Salió a la sala de espera echando humo. Su cara desencajada contrastaba con su camisa estampada en diseños psicodélicos: "Esto no se puede aguantar, pero no os dais cuenta de que vuestros hijos están bien... yo me declaro amigo de los mocos...".
Por la noche se puso a escribir en su ordenador. Había conseguido sobrevivir a una consulta de 54 niños, que son muchos para un pediatra curtido. Cada año veía como a la consulta traían a los niños por motivos más banales. Y ese mes de febrero ya no sabía qué hacer con tanto moco. La solución apareció de repente, "necesito escribir un artículo en el Periódico algo que llegue a la gente". Adaptó el grito que dio en la sala de espera a un artículo breve y lleno de humor que mandó al diario electrónico y lo colgó en su blog. A la mañana siguiente ya lo habían leído miles de personas, eso le ayudó. Sabía que su lucha era desproporcionada pero su fina ironía no dejaba a nadie indiferente. Recibió cientos de mensajes de otros compañeros solidarizándose con él y de muchas madres y padres solicitando información. Mientras contestaba mantenía una discreta sonrisa interior. Lo que había nacido hacía tres años como un blog se había convertido en un proyecto sólido que le ayudaba a mantener la cordura, en una sociedad que estaba medicalizando salvajemente a los niños, obligándolos a tener un contacto intensivo con un sistema sanitario que por definición es peligroso. Había mucho que hacer. Cerró el ordenador, puso un viejo vinilo de Jazz en el plato y se tomó una de sus cervezas; "seguiremos mañana", pensó.