Relatos de COSOqueTEcoso (XXV)

Por Cqtc

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Después de hacer y firmar con una equis su declaración, Venancio salió del cuartelillo y, cabizbajo, comenzó a andar seguido por la borrica de la que tiraba. La Perla, dócil, parecía entender las circunstancias que su amo vivía. Cuando llegó a la encrucijada de caminos, Venancio se paró. No podía volver a casa, al menos, eso le explicó el teniente Salmerón. Era el escenario de un asesinato y habían precintado la casa. Pero, si iba a Madrid, ¿encontraría a José? Claro que sí, se dijo. ¿Por qué no?, seguro que esperaba los dineros prometidos en la plaza de Olavide. Y, además, no podía dejarle allí tirado, sin más, después de lo que había pasado. Pero tampoco podían volver los dos a lomos del pobre animal. Ya le había dado un buen tute, y el carro, vacío, no pesaba tanto. Se acercó a la bestia, le abrazó la cabezota y lloró. La soledad le embargó y echó de menos a su hermano y a la Reme, el animal no llenaba ningún hueco. Los dos estaban en la ciudad. A los dos necesitaba ver, contarles, abrazarles...

-Vamos, Perla, vamos a buscar al José y a la Reme. Pero primero tengo quengancharte al carro. Vamos, bonita. No puedo dejar que ese tío se salga con la suya y nos arruine la vida.

La Reme estuvo toda la mañana con canciones en la boca mientras hacía la escalera. Y, como su madre había bajado temprano al chiscón, también dio una vuelta a su casa. Cuando bajó se cruzó con don Cirilo que salía a la compra, como siempre, y encontró a la señora Casta entre pucheros.

-Hecho cocido. Ya sé ques verano y hace mucha calor, pero dos meses sin cocido no puestar un cuerpo bien alimentao, así que...

-Ayer vi los garbanzos en remojo. No pasa na, madre, el cocido está mu rico.

-Además pués subirles un poco a la Gertru y a las señoritas. El cocido no se pué preparar sólo pa dos, y si no fuera verano tendríamos resuelta la semana, pero...

-Es mejor que se lo suba, madre. Un día se aguanta, pero con estos calores...

-Pues no sable más... Oye.

-Estabas tú mu cantarina. ¿Por qué tas callao un rato?

-No me callao, he estao en casa.

-Es que le dao una vuelta.

-Hija, eres un tesoro. Ven que te doy un beso -. La Reme se acercó y la señora Casta le plantó un largo beso en la mejilla-. Ay, es que vales pa to, Remedios. Qué bien hice en tenerte y en ponerte el nombre. Y como dicen los castizos, contigo se rompió el molde, hija mía -dijo toda orgullosa la señora Casta.

-Nunca ma contao porqué no tengo hermanos.

-Porque nunca mas preguntao. Pero si lubieras hecho antes, seguramente no tuviera contestao la verdá, pero ya eres mayorcita y estás enamorá.

-¡Madre! -recriminó la Reme.

-¿Es ques mentira acaso? Tas tirao toda la mañana con la Verbena de la Paloma en la boca. ¿Cuándo has cantao tú? Si eres más vergonzosa que los pericones que se cierran a la noche.

-Bueno, madre, cuente, no se me vaya por las ranas.

-Yo hace mucho que no voy a por ranas, hija.

-Usté ya mentiende. Ande.

-Pues, tuvimos miedo, los dos. Tu padre, quen paz descanse, y yo.

-Naciste preciosa, como una flor blanca, bonita, bonita. Pero...

-Ya lentiendo, madre. Yo hubiera hecho lo mismo.

-Pero no lo tendrás que hacer.

-No, madre. El Venancio y yo le daremos unos nietos perfetos.

-¿No corres tú mucho, mosquita muerta?

-Venga, pon la mesa, gansa, questo yastá. ¿Sabes, he estado hablando un ratito con doña Carmina esta mañana. Hablar con esa mujer es como beberse un chato de alegría. Hay que ver, siempre con una sonrisa en la boca y siempre de buen humor. Ya puestar contento su marío. Y, en cambio, se le ve un hombre apagadillo, ¿no?

-No, madre -contestó Reme mientra ponía los platos en la mesa -. Yo diría que es
témido y vergonzoso, pero es mu educao y paece mu listo. -Sí, eso dice doña Carmina, presume de questá to el día líao con los libros.

