Relatos de COSOqueTEcoso (X)

Por Cqtc
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Entre puntada y puntadaX
Allí sentado, junto a la fuente del Canal, mecido por el ruido del agua al caer, Anselmo reguló sus pulsaciones. De algún lugar le vino una punzada de atrición, que no de contrición. Este dolor y pesar no lo sentiría nunca. La poca educación recibida basada en el premio y el castigo, obligaba a ello. Le vino a la cabeza su primer acto profesional, su primera toma, y tuvo la sensación de bilocarse. 

Hospicio de San Fernando de contenidos.educarex.es

Se vio en el comedor del hospicio de San Fernando, donde se crió hasta que se escapó de las clases de cajista, de la tiranía de las monjas y de las deplorables condiciones del hospicio-inclusa(1). A través de una ventana se reconoció en la fila de salida del comedor. Iba el último y sor Caridad ya había salido con el primer hospiciano, hecho que contradecía las normas del hospicio. El hambre, a pesar de haber comido unas sopas, le hizo extender el brazo y agarrar un chusco de pan negro de una mesa que no había servido a comensal alguno. Quizá lo haría en el siguiente turno. Lo escondió entre la ropa y tentado estuvo de coger otro, pero con diez años no se tienen recursos para tanto. ¡Y menos mal! Aquel horrible hurto tuvo consecuencias. Una fue que mitigó en parte el hambre de Anselmín en el váter. El otro el sentimiento de haber pecado horriblemente por dejar a otro niño sin comer, como dijera la madre superiora en la capilla a media tarde. Porque el momento de la merienda se dedicaba a rezar para dar gracias a Dios por los escasos alimentos recibidos. Ante aquel cuadro de un espadachín que miraba extasiado a una Virgen con el Niño a cuestas y rodeada de ángeles(2), uno se sentía mínimo, reducido de voluntad y capaz de creerse cualquier cosa. —Si no sale ahora mismo el responsable, la ira de Dios caerá sobre él, al igual que la espada de San Fernando y mi propia vara.

San Fernando ante la Virgen
de ceres.mcu.es 

Anselmo pensó que la ira de Dios podría ser, porque Él lo veía todo, pero tanto la espada del santo como la vara de avellano de la madre Angustias iba a ser más difícil, porque nadie le había visto coger o comerse el trozo de pan, y, además, San Fernando no apartaba la vista de la Virgen. Por eso, y por el miedo, no dijo nada, sino que hizo, aunque por otros motivos, lo que todos sus compañeros: temblar y mirar hacia el suelo de la capilla, mientras la monja seguía con las desgracias divinas que podrían caerle al ladrón sin conciencia. Infortunios todos cercanos a quedarse manco de la mano usada para tomar lo que no es tuyo, ni se te da por la gracia de Dios, pues, aquél que no ha conocido a madre ni padre, como vosotros, sólo tiene derecho a agradecer humildemente lo que la caridad pone en su camino.—Y sobre su conciencia caerá el hambre del niño que hoy no ha podido comer.Y en eso sí tuvo razón la madre Angustias, porque, aparte de mitigar su hambre, el mendrugo de pan también le quitó el sueño. Por las noches, aquel crío tan olvidado, que no constaba ni en el rol de la inclusa, no hacía más que pensar en el compañero que no había podido comer. La desazón llegó a tal extremo que cayó enfermo. Y en la enfermería la fiebre trocó en ira por la sencilla razón de que la culpa, cuando explota, tiñe de propio todo lo ajeno. Quince años le separaban de aquel momento. Quince años que ni recordaba. ¿Para qué? “Seguro que todas mis desgracias vienen de ahí”. Y cayó en la cuenta de la diferencia entre aquello que acaba de hacer y aquello que recordaba. Si en el hospicio nadie le había visto tomar el pan, en el portal de la Reme muchos le habían visto herir a la Gertru. Bueno, herirla solo uno, pero salir por patas muchos. De eso estaba seguro. Y aquella atrición del primer día volvió multiplicada por su edad y las repercusiones de su último acto. Para Anselmo, una cosa era tomar y otra quitar, y en esta ocasión había querido quitar dos vidas. Sus autodefensas se habían educado para convencerle de que tomar lo ajeno era tomar lo que la vida ponía en su camino, pero hacer sangre no entraba dentro de aquella conciencia fabricada para sobrevivir. Con lo que sus pulsaciones volvieron a dispararse. Y como ya ocurriera en la enfermería del hospicio, Anselmo estalló. Se echó las manos a la cara y las lágrimas brotaron como el chorro de la fuente. Y pensó que si por tomar un trozo de pan por hambre acarreaba la pérdida de una mano, qué acarrearía matar a dos inocentes. Esta vez los temblores eran convulsiones de un llanto que le brotaba porque su cuerpo sólo encontró una salida, aunque su mente le proponía otra: entregarse. Purgar su pena. Pagar todos los desaguisados realizados. Al final aquel sentimiento de culpa por haber dejado a otro niño sin comer, salía a la luz. Por eso y, aun en sus circunstancias, maldijo a la madre Angustias:—¡Mala puñalada la den, madre!Lo que nunca sabría Anselmo es que muchas noches el pan sobrante del día anterior, ya duro pero empapado en agua, se usaba para alimento de las palomas que vivían en torno al hospicio, porque, según aquella sierva de Dios, también eran criaturas del Señor. Para aquella mujer fu siempre más importante la inocente imagen de un Espíritu Santo que el santo espíritu de un inocente.
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Decíamos que tras el ataque del Anselmo a la Gertru y la muerte del padre de su hijo en camino, la tercera desgracia vino de una forma cotidiana. Y volvió a visitar el sotabanco de la calle Españoleto. 

