Relatos salvajes es la demostración más palpable de las capacidades creadoras de un cineasta capaz de modelar una buena historia con muy poco, y lo hace de la misma forma que la teoría nos dice cómo montar un relato corto, quitando grasa y dejando solo el músculo. Es en esa fibra, donde lo que se oculta es tan importante como aquello que se nos muestra hasta hacernos enmudecer ante la fina inteligencia de aquellos que hacen de la brevedad un arte, como es el caso de Damián Szifron, que ya en la primera de las historias, titulada Elenco, nos muestra su maestría en las distancias cortas narradas de forma breve. Los abundantes primeros planos de los actores es quizá el mejor truco de magia que maneja el director para ocultarnos lo que se esconde detrás de cada una de esas personas, cercanas y lejanas a la vez, reales y ficticias como la propia vida, donde los sueños, en ocasiones, se ven atrapados por la negrura de la sinrazón que, como un monstruo, nos atrapa por el cuello con la intención de acabar con nuestra vida. Y de esa ira es de donde nace el instinto asesino del ser humano que, esta vez, hemos tenido la suerte que se ha reconvertido en una suerte de cine-relato de la mano de un genio llamado Damián Szifron.
Ángel Silvelo Gabriel.