En la fábrica, los operarios estaban acostumbrados a que, de vez en cuando, el patrón, por un motivo o por otro bajara a pie de máquina. Pero hacía tiempo que los obreros no le veían tan contento. Balín, que nunca se despegaba de don Mauro cuando este se movía por la fábrica, recibió el encargo de traer tantas rosas como mujeres trabajan allí y tantos puros como hombres.

-¿Yo, señor, me cuento?

-Si se lo das a tu padre y no te lo fumas, sí. Pero me tienes que dar tu palabra de honor.

-Se la doy, yo nunca he fumao, señor.

-Ya, y yo nunca me he bebido un coñac -todos los presentes rieron mientras Balín les miraba preguntándose de qué -. Anda, pide dinero a Antón y haz el mandado -. A los dos segundos, se abrió la ventana de la oficina que estaba en el piso de arriba y se oyó a Antón gritar.

-¡Don Mauro! ¿Pero que dice este chico?

-Dale lo que te pide, ahora te lo cuento. Y que le den una nota de lo que le cueste.

-Como usted ordene, don Mauro.

Ese día, el personal de la fábrica salió de trabajar más contento que de costumbre, ellas con su rosa, y algunos con el puro en la boca y otros con el puro en el bolsillo de la chaqueta o de la camisa.

-¿A qué vendrá esto?

-¿Y qué más da, Genaro?, que venga tos los días si quiere.

-Lo mismo sa namorao. Dicen que anda detrás de una modistilla.

-Ya mextraña, este hombre tie mucha clase. Que se la eche de querida, todavía, pero de mujer...

-Tú qué sabrás de las cosas de la vida.

-Más que tú. Yo serví en casa un marqués.

-Ya, y se te pegaron sus ganas de trabajar, porque hoy...

-No te quejes, que hoy tas llevao un buen puro.

-Y tú una buena jorná, aparte del puro.

-Venga, hasta mañana que voy a coger el metropolitano.

-Pos yo, en el coche de San Fernando y me voy a fumar este puro tranquilamente. Mañana será otro día.

Joselillo llegó por todo el morro a la plaza de Olavide subido en el tope del tranvía. Tal vio en la Puerta del Sol hacer, tal hizo, y cogiendo el tranvía en marcha se subió al tope y así se ahorró los diez céntimos del trayecto. Su primer viaje en tranvía fue como ir a la verbena. Contento llegó a la plaza de Olavide. Cuando el tranvía le dejó ver, miró hacia donde ponían el puesto todas las mañanas, pero no vio a quien esperaba. Resignado, se acercó a ese punto y se sentó en el borde de la acera con la cabeza entre las rodillas. Allí esperó. Y allí le encontró Venancio unas horas más tarde.

-Sabía que vendrías. Tengo que contarte muchas cosas, Venan -Joselillo recibió a su hermano más ilusionado que nunca.

-Las tuyas puén esperar, las mías no, José -. La cara de Venancio preocupó a Joselillo.

Venancio no pudo articular palabra. Se abrazó y empezó a gemir. El choque entre la alegría con la que Joselillo esperaba a su hermano y la noticia que adivinaba fue brutal. Venancio tuvo que sujetar aquel cuerpecillo enclenque que se escurría entre sus brazos. Venancio no llegó a hablar, dejó los lloros y se ocupó de su hermano menor que se le escurría de los brazos como una anguila.

Pero José no contestaba, estaba inconsciente. Le cogió en brazos sin esfuerzo y le dejó dulcemente en el carro. Mientras se subía al pescante, sólo encontró en su cabeza una salida. Y hacia ella se dirigió.

Su primera actividad fue la costura, aparte de las clases para aprender a leer y escribir. Remedios, aparte de suministrar trabajo a su madre, también empezó a llevarle pequeños encargos que recibía doña Consuelo, sin que hubiera urgencia en acabarlos. Eso le ayudaría a entrar física y mentalmente en el engranaje del día a día. No hay peor sentimiento que la impotencia servida en el plato de la inutilidad personal. Eso desmorona el alma y la voluntad de cualquiera.

Le era muy grato coser con las hermanas porque, aparte de rezar el rosario, Paulita contaba anécdotas continuamente de su etapa de maestra, como aquella vez que para justificar una falta de asistencia, Rosita, una niña de cuatro o cinco años...

