Rodolfo López Rey: entre la arquitectura de vanguardia y el coleccionismo de arte

Por Pallares
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Si hay un referente de la arquitectura local que supo atravesar generaciones enteras ese es Rodolfo López Rey, no solo por su caligrafía arquitectónica única con la que ha consolidado zonas relevantes de Montevideo y Punta del Este, sino por la admiración que despierta tanto en colegas nacionales como internacionales que han sabido inspirarse en la impronta de sus obras.

La excusa para referirnos a uno de los arquitectos más consolidados de nuestro país tiene que ver con dos hechos que acontecieron en el último tiempo: en primer lugar, una exposición de la colección de Rodolfo López Rey realizada en el Museo Gurvich, en marzo de 2019, a partir de obras que fueron donadas por él mismo al centro cultural; y en segundo lugar, la consecuente edición de un libro que aborda simultáneamente al arquitecto y al coleccionista.

Con la curaduría del Arq. Rafael Lorente Mourelle, la autobiografía Rodolfo López Rey. Arquitecto y Coleccionista repasa la evolución del trabajo de su protagonista, desde su formación académica hasta sus primeros pasos en la actividad profesional, así como su compromiso con el arte que hoy se traduce en una colección de 130 obras de distintos formatos y géneros, integrada por más de treinta artistas del mundo. Para aquellos que quieran conocer un poco más de cerca la trayectoria de López Rey, el libro cuenta con una síntesis muy abarcativa bajo la mirada de sus colegas, Pablo Frontini, Rafael Lorente Mourelle y Eduardo Mazzeo, que invita a navegar entre la arquitectura y la pintura, sin olvidar los contextos históricos que han acompañado la evolución del arquitecto a lo largo de su vida. Mención aparte merece la calidad fotográfica de las imágenes seleccionadas, tanto de su pinacoteca como de su amplia cartera de obras.

Casa Ahel 1962

Hablar de López Rey es adentrarnos en una de las épocas más valiosas para la arquitectura uruguaya, donde se forjaron algunas de las obras más significativas de nuestro país. Su ingreso a la Universidad de la República estuvo acompañado por un cambio de paradigma con fuerte influencia del movimiento moderno europeo, que propicia un nuevo concepto de la arquitectura acompañado de nuevas tecnologías constructivas y materiales industrializados. Esta reformulación -que se vería más profundizada aún hacia la década del sesenta- gestó nuevas generaciones con un pensamiento arquitectónico de vanguardia, del que López Rey fue parte indiscutida e incluso propulsor de algunas tendencias que marcarían la arquitectura moderna del Uruguay algunos años después.

Como profesional ha demostrado ser uno de los más destacados entre tantos buenos que han construido las ciudades uruguayas, pero lo que realmente distingue a Rodolfo López Rey es la imbricación entre el hacedor arquitecto y el apasionado del arte. Su mirada trasciende ampliamente el ámbito de la arquitectura y se nutre de una variedad de intereses ligados a las artes visuales, al punto que no es posible concebir su actividad arquitectónica sin la fuerte influencia plástica derivada de la mirada de pintores como Joaquín Torres García, José Gurvich, Rafael Barradas, Pedro Figari, Manuel Pailós y Vicente Martín, entre otros. No es casualidad que el mismo año que obtuvo el título de arquitecto, también fue en el que adquirió la primera obra pictórica de su colección, un Vicente Martín bautizado “Rey Azul” de 1958.

Rey Azul, Vicente Martín (1958)
El coleccionista detrás del arquitecto

La imponente colección de arte de Rodolfo López Rey fue creciendo gradualmente a través de una cuidada selección de obras por más de cuarenta años. Ninguna de estas fue heredada, sino que las fue adquiriendo a medida que desarrollaba su sensibilidad por la arquitectura, estableciendo un diálogo entre distintas matrices artísticas que funcionaron como referencia a la hora de orientar los cambios estilísticos de sus proyecciones a lo largo de su carrera. A medida que su pinacoteca se ampliaba, las obras fueron ocupando un lugar específico en la residencia de la familia López Rey. Los muebles y artículos de autor complementaban el espacio a la perfección: lámparas y sillones de Vico Magistretti y una butaca auténtica de Charles Eames, entre otras destacadas piezas de artistas contemporáneos, hacían de su hogar un verdadero templo de arte.

Su pinacoteca sorprende por la variedad de autores, entre los que destacan José Gurvich, Joaquín Torres García, Pedro Figari, Carlos María Herrera, Rafael Barradas, Julio Alpuy, Gonzalo Fonseca, Cabrerita, Wilfredo Díaz Valdéz, Cecilia Brugnini, Juan Cavo, Paolo Schiavocampo, Lino Dinetto, Edgardo Ribeiro, Santiago Cogorno, Abel Rezzano, Manolo Lima, Jorge Damiani, Enrique Broglia, Olga Armand Ugon y Walter Deliotti. Múltiples premisas de estos artistas que conforman su colección tuvieron una importante influencia en el pensamiento arquitectónico de López Rey, prestando un marco de referencia para sostener la consistencia de su obra frente a las complejas variaciones que surgían en el mundo del arte y la arquitectura.

Bodegón, Gonzalo Fonseca

Caras, Jorge Damiani (1977)
Una aproximación a su arquitectura: el don de la proporción

Cuando López Rey ingresa a la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República en 1952, cursa primer año en el taller de Mario Payssé Reyes, uno de los arquitectos más destacados de la época, muy vinculado a la escuela constructivista. Durante sus años de formación, también fue deudor de grandes maestros como Carlos Gómez Gavazzo, Leopoldo Artucio, Ramón González Almeida y Alberto Muñoz del Campo; de hecho, fue en el estudio de este último donde compartió tareas y amistad con Guillermo Gómez Platero, quien acabaría siendo su socio en la prestigiosa firma Gómez Platero-López Rey durante más de veinte años.