—¡Yo no sé cómo vamos a acabar con estos calores! —protestó la señora Casta—Yo, cocido —contestó el señor Jesús que fue malinterpretado.—Tú siempre con el pensamiento entre el plato y la cuchara. Más te valdría acercarte a la plaza y traernos a las tres una poca de agua de cebada fresquita. La Gertru tié que beber mucho líquido.—Pero Casta, ya es mañana. Es más de media noche.—Pues no dejes pa mañana lo que pués hacer hoy, Jesús.—Está bien, mujer. Todo sea por ver alegrar la cara a esa pobre. Me levantaré…—Y la vuelta deprisita, que no se caliente el agua ni la cebada.—Encima con exigencias… Antojos… Ni que fueras tú la preñá.El señor Jesús se mal vistió y salió renegado y con paso cansino de su casa. Aunque, antes de traspasar el umbral de la puerta abierta de par en par, tuvo que oír el último reproche por su mala cabeza.—¿Aonde vas con las manos vacías? —gritó desde la cama la mujer.—No voy a pelo, perras llevo —se defendió el marido, palpándose el bolsillo.—Sí, habló el buey y dijo mu(3). ¿Te vas a traer el agua en los bolsillos? Anda, coge la lechera… ¡Qué noche, válgame el cielo! Ni questuviéramos en Toledo(4)Más de un vecino hubiera dado la razón a la señora Casta de haberla querido contestar, porque oírla, la oyeron casi todos, por lo menos aquellos que dormitaban entre el tercer y cuarto piso, donde más calor se acumulaba. El caso es que el malmandado, con el rapapolvo en los oídos y la lechera en la mano, inició la marcha. Ya por la puerta de don Mauro, ésta cerrada, había dejado atrás la regañina. La boca se le hacía agua. Ya saboreaba la horchata que se iba a tomar en revancha por las molestias del capricho marital.El camino de ida se le hizo largo por el deseo y la sed acrecentada por la idealización de la bebida valenciana. Y sus quejas volvieron porque al llegar a la plaza de Chamberí, el kiosco estaba ya cerrado y el más cercano se encontraba en la glorieta de los Cuatro Caminos. —Pos vaya caminata. Pero, no hay tutía(5).

Llegó al segundo kiosco cuando estaban con la última labor del día. “Menos mal…” pensó.

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—Horchata queda poca.—Pa un vaso sí habrá, ¿no?—No sé yo —contestó el kiosquero al rebañar con esfuerzo de la garapiñera—. Vamos a ver…Y por desgracia casi se llenó el vaso que tanto ansiaba el señor Jesús, y que se tomó de un solo trago.—¡Aggggg, qué rica! —exclamó—. Y ahora ponme tres raciones del agua de cebada en la lechera. Y tié que llegar fresca, ¡eh!—No se preocupe, lecho hielo granizao, total, lo iba a tirar. Y además no le cobro la poca horchata tomada.