-..., no recuerdo bien, trató de convencerme de que no había podido venir porque estaba en la muerta de su abuela. Sí, en la muerta de su abuela. Luego supe que la niña no mentía porque su abuela materna tenía una huerta en Galapagar. Bendita Rosita, y yo que no la creí...

Así pasaría los días de convalecencia Gertru, unos de mejor humor que otros. Sí descubrió que el arte de la paciencia se le da mejor a los viejos que a los jóvenes, que una de las virtudes más grandes de aquellas dos mujeres tan pías era que le permitían equivocarse sin luego echárselo en cara, siendo su peor defecto el proselitismo o interpretar todo a través de su fe inquebrantable en su Dios omnipresente. En su mente, Gertru comparó el amor que le había declarado don Mauro con el que estas señoritas profesaban por Jesucristo. Y llegó a la conclusión de que todos estaban ciegos, que ese amor provocaba ceguera, pero que jamás provocaría daño a nadie. Le habían dicho que el teniente Benavides había matado a su esposa por amor. Gertru nunca lo creería. Para ella el verdadero amor era entrega y comprensión. Tal como los protagonistas de sus pensamientos expresaban en su día a día. Así quería querer ella, no como el teniente Benavides, el Anselmo o el señorito Luis. Amar no era poseer, sino dar hasta quedarte vacía, al pairo de lo que puedas recibir del otro, de Dios, de una amiga, de una hija, de un padre, de cualquier persona de cualquier sexo, condición, creencia u opinión. Y lo entendió, entendió las palabras de don Mauro cuando le habló de esa sociedad caduca que ella no terminaba de entender.

Ya era capaz de escribir su nombre completo perfectamente, y leer en el periódico las palabras escritas sin comprender su significado. Todo llegaría. Si las circunstancias le hubieran permitido leer el Canto a Mí Mismo de Walt Whitman, hubiera entendido en palabras hermosas y generosas lo que empezaba a sentir por ella misma. Pero es impensable que este canto, dentro de Hojas de Yerba, llegara a sus manos a través de quien le enseñara a leer . Como es natural, el primer libro que las hermanas regalaron a Gertru y a Reme fue Las Moradas de Teresa de Cepeda y Ahumada, cuya calidad como escritora no deja ninguna duda a nadie, pero que, en cuanto a comprensión, no es un libro para regalar a unas recién alfabetizadas.


-Últimamente te noto con cierto resquemor, Carmina.
-¿Con resquemor? Yo no soy rencorosa, ya lo sabes.
-Sí, tienes razón. Lo mismo que viene la borrasca, se va. El problema es que, a veces, llueve tan torrencialmente que se lleva por medio algunas cosas.
-Lo que tú digas. Lo que sí estoy es dolida, con mi hijo Javier y sobre todo contigo.
-¿Todavía te dura el daño de mi olvido?
-Hombre, es que para ti, lo más importante del mundo debería ser nuestro aniversario. Y nada, ni una rosa, ni un clavel, ni un felicidades -doña Carmina se echó las manos al rostro.
-Ya sabes que ando con la cabeza a uvas y que no doy la menor importancia a mi cumpleaños, por ejemplo.
-Pero yo sí, necesito que me feliciten, y los más cercanos con mayor motivo, el implicado, tú, deberías ser el primero. Te diste cuenta que era nuestro aniversario cuando abriste la puerta y recibiste el ramo de flores de Israel, tu hijo menor. Si no fuera por él...
-Venga, mujer, no puedes dejar que mi, si quieres, indiferencia te afecte así. Soy un desastre, lo reconozco, y tú lo sabes.
-Ah, menos mal que lo reconoces. ¿Cuándo se me ha olvidado a mí felicitarte? Pero el otro día, me callé, a ver si tú eras el primero. Y claro, el señor, ni se acordó.
-Pero no todos somos iguales, ya lo hemos hablado más de una vez. No puede afectarte tanto, repito.
-No te preocupes, yo puedo con eso y con mucho más. Pero es el gran disgusto de mi vida. ¡Don Perfecto! Vaya perfección. A veces pienso que no me quieres, que no te importo.
-No saquemos las cosas de quicio, Carmina. Hay que pensar, perdón, imaginar que no voy a dejar de quererte porque se me olvide felicitarte en nuestro aniversario.
-Ay, si sólo fuera eso... Es que de lo que no te acordaste es de que era el día de "mi aniversario" -Carmina recalcó sus últimas palabras -. Y sabes que para mí, junto con mi cumpleaños, son las fechas más importantes de mi vida. Y en mi cumpleaños también se te olvidó, ¿o no te acuerdas? Claro, cómo te vas a acordar.
-¿Pero qué más puedo hacer? Ya te he dicho que me siento fatal, que lo siento mucho, que, por favor, me perdones.
-Luego lo reconoces. Menos mal, don perfecto reconoce que no lo es: titular del día.
-Eres tú quien me ha puesto esa etiqueta.
-A ver, obligada por ti.

