El doctor Juan Gelman era célebre por su vehemencia. Tenía muchos enemigos tras una larga carrera en la que siempre dijo lo que pensaba y siempre escribió fiel a su criterio, pese a todo seguía adelante.
Aquel año fue prolijo. Participó en un documental sobre Atención Primaria que fue todo un éxito. Publico su libro a nivel nacional. Dictó clases en varios continentes y participó en un sin fin de eventos.
Había una cosa que le seguía inquietando, una intuición oscura de que pese al esfuerzo tal vez todo seguiría igual. Ese velo de desesperanza se borraba cuando a la mañana siguiente se despertaba al alba para hojear sus revistas científicas, leía el correo electrónico y escribía sus artículos.
Tras desayunar bajó a la calle a hacer recados y subió las cartas. En esa ocasión había una personal que le enviaba un médico amigo desde un bosque impenetrable del norte de España. La carta contenía poesía y le hizo bien. A las personas en exceso inteligentes y organizadas unos pocos versos les suelen ayudar a olvidarse momentáneamente de los razonamientos que tan frecuentemente hacen que el alma pese. Con una sonrisa dobló la carta dejándola en su mesa de trabajo. Respiró hondo, recordando la mirada de su amigo y aquella vieja frase "ars longa, vita brevis". Se levantó de la silla y se dirigió al salón para regalar un enorme abrazo a su mujer.