De esa guisa el señor Jesús se llevó una alegría allí mismo. Y a casa tanto el agua de cebada en la lechera como el cólico de Madrid(6) en el estómago. ———— o O o ————Amaneció en Madrid sin que nadie durmiera mucho y el señor Jesús menos, porque se pasó las últimas horas sin dejar que ningún vecino usara el único retrete que había en el cuarto piso de su casa. Pero no acabó ahí la cosa. Aquella horchata mal tomada y peor servida, por llevar restos de plomo y vaya usted a saber qué más, terminaría por llevársele en pocos días y con muchos dolores, como reza el dicho, de Madrid al cielo. Y no sería porque el doctor don Ignacio Mª Ruiz de Luzuriaga no lo avisara ya desde 1796 y por escrito. Pero, ¿qué analfabeto lee un tratado de medicina?(7)Por su parte, tampoco durmió mucho el atacante, por los mismos calores, que no síntomas, y por sus pequeños compañeros de jergón. Cuando despertó tuvo que hacer un esfuerzo para ubicarse en la de casa de dormir(8) donde se alojara esa noche, tanto para descansar como para pasar desapercibido. Y aunque él no lo supo nunca, a pesar de llevarse a cuestas a sus compañeros de cama, chinches, piojos y pulgas, tuvo más suerte que el señor Jesús.  

De srabsenta.blogpost.com.es

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—Esos son maneras y no las del gobierno —gritó el frutero al ver venir a la Reme con el vestido blanco lleno de flores y el pañuelo a la cabeza. Y después voceó lo barato que tenía las verduras.En principio, la joven costurera no se dio por aludida, pero al insistir Venancio con un “chulapona con garbo llena de flores”, no pudo por menos que encarársele y contestarle. —Mucha guasa es lo que tú tienes, me paece a mí.—¿Por qué lo dice la damisela? —siguió en sus trece el de las acelgas baratas.—¿Yo no me meto con tu persona? Tú te ríes de mi tara —el enfado de la Reme la encendía las mejillas.—Yo tampoco, la ensalzo. Me encanta el vaivén de tu cuerpo —se atrevió Venancio, que ese día estaba embalado.—Si llegara, te daba una bofetada, faltón, que eres un faltón.—Hablo en serio, Reme. Mira, si encuentras una pieza de fruta sin alguna maca, salgo del puesto y dejo que me abofetees. Nada es perfecto. Mira, ni esta preciosa naranja se salva.La Reme pareció entender al frutero y cayó en la cuenta de que la llamaba por su nombre. Ella nunca había comprado en ese puesto.—¿Entonces, no era chufa?—No, era naranja. La chufla no me gusta tampoco a mí.  Y para demostrártelo te invito a la verbena. Tanto lo entendió la joven que hasta se puso en su lugar de mujer y aplicó los consejos de doña Casta: “Nunca se lo pongas fácil a un hombre, hija, pero dale cuerda y no se te irá”.—Pues no, guapo. No estoy dumor. Tengo al padre en cama y a lamiga convalecienta, lo siento.—Quien más lo siente es mi menda. Yo quería presumir de acompañante en el baile y no va a poder ser —. Y como Venancio viera que por lo personal había fracasado, de momento, entró por lo comercial—. ¿Pues venga, qué te pongo, princesa?La Reme dudó, no pensaba comprar allí ni los tomates ni los pepinos, pero ¿comprar formaría parte de largar cuerda? Decidió que sí.—Anda, ponme un kilo de tomates maduros y dos pepinos si son hermosos, si no tres.Venancio, criado como hombre y verdulero, aprovechó la ocasión para presumir en lo personal y en lo comercial, aunque la cándida Reme no le entendiera en lo primero.—Reme, en esta casa los pepinos son siempre muy hermosos. Con uno tendrías suficiente, pero te voy a poner dos, y a cobrar uno, por lo maja queres. —Mía tú, palgo bueno ha servío mi cojera.
 [Continuará]

(1) Pérez Galdos en su Nazarín habla del juez de la Inclusa. En el ejemplar que poseo en la pág. 358, nota 102 se explica que: “El asilo se inauguró en mayo de 1879, y tomó este nombre porque en él se colocó la imagen de Nuestra Señora de la Inclusa que había sido traída en el siglo XVI de la isla de L’Ecluse (Holanda)”, edición de Juan Varias, © Ediciones Akal, S.A., 2001. El Drae (23ª ed.) también lo recoge en la entrada inclusa: “De nuestra Señora de la Inclusa, imagen de la Virgen traída en el siglo XVI de la isla L'Écluse, en Holanda, y colocada en la casa de expósitos de Madrid”.

