Representante de laboratorio (3)

Por Emilienko

El otro día me sorprendí a mismo cuando descubrí que, durante toda una guardia, había estado escribiendo con un bolígrafo con publicidad de un medicamento y que ni siquiera me había dado cuenta.
Cada día que pasa me resulta más difícil resistirme a los representantes. Es difícil rechazarles cuando te quieren invitar a comer o te quieren pagar un congreso: soy humano y a nadie le amarga un dulce. Un congreso suele costar unos mil euros que tengo que pagar del bolsillo. Jamás había imaginado que mantener la coherencia con mis ideas acerca de las farmacéuticas me iba a resultar tan caro. Por ahora estoy consiguiendo mantenerme en mis trece de no aceptar cosas de los laboratorios y eso también incluye no acudir a comidas en restaurantes en los que, por su precio, nunca se me habría ocurrido entrar.
En otro orden de cosas, ayer por la tarde, me di cuenta de que tenía dos tartas diferentes en mi frigorífico, que habían cocinado dos pacientes agradecidas que querían tener un detalle conmigo. Una era un bizcocho de manzana; la otra, una tarta de queso. Estaban muy buenas.
Entonces me di cuenta de que esas tartas me sabrían siempre mejor que los sofisticados postres de un restaurante caro, porque son el resultado de un esfuerzo personal y que quizás no lo estuviera haciendo tan mal después de todo.
Foto: Las dos tartas.