Roberto Henríquez. Vinos naturales. Es el nombre de la bodega y aquello que uno lee en su página web. No sé mucho más de él que lo que esa web nos cuenta. Miento... O me confundo... Suelo pensar que sólo se puede conocer bien a alguien cuya pasión es hacer vinos (me parece que éste es el caso de Roberto) si has pisado sus viñedos y bebido sus vinos con él en ellos. Cuando se puede, sin duda es el mejor camino. Pero cuando quien hace el vino que te ha entusiasmado vive en Concepción (Chile) y hace sus vinos en la ribera sur del río Bío-Bío o en el Notro, sabes que va a ser complicado ese conocimiento profundo. Es entonces cuando la botella se convierte en auténtica protagonista. Te concentras en ella y en lo que la copa te dice y sabes que, aunque falte una parte importante, algo (¡no poco!) has comprendido de cómo es Roberto Henríquez: porque has entrado en su vino y lo has disfrutado. Mucho.
Experiencia de seis años en distintas bodegas americanas y europeas bastan a Roberto para entender que sus raíces son las que llaman y la uva país la que tiene que ser mimada, comprendida y embotellada. La país es una de las señas de identidad de parte del terruño chileno. La país de Santa Juana en viñedos de 200 años de edad y sobre suelo granítico forma parte del ADN de Roberto y de muchas generaciones de viticultores chilenos. La país que está en este Pipeño 2015 (vino de añada y hecho para un disfrute inmediato: fue vendimiado en abril de 2015) me suena a excepcional y la manera sencilla y transparente (natural) en que ha sido trabajada, me seduce y atrae sin más. Viñedos tratados con una sola mano de azufre; uvas que crecen en suelo granítico y fermentan en lagares de cemento; vino que por sangrado se guarda en madera vieja (unos tres meses); en botella otros seis meses, desde agosto de 2015. Bebido en enero de 2016. 13%.
Piedra antigua.
Fluidez.
Rusticidad.
Frescura.
Amabilidad.
Sinceridad.
Frambuesa madura.
Granito.
Autenticidad.
Musgo.
Brezo.
Raíces.
Solidez.
Estas palabras, como dardos, me iba lanzando el vino. Podrán algunas parecer contradictorias, pero todas han salido de la misma botella. Este vino lo bebía yo por arrobas, cántaras, tinajas, odres, fudres, vasijas o cualquier otro contenedor que sugiera grandeza, generosidad, autenticidad y sabores y sensaciones reencontradas. Grande en su sencillez, accesible por su frescura, afable en su amabilidad, contador de historias centenarias por su sinceridad.