(2)Curioso lo de este cuadro. Se diría que es un Guadiana, ya que apareció, despareció y volvió a aparecer, eso sí, en el mismo sitio, según se lee en un artículo de El País de 22 de febrero de 1994 firmado por Carolina Díaz: “Nadie contempló en el último siglo el cuadro San Fernando ante la Virgen, del artista barroco Lucas Jordán, pintado en torno a 1702. Extraviado en la segunda mitad del siglo pasado, su paradero se descubrió hace tres años por casualidad. La obra seguía en su sitio, la capilla del Museo Municipal [antiguo Real Hospicio del Ave María y San Fernando], pero había sido repintada para tapar piernas y brazos angelicales desnudos e iluminar las penumbras del barroco con tonos azules. El cuadro ha sido restaurado y se exhibirá públicamente…”. Fuente elpais.com(3) Ya lo cita Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española de 1611: “Habló el buey y dijo mu, del hombre que por ser ignorante calla, y si le acontece hablar, dice una gran necedad. (Tesoro de la lengua castellana o española, 1611, edición integral e ilustrada de Ignacio Arellano y Rafael Zafra, ed. Iberoamericana, 2006, pág. 364). También Gonzalo Correas alude a él en su Vocabulario de refranes y frases proverbiales de 1627 (ed. Castalia, 2000, pág. 374, H80) en el mismo sentido: “Cuando el que sabe poco se mete a hablar, y dice sin propósito alguna razón necia”.   (4) Clara alusión de la señora Casta a pasar una noche toledana. Según Sebastián de Covarrubias: “Noche toledana, la que se pasa de claro en claro sin dormir porque los mosquitos persiguen a los forasteros, que no están prevenidos de remedios, como los demás”, (Tesoro de la lengua castellana o española, 1611, edición integral e ilustrada de Ignacio Arellano y Rafael Zafra, ed. Iberoamericana, 2006, pág. 1313).(5) Ver escrito así “tu tía” como decimos ahora, no sería lo correcto, aunque el DRAE lo admita; porque lejos de hablar de un familiar, de lo que se habla es de un remedio medicinal para los ojos; ungüento hecho con atutía, que no es ni más ni menos que óxido de zinc. Pero como el idioma lo hace quien lo habla… No haber tutía es no haber remedio, y ese remedio se refiere al ungüento y no a alguna de las hermanas paternas. Y ya lo cita Espinel en su Marcos de Obregón (1618): “la gente que más bendiciones me echa es la que curo de la vista con (…) cierta confección que yo sé hacer de atutía…”. Fuentes: Diccionario de la RAE. Diccionario de Autoridades. Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón (Real Academia Española, Biblioteca de los Clásicos, Caja de Ahorros de Ronda, 1990, edición facsímil). El porqué de los dichos, José Mª Iribarren, (ed. Aguilar, 1955).(6) El cólico de Madrid era llamado así, fuera de la capital, por la cantidad de enfermos y muertes que se produjeron en esta ciudad, y en el resto de España, el uso de recipientes de estaño, cobre o peltre. Uso que viene de muy antiguo. Ya en 1751 un médico, el doctor Monardes, avisó del peligro de estos recipientes. Para saber más pincha aquí o aquí.(7) A principios del siglo XX "las mayores tasas de analfabetismo se encuadraban dentro de las capas sociales más desfavorecidas. Así, si ponemos el nivel de alfabetización en relación con otros indicadores de estatus, ser analfabeto suele ir de la mano con el hecho de vivir en una casa de baja renta –y por tanto, de pésimas condiciones de salubridad e higiene–, con tener un trabajo inseguro y un salario –cuando se tiene– que no ofrece más que lo justo para subsistir. En definitiva, saber leer y escribir son habilidades con las que cuenta el grueso de la población, pero que continúan siendo ajenas a una parte de ésta por una cuestión de discriminación que opera sobre la base del género y la clase”. Luis Díaz Simón, El casco antiguo de Madrid a principios del siglo XX, Master en Historia Contemporánea, 2010.(8) Casa de dormir: “Aquella en que se da hospedaje solo para pasar la noche”, DRAE. Casas “destinadas a recibir los desheredados, pertenecientes a la última escala social, que pagan de 0,10 a 0,20 céntimos por el albergue de una noche", P. Hauser, hablando de las casas insalubres en su Madrid desde el punto de vista médico-social, 1902, ver fuente. Y las había peores, en una de sus novelas, no recuerdo cuál, Pio Baroja describe el Mesón de la cuerda de Madrid, llamado así porque la gente dormía apoyada en una cuerda, o como algún extremeño o salmantino diría “sostibado” en una cuerda, que cruzaba una estancia.