Nunca unas elecciones le habían producido una desazón semejante. También es cierto que su estado de salud era precario y eso no le ayudaba. La duda le atormentaba desde hacía semanas a la par que su migraña, que estaba puñetera. ¿Cuál sería la opción correcta? ¿Qué debería hacer? Lo consultó con amigos y familiares, con desconocidos y clientes, incluso alguna noche su mujer le sorprendió hablando con la almohada.
La derecha ya no era derecha, la izquierda no era izquierda, ahora se dividían en antiguos y nuevos. Aquello le superaba. Estudió los programas pero decían muy poco de ciencia, educación y sanidad, que eran los temas que más le interesaban. De la economía recelaba dado que desde hacía años ese negociado se jugaba en otras mesas. Tampoco se fijó en exceso en los candidatos, ninguno le merecía la suficiente confianza tras ese circo infame que llaman campaña electoral.
Una tarde mientras paseaba al perro lo vio claro. Votaría la opción de color amarillo únicamente por su valor cromático, que en ese momento era el que su alma contenía. Sintió la liberación de un gran peso y automáticamente su humor mejoró. Con una gran sonrisa llegó a casa y se puso a cocinar tarareando una canción antigua. Tenía clarísimo que no iba a delegar sus ganas de vivir ni su potestad para pensar y sentir lo que le viniera en gana. Votaría amarillo y además decidió empezar esa semana el curso de clarinete que tantas ganas tenía de hacer y que su enfermedad no le dejaría completar.