Relatos salvajes es el tercer largometraje dirigido por Damián Szifrón y demuestra una vez más que la experiencia previa en guiones para televisión sin duda beneficia al ritmo cinematográfico, tendente en exceso y por genética a la lentitud y/o al detalle prescindible, atenazado por el miedo a perder espectadores por el camino. Ya va siendo hora de aceptar y asumir que las generaciones actuales no se pierden cuando el argumento transcurre con rapidez, y que atrapan los detalles al vuelo sin problemas, y que los temas incómodos o raros son bienvenidos. A ver si nos vamos dando cuenta de que las series de televisión han hecho una gran trabajo y que es bueno que el cine se aproveche.
Para empezar, el prólogo, que además establece el tono de manera magistral: es sencillamente brillante y demoledor, un fragmento que roza la perfección en la que sólo me atrevería a introducir un detalle ínfimo que remachara todavía más el humor negro que lo llena todo. Un fragmento que se merece un hueco en mi antología personal de primeras escenas, atascada desde hace demasiado tiempo. Anéctoda sencilla, plausible, macabra (todavía más por culpa de acontecimientos recientes), culminada de la única manera posible y congelada en el momento preciso.
Sobre el resto de la película: ocurre a menudo que los filmes en episodios resultan desiguales, ya sea por la selección de historias o por la secuencia en la que han sido dispuestos; son inevitables los altibajos del interés, en consonancia con la calidad de cada argumento (no todo pueden ser obras maestras comprimidas). Pues bien, esto no sucede en Relatos salvajes, donde cada historia está bien planteada y trabajada, de manera que el interés, un cierto rechazo (objetivo principal del filme) y la diversión no decaen. Si acaso el último episodio es el único que flojea (es el que está cogido más por los pelos), cuya parte final resulta un tanto dispersa, falta de fuerza. Aun así, el arranque y el primer desarrollo son igual de buenos que sus predecesores.
En general, el filme viene a decir que la vida está llena de efectos mariposa de impensables consecuencias: unos previsiblemente dramáticos (como el episodio protagonizado por Darín), injustos o crueles, otros de una inesperada violencia latente (de inevitables resonancias Coen) cargada de ridiculez y extrañamiento. Si no fuera por el humor negro que les añade Szifrón a todos ellos la reacción del público sería muy distinta. Es precisamente ese difícil equilibro alcanzado lo que convertirá a Relatos salvajes en una marca a batir.