Por eso descubrir a Nothomb por primera vez es una delicia, como quitarse una venda de los ojos, Y es que existe la literatura, y luego está Nothomb. Particularmente en su faceta autobiográfica, que es la vez la humorística. De Metafísica de los tubos se puede decir lo que se dice de los perfumes: cuánto más pequeño es el frasco, mejor es el aroma; y es que a pesar de ser una novela relativamente corta es excepcional en cada una de sus 140 páginas.
Si el personaje protagonista de la Amélie bebé es fuente asegurada de risas y reflexiones —pues no todo es charanga, la pequeña también hace preguntas interesantes—, Nothomb la ha rodeado de una entrañable familia de secundarios que la complementan en el elenco: Mamá no tiene mucho diálogo, pero Papá compensa con sus anécdotas de la alcantarilla y el teatro musical japonés nō. También están su hermano mayor y su hermana Juliette, a la que adora con una pasión loca.
En fin... ¿Qué se puede decir de un libro cuyo narrador es un bebé que venera con fervor el chocolate y el placer, se compara con un tubo y se cree Dios? Que no podía ser de otra que no fuese Nothomb, que para algo es de esas escritoras a las que adoras u odias. Que se la recomiendo a todo el mundo, a todo. Y que es rrara, rrara, rrara. Pero magnífica. Y desternillante.