“Rodolfo López Rey tiene el don de la proporción”, dijo uno de sus colegas más relevantes del medio local, Arq. Raúl Sichero, cuando le consultaron por los atributos de sus pares nacionales. Y no solo él pensaba de este modo: de su capacidad y sensibilidad como proyectista han resultado obras de gran trascendencia y resistencia al paso del tiempo, distinguidas por importantes personalidades de la arquitectura y el arte. Prueba de su vigencia arquitectónica fue la inclusión de sus obras en la exposición “Latin America in Construction” que realizó el MOMA de Nueva York en 2015, junto a otros proyectos uruguayos de la arquitectura moderna.

Así como describe Pablo Frontini, antes de adentrarnos en su exitosa trayectoria es pertinente un breve repaso por las circunstancias históricas en las que se enmarca la carrera de López Rey, pues solo así es posible entender los principios estéticos que emanan de su producción como arquitecto. Especialmente si consideramos que gran parte de su actividad se desarrolla paralelamente al declive de los paradigmas que habían orientado a sus predecesores, contextualizándose en la transición entre la modernidad y la postmodernidad.

En esta época, valga destacar también la influencia de los escritos del pintor Joaquín Torres García, no solo en los países de América del Sur sino también en Estados Unidos. “En la arquitectura -seguramente la forma más pública de producción cultural en aquel momento histórico- fue aplicada buena parte del conocimiento desarrollado por Torres García en el siglo XX, mediante el cual se ha forjado la imagen física del Uruguay urbano. Coherencia estructural, equilibrio formal y consistencia constructiva, ligados a una sostenida continuidad -permanentemente reelaborada- de la tradición artística, son solo algunos de estos principios que defendía Torres García y que, de diversos modos, caracterizaron una gran cantidad de edificios singulares y por tanto, de espacios urbanos concebidos durante ese período”, explica Frontini mientras repasa algunos de los nombres que han configurado los mejores episodios arquitectónicos del país alineados con aquellas enseñanzas del pintor uruguayo.

Composición con cara, Joaquín Torres García (1928)

Raúl Sichero, Luis García Pardo, Walter Pintos Risso, Miguel Amato, Mario Payssé y Rafael Lorente Escudero son algunos dentro de una larga lista de arquitectos que han logrado cotas de calidad verdaderamente altas en construcciones que hoy evocan la modernidad uruguaya del siglo XX. Por supuesto que buena parte de esas lógicas de producción son recogidas por generaciones posteriores como la de López Rey, aunque sin abandonar por completo los criterios esenciales de la concepción abstracta de la forma.

La época dorada de López Rey comienza a gestarse en los años cincuenta y sesenta de la mano de su estudio junto a Gómez Platero, cuando se produjeron algunas de las obras más trascendentales de mediados del siglo pasado, como el Sindicato Médico del Uruguay (1950), el Edificio La Goleta (1951), el Liceo Héctor Miranda (1952), la Iglesia del Cristo Obrero (1958-1960), el Edificio del Banco Hipotecario (1958), el Seminario Arquidiocesano (1954-1958), el Liceo Dámaso Antonio Larrañaga (1955), el Edificio Arcobaleno (1959) y el Edificio Panamericano (1960), entre otras tantas.

Son muy importantes en su trayectoria, la casa Ahel, el Edificio Puerto, y las residencias Son Pura y La Caldera, todas ubicadas en Punta del Este; mientras que en Montevideo destacan varias construcciones de corte moderno como el Edificio Centenario -junto a Leonel Viera y Nebel Farini-, Corrientes, Finisterre, Sant Michelle, y el edificio para la Alianza Francesa en el centro de la ciudad. Todas estas obras marcan la actividad del estudio Gómez Platero-López Rey durante los años sesenta, siendo el puntapié para la consolidación de una etapa de madurez y calidad admirables, caracterizada por el legado estructural, el uso sensible de materiales y la simplicidad formal y constructiva.

A partir de 1967, el estudio se inicia en una búsqueda arquitectónica alternativa acompañado por un giro en las exploraciones formales de López Rey. Las causas son variadas y diversas, pero gran parte del cambio tiene que ver con el abandono generalizado de la modernidad a nivel mundial, la visita del arquitecto estadounidense Paul Rudolph a Uruguay, el viaje de López Rey para estudiar en Italia y su redescubrimiento de la arquitectura mediterránea tradicional. Estas experiencias marcaron el nuevo rumbo del estudio que acabaría en el desarrollo constante de edificios en altura que definen grandes sectores de Punta del Este. Dentro de este nuevo período se destacan: Paz Marina (1972), Yacht (1972), Edificio Arrecifes (1974), Edificio Lobos (1975) y Edificio Recalada (1977), La Caleta y El Monarca (1978).

Edificio Yacht 1972

Edificio Arrecifes 1974

Edificio Recalada 1977

Desde el punto de vista constructivo, la expresión estructural y material de sus primeros proyectos fue dejando lugar a una arquitectura inspirada en fuertes volúmenes y una materialidad más rústica. Sin embargo, la subjetividad de López Rey jamás se permitió anclarse al cruce de paradigmas que caracterizó la segunda mitad del siglo XX a nivel local, más bien se sirvió de ellos para la creación de un lenguaje novedoso y propio que da cuenta de la sensibilidad que solo bautiza a los grandes artistas. Sin lugar a dudas, Rodolfo López Rey es uno de los elegidos.

Fuente: Rodolfo López Rey. Arquitecto y coleccionista

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