-¡Venanacio! -se sorprendió Reme al abrir la puerta del chiscón-.¿Qué haces tú aquí a estas horas?

-No sabía donde ir, Reme. Mi hermano... Mi madre... -Venancio se echó a llorar.

-Venancio, ¿qué pasa? ¿Y tu hermano?

-En el carro -pudo contestar-. No sé qué tié.

-Pues traelo pacá, hombre -se asomó la señora Casta-. Venga, traelo, ¿a qué esperas? ¡Ay, madre, estos hombres...!

Venancio fue a por su hermano y lo trajo en brazos. Cuando volvió, dejó como pudo a Joselillo en una silla.

-Le dicho lo de madre y se ma caído.

-¿Y qués lo de tu madre? -preguntó la señora Casta poniendo un paño mojado en la frente del muchacho.

-Eso ya no tié arreglo, señora Casta -Venancio volvió a sollozar.

-¿Cómo que no tié arreglo? ¿No dirás que...?

-Sí. Ha sío el desgraciao de mi tío. La matao.

-¿Y cómo ha sío?

-Y qué más da, madre. No ve cómo están. Déjese de promenores ahora, nostá el horno pa pollos-. La señora Casta tomó nota y se centró.

-A este crío yo no sé lo que le pasa, Venancio. Sería mejor subirlo a casa y acostarlo en una cama, y que descanse. No sé... -. La señora Casta acercó los sus labios a la frente de Joselillo y dictaminó-. Fiebre paece que no tiene, pero está mu paliducho. Igual que tú, hijo.

-Venga, Venancio. Cógele, yo voy delante pabrir -decidió Reme.

Venancio subió los cuatro pisos con su hermano en brazos, que terminó acostado en la cama de Reme.

-Voy a ponerle otro paño, espera.

-José, Joselillo, no te me vayas tú también. No me dejes.

-No te va a dejar, Venancio, no te procupes. Eso ha sío la impresión. ¿Pero no mabías dicho que no iba a volver a tu casa?

-Y no volvió. Y menos mal...-. Venancio, al final, se desahogó con Reme que dejó de refrescar la cara de un hermano para abrazar al otro desconsolado. Así les encontró la señora Casta.

-Madre, ¿ha sobrao algo del cocido, a parte de lo que le subío a la Gertru?

-Sí, hija. Caldo. Mira, lo subía por si las moscas.

-Pues caliéntelo. Yo creo questos no han comío mucho estos días.

-¿Por qué dices eso?

-Luego se lo cuento, ahora caliente el caldo, haga usté el favor. Toma, Venancio, pásale el paño a tu hermano por la frente, voy a por una joséfaina con agua y otro paño limpio.

Reme fue a la cocina, y en lo que se entretuvo en coger un paño y la palangana y llenarla de agua, puso a su madre en antecedentes de lo que le había contado Venancio.

-Pobrecillos. Venga, vete pallá, ahora voy yo con el caldito.

Una vez Venancio se tomó la taza de caldo, pareció que se entonaba. Al menos tomó la iniciativa y fue el que intentó que su hermano bebiera su taza de caldo. Josélillo tragó al principio, pero luego se atragantó y tosió sin volver en sí.

-Bueno, algo sa tomao.

-Si mañana sigue así, llamamos a un médico. De momento que pase la noche aquí. Tú, Reme, duermes conmigo. Y tú, te tiras ahí en comedor en una manta. Y mañana tendrás que resolver el entierro de tu madre, ¿no?

-No, señora. Man dicho en el cuartelillo que primero tién que hacerla autosia. Y que mavisarán...

