, cuenta, que va a empezar el serial.Así, entre puntada y puntada llegó la calurosa noche. Y por tercera vez en ese día, aunque ya fuera pasada la media noche, ocurrió una desgracia. Ésta más cotidiana, pero no menos grave.

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La muerte y el amor rondan la vida. Y si no van de la mano es porque la sonrisa del segundo desagrada a la primera. Cada uno de ellos gana su batalla, pero el ser humano, hasta hoy, gana la guerra; a pesar de sí mismo. No se puede caminar solo y sin amor, como el Anselmo o el señoritingo, el que lo hace, camina hacia su propio funeral(7). Porque es el desamor quien da la mano a la muerte.
 [Continuará]

Fe de erratasEn la entrega anterior (VIIIª) decía: “El ruido del agua, al caer sobre la ya caída desde el caño que pisa la diosa Lozoya”. Es un error, la figura que pisa el caño en forma de ánfora no es una diosa, sino un hermoso joven, una alegoría del río Lozoya. Me lo ha hecho saber Ligia, y se lo agradezco. Aquí queda corregido. Gracias, Ligia.

(1) Asturiano: ¡La virgen! ¿Qué es lo que ha pasado aquí?(2) Asturiano: Pues carro no tengo, caballero.(3) La casa de socorro de Chamberí estaba en la calle Eloy Gonzalo antes de 1925 según un artículo de ABC del 3/9/1931. Para leerle pulsa aquí.(4) Asturiano: En la calle Eloy Gonzalo.(5) Asturiano: Pues como me encuentre yo al que ha hecho esto…(6) Ligia, al emitir su voto, comentó que esperaba “que el que no se vaya ‘de rositas’ sea ‘el jodido señorito’ aunque ya esté en el olvido, porque ya sería mucho montar una historia paralela”. Pues no, no se ha ido de rositas el jodido señorito, sino de caza. Aunque es la historia del cazador cazado, jeje. Y tampoco ha habido que montar otro relato como verás. Agradezco vuestros comentarios porque me aportan “chicha” para el relato que estamos construyendo. Intentaré dar salida a todos.(7) Walt Whitman: “Que aquel que camina sin amor una legua siquiera, camina amortajado hacia su propio funeral”. Hojas de hierba, 1855. Traduc. León Felipe.