Finn está dentro. Claudia, fuera. Finn vive en un mundo violento y brutal. Claudia, en una especie de eterna edad de oro. Finn no tiene pasado. El futuro de Claudia pasa por una boda forzada que, con el tiempo, la convertirá en reina. Finn no es nadie. Claudia es la hija del Guardián de Incarceron.
Pero ambos jóvenes tienen algo en común: una llave de cristal que les permitirá comunicarse y pondrá en contacto dos mundos separados: por un lado, Incarceron, una fabulosa prisión viviente, un auténtico infierno en el que habitan miles de personas, que fue completamente sellado hace siglos y del que no se puede escapar. Por otro, el mundo real, que ha regresado a una especie de idílica Edad Media, renunciando -aparentemente- a toda tecnología que pueda devolver a la humanidad a los catastróficos Años de la Ira. Pero ni Finn ni Claudia se resignan a su destino. El primero está convencido de que no ha nacido en Incarceron, como todos los demás, sino que procede del mítico Exterior. Por su parte, Claudia finge que acepta el papel que otros escriben para ella, pero entretanto conspira en secreto junto a su tutor para arrebatarle a su padre todos los secretos de la extraordinaria prisión. Ambas misiones parecen imposibles porque Incarceron, que posee una inteligencia artificial retorcida y malévola, no está dispuesto a permitir que nadie escape de él.
Éste es el sobrecogedor planteamiento de la nueva obra de Catherine Fisher, a quien ya conocíamos a través de varios títulos suyos que aparecieron hace tiempo en la colección El Navegante de SM y que hoy día son difíciles de encontrar. Fisher nos sorprende ahora con una historia de ciencia-ficción en la que, si bien los personajes están muy bien definidos, por encima de todos ellos sobresale el que es, a nuestro juicio, protagonista indiscutible de la novela: Incarceron. La gran prisión que da nombre al libro es mucho más que un lugar: es una inteligencia que determina en todo momento el curso de la acción y el futuro de los personajes. Esta es una historia de contrastes, sí, pero también de apariencias: bajo el horror absoluto florecen de vez en cuando destellos de amor y de compasión; bajo la máscara de una sociedad perfecta puede olerse la podredumbre de un sistema férreo y cruel basado en la mentira y en el no-cambio. Y, aunque a veces cuesta visualizar los escenarios por los que se mueven los personajes, vale la pena adentrarse en Incarceron para desvelar todos sus secretos. El final, además, deja suficientes cabos sueltos como para que el lector quede con ganas de continuar la historia. Esperamos que la segunda parte (y, en principio, última), titulada Sapphique, no tarde mucho en llegar a nuestro país. Entretanto, seguiremos los pasos del mítico Sáfico en busca de la salida, mientras los miles de ojos de Incarceron nos vigilan sin que nos demos cuenta y la voz de Claudia nos guía hasta el Exterior. ¿Qué nos aguardará más allá?