-Pues tendrás que volver a casa, de todas formas. Pero hoy te quedas aquí.

-Sí, yo mapaño en cualquier lao, pero no quiero dejarlo solo. Ustedes sacuesten a descansar y yastá. Yo me tiro aquí a su lao.

-Bueno, pero te traigo la manta y un cojín pa la cabeza. Y tú haces lo que quieras.

-De todas formas es temprano todavía, y hace mucha calor -protestó la Reme.

-Pero tengo que bajar a ver a la Perla, no sé...

-Que baje contigo la Reme, que te animará, seguro. Y de paso, hija, cierras el portal que ya es hora y se ma olvidao. Y se lo cuentas al Marcos. Questé al tanto. Yo me quedo con el crío.

-Venga, vamos, Venancio -apuró Reme con la llave del portal en la mano.

-Sí, vamos. Lo mismo ni está la Perla.

-No seas pesimista, hombre.

Venancio se adelantó a la Reme y bajó deprisa los escolanos. Al llegar Reme, se asomó a la calle y vio cómo Venancio acariciaba a la burra.

-¿Y qué hacemos contigo, Perla? Va a ser tu primera noche fuera de casa. Ahora te bajo agua, bonita.

La Reme, después de cerrar media hoja y echar los cerrojos, se acercó a la pareja.

-La quieres mucho, ¿verdá?

-Cuando yo nací yastaba en casa. Se la compró mi padre a mi madre -otra vez le sucedieron los sollozos a Venancio-, pa que fuera a lavar a La Poza. Luego el otro burro murió y ésta sencargó de to. Pero no sé que puedo darla pa comer. Aquí en la ciudad...

-Espera, tengo una idea -la Reme se metió en el portal y al rato, apareció con un morral de heno en una mano, y un cubo de cinz en la otra-. Toma, heno y agua.

-Mira, Perla, tu cena. Gracias, Reme. Bebe primero -dijo Venancio al poner frente a la burra el cubo de agua. Luego colgó el morral de las orejas de la borrica, sobre la testera.

-Y ahora, da palmas, Venancio.

-¿Cómo que dé palmas? No tentiendo.

-Claro, pa que venga Marcos .

-Anda, el sereno. ¿Quién va a ser? ¿En tu pueblo no hay?

-¿En mi pueblo? Creo cay dos, y además sencargan del alumbrao y de los pregones. Pero por la huerta no pasan.

-Venga da palmas, tú las darás más fuertes que yo, ¿no? -. En un principio Venancio, un tanto remiso, dio dos palmadas sordas-. Más fuerte y más seguiditas-. Después del aplauso, se oyó el chusco chocar contra el suelo y una voz que gritaba: ¡Sereno!-. ¿Lo ves? Ya viene. Él sencargará de la Perla, ya lo verás.

Llegó el sereno, gallego él, y muy amablemente se hizo cargo de la burra y el carro.

-. Limpió la rama con una navaja, y se quitó una cuerda de la cintura, con lo que maniató a la Perla, entre tanto Venancio había liberado del arnés que la sujetaba al carro-. Esperade, que vin eu unha rama que se esgazou dunha árbore. Imos facer o que fan no meu pobo. Aguantade un momentito-. En poco más de cinco minutos, Marcos se fabricó una apea Vedes, así nin se move -. Aunque Venancio hizo lo más lógico, atar a la burra a la reja de una ventana.

-Dale algo -susurró Reme a Venancio mientras hacia el nudo.

-¿Y qué le doy? -contestó también en voz baja Venancio.

-Pos dinero, tontorrón. Una poropina.

-Diez o quince céntimos.

- Grazas, señor, boas noites. E non sei preocupe da burra. Eu encárgome -dijo el sereno alejándose.

-¿Y no vamos a pagar el heno?

-No, Venancio. Eso es un favor, y favor con favor se paga. Tienen dos niños y les encantan los retorcidos que hace mi madre, ¿entiendes?

-Sí, claro. Venga, vamos parriba, que hay que descansar. Hasta mañana, Perla.

-Adiós, bonita. Y pórtate bien.

