Napoleón puede esperar opinan los protagonistas del nuevo libro de Ana Alcolea. Pero en El Templo no hemos querido esperar para leer la novela que ha publicado la autora zaragozana este otoño.
La literatura de Ana Alcolea siempre nos hace viajar, tanto en tiempo como en el espacio. En esta ocasión, nos encontramos en Francia junto a Gerard Lacombe, un joven teniente de las tropas napoleónicas. Ha vuelto de las campañas en Egipto y se casa con Isabelle, de quien lleva enamorado desde la adolescencia. Poco después de la boda, Gerard es llamado de nuevo al frente, esta vez, a España.
Como en todos los libros de esta escritora, siempre tenemos dos historias: una en el presente y otra en el pasado, que se entrelazan y conectan a través de un objeto cuya historia sobrevive al paso del tiempo. En el presente, el lector acompañará a Pablo al funeral de su padre, médico militar muerto en una misión. Allí conocerá a Elisabet y entre ambos jóvenes surgirá algo más que una fuerte amistad.
Es la primera vez que Ana Alcolea escoge Zaragoza como lugar para desarrollar la trama de una novela. Descubrimos la capital aragonesa desde dos puntos de vista muy diferentes: en nuestros días, y en el pasado, en 1809, durante el segundo sitio que las tropas napoleónicas hicieron a la ciudad. En la actualidad, Pablo y Elisabet investigarán la misteriosa desaparición de un archivo en el ordenador del padre de Pablo. Un archivo que tiene que ver con la desaparición de unos cuadros de Goya en la iglesia de San Fernando de Zaragoza y cuyo misterio llevará a los dos jóvenes protagonistas a un inesperado viaje a París.
Las dos historias se alternan en la narración: la del presente, con Pablo narrando en primera persona; y la del pasado, con un narrador en tercera persona que sigue muy de cerca a Gerard, quien intenta sobrevivir en el frente de Zaragoza mientras sólo piensa en regresar a Francia con Isabelle y alejarse de la guerra que Napoleón está empeñado en ganar.
La escritura de Ana Alcolea es siempre cuidada, con preciosas descripciones de las calles de París o con duros adjetivos para describir la batalla de los Sitios de Zaragoza. Pero, incluso en medio del dolor, se puede encontrar belleza, como ha conseguido mostrar la autora en Napoleón puede esperar.
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