Por un momento se le había olvidado a Venancio su desgracia por el roce con Reme, pero al entrar al portal y esperar que ella echara la llave, otra vez el mundo se le vino encima. Reme lo notó, dejó en el suelo el cubo que había vaciado y se acercó él, le quitó la mano de los ojos, se puso de puntillas, y con todo el miedo y la suavidad del una enamorada besó a Venancio en la oscuridad. Venancio se la quedó mirando con una sonrisa distorsionada en los labios besados, que ella no pudo ver.

-Y yo a ti, Reme. Y yo a ti.
Los portales siempre han sido santuarios para los novios. Antes de subir, Reme devolvió el cubo a la Paca y le dio las gracias.

-El morral se lo doy mañana. El sereno lechará un vistazo. Gracias, Paca, y hasta mañana.

Según subían a oscuras, a Reme se le vino a la cabeza el comentario de su madre: "que te animará, seguro".

Esa noche, salvo Joselillo, poco durmieron en el cuarto derecha de la calle Españoleto. Venancio no se despegó de la cabecera de la cama de la Reme, donde yacía su hermano sin conocimiento. Siendo como era y viniendo de donde venía, Venancio aprovechó a lavar un poco las manos y los pies de Joselillo con el mismo paño que luego usara para refrescarle la frente. Cualquiera que le hubiera visto, hubiera puesto el grito en el cielo, pero ¿qué importancia tenía en realidad? La Reme, por su lado, se levantó varias veces a ver cómo iba el muchacho. No hablaron entre ellos, pero se sintieron cómplices en la noche. Y la señora Casta, cada vez que se levantaba su hija, la reñía cariñosamente, pero entendiendo su preocupación.

-Hija, ¿otra vez? ¿Pa questá el Vanancio?

-Lógicamente, en Pozuelo no se hablaba de otra cosa. Los dos mil habitantes se preguntaban qué había llevado al tío Eliseo, conocido por su mal humor, a matar a su cuñada, hasta que Paquito, el tonto del pueblo, que rozaba ya los cincuenta, tras ser invitado a más de un tinto, como siempre por quien se quería reír de él, soltó aquello de "anduvió traz della cuando edamoz quintoz".

-Pero sí tú nunca has entrao en caja, Paquito.

-Pedo me llamadon del Yuntamiento, zo lizto. Y ademáz eztuve en la fiezta con miz quintoz.

-No, el Paquito tié razón, ahora macuerdo yo -comentó otro aldeano-. Sí, fue a la vez quel hermano, lo que pasa es que la Lorenza solo tenía ojos pal Cornelio. Al Eliseo no le hizo ni caso y eso quel quinto era el otro.

-Tas ganao otro tinto, Paquito.

-Ez que yo macuerdo de to.

-Venga, pon otra ronda, Tiburcio.

-Le va a sentar mal a éste -titubeó el tabernero.

-Déjale, así duerme bien esta noche.

La noticia corrió como un reguero de pólvora, y cada uno que la contaba, añadía algo de su cosecha. Al final la versión que se manejaba en Pozuelo era que, tras años de perseguir a Lorenza, y harto de que no le dejara pasar a su habitación, el tío Eliseo, encendido de deseo se había cargado a su cuñada a navajazos. Del primer asesinato nadie oyó ni dijo nada hasta que cayó por allí un periódico de la capital, que no es que variara mucho de la historia que corría por el pueblo, pero aportaba la nueva del antiguo asesinato.

-Y tú, Frascasio, no tas dao cuenta de lo que pasaba en tu olivar.

-Qué voy a ver, si no voy por allí ya... Las olivas ni las recojo... Me salen más a cuenta las lombardas. A ver si llega un señorito desos y sencapricha del olivar y le saco unas perras.

-Pos ahora, a ver quien quié un olivar con muerto -se rió Tiburcio detrás de la barra.

Aquel comentario cambiaría el nombre de aquel olivar, de llamarse "del tío Frasco", en alusión al nombre del propietario y a lo que bebía, pasó a denominarse "el olivar del muerto".

Los restos de Lorenza volvieron a Pozuelo directamente al cementerio. Allí fue enterrada en una fosa común ante sus hijos, el cura, dos monaguillos y un par de curiosos, entre los que se encontraba Paquito, cómo no. Lorenza no era pozueleña, ni mantenía relación alguna con su familia de Villamantilla. La familia del asesino y asesinado no hizo acto de presencia. Unos pensaron que por vergüenza y otros por respeto. Aquella familia, los Lázaro, quedaría marcada durante mucho tiempo. Sí asistió la Reme, pero ni la señora Cata ni Gertru pudieron por motivos diferentes y obvios. Joselillo no paró de llorar durante el sepelio y Venancio no le quitó la mano hombro ni un momento. Ante la ausencia de testamento, la herencia tardaría en hacerse efectiva, porque, además, el notario que vino de Madrid, hubo de reunirse más de una vez con el juez y el alcalde, por la situación civil tan particular en la que se encontraba Cornelio, que tuvo que pasar de desaparecido a muerto. Y como tampoco existían escrituras de propiedad de los bienes que los dos hermanos debían recibir, el asunto se complicaría todavía más porque hubo de recurrirse a los archivos municipales y parroquiales. Eso sí, el juez, a raíz de los testimonios que recavó de los propietarios colindantes a Huerta Baja, que alguno aprovechara para mover un poco la linde a su favor, tomaría la decisión de que, hasta nueva orden, el usufructo de los bienes, porque dinero parecía que no había, se hiciera efectivo a favor de las personas de Venancio y José Lázaro Alfanje, hijos de los finados Cornelio Lázaro y Lorenza Alfanje, aunque estos tuvieron que designar un albacea temporal hasta que la herencia fuera oficial, por ser ambos menores de veintitrés años. El elegido, a instancias de Remedios fue don Mauro, en contra de la opinión de Venancio y Joselillo que sugirieron a la señora Casta. Pero su hija, al ser preguntada, informó que su madre no aceptaría porque no sabía de leyes, ni siquiera leer y escribir.

Durante ese tiempo, Gertru se recuperó casi totalmente. Dejó de manchar y desaparecieron los moretones de su cuerpo y cara. La clavícula y el codo, dislocados en la caída, volvieron a su ser, y a servir para lo que siempre habían servido antes del incidente.

"La primera edición de Hojas de hierba fue ampliamente distribuida y despertó un significativo interés[...], pero también fue ocasionalmente criticada por el sesgo obsceno de la naturaleza de su poesía. [Hubo quien llamó al libro:] "basura profana y obscena" y al autor "un gil pretencioso"". Fuente: Wikipedia. Ante estas opiniones sería impensable que dos mujeres que habían pasado por la clausura de un convento ni siquiera conocieran a Walter Whitman, tachado por otra parte de homosexual, sin que en la historia haya constancia de ello.

[...], en español se emplea muy a menudo, sobre todo en el registro coloquial, la locución estar (o quedarse) a uvas para decir que una persona no se entera de nada, [...], (Buitrago, 2005, p. 303). ¿Cómo se llega, entonces de las uvas a la idea de distracción, [...]. Tal vez habrtía que interpretar la ausencia en sentido literal para comprender el origen [...] estaría relacionada "con los periodos que pasaban lejos de su hogar los trabajadores que acudían a la vendimia, muchos de ellos en el extranjero". Evidentemente, si los vendimiadores están fuera de sus hogares durante todo este tiempo de la cosecha, lo lógico es que no estuvieran al corriente de lo que pasaba en sus propias casas. EL PORQUÉ DE LOS DICHOS: LA UVA EN LAS FRASEOLOGÍAS ESPAÑOLA E ITALIANA, Mª Antonella Sardelli, Universidad Complutense, Madrid.
DRAE, 2014: apea. f. Soga de unos 80 cm de largo, con un palo en forma de muletilla a una punta y un ojal en la otra, que sirve para trabar o maniatar las caballerías.

El término quinto para referirse a los jóvenes reclutas viene del siglo XV. Juan II de Castilla promulgó una ley para que los castellanos pagaran con dinero o con sangre su contribución a la milicia, de tal modo, que si no tenían dinero las familias debían aportar un hijo al ejército. Pero no todos los jóvenes eran reclutados, sólo uno de cada cinco, es decir, el quinto. Ese concepto de quinta parte para el rey, por otro lado, estuvo presente en la Península durante muchos años, y fue el quinto real, que ya los árabes aplicaban a los botines de guerra, y luego los españoles en América donde la quinta parte de todo lo que se encontraba, incautaba o robaba llegaba a las arcas reales. Hay quien apunta que viene de la Biblia (Génesis 47.24 y 26), cuando José pide para el Faraón la quinta parte de las cosechas al pueblo, pero no a los sacerdotes.