Pero...Lucio Dalla cantaba que "nella vita c'è sempre un però". A Rodri le faltaban uvas de cepas realmente viejas, uvas que, de forma todavía más radical, transmitieran no sólo aquello que tienen las hojas y la parte alta de la pérgola bajo la que maduran, sino también aquello que vive bajo tierra, en raíces profundas. Ahi encontró, justo hace cinco años, a la Sra. Lola. Apenas diez km les separan, en la misma zona, en el mismo concello (Meaño). Pero no se conocían. El azar, los contactos le llevaron a la finca de la Sra. Lola. Con ella, son ya cinco las generaciones de mujeres que llevan la Ha y media de viñedo. Su madre, la Sra. Genoneva fue la que dio el empujón definitivo: cuidó con tesón sus cepas, replantó aquello que moría, transmitió el amor por las castas albariño y caíño y sus vinos a su hija. Ella siempre vinificó, incluso se hacía construir los toneles en la bodega, cuando esto era posible en Rías Baixas. Ella cuidó cepas más que centenarias de albariño con una madera que recuerda la de los bosques de Tolkiehn. Le impresiona a uno pensar en el esfuerzo de la savia cuando hace su trabajo en semejantes plantas. Rodri y la Sra. Lola se encontraron y el acuerdo fue surgiendo con los años. Ahora él y su padre cuidan con tesón ese jardín y las uvas, en 2010 por primera vez, irán al vino y a la botella bautizados con el nombre de la madre: Leirana Finca Genoveva es el nombre que conviene retener.
Pero la Sra. Lola siempre hizo vino, casi antes de que naciera Rodri...Para su consumo diario, por aquello de las visitas, para quedar bien. ¡Y guardó botellas! Su pequeña bodega, su tesouro la llamaría yo, tiene botellas de caíño y de albariño que llegan casi a los treinta años. Por supuesto sin etiquetar, la memoria flaquea pero ella tiene claro que la que nos regaló (no tengo palabras para adjetivar ese verbo) está entre 25 y 30 años. De albariño. Sin filtrar. Sin maloláctica. Rodri y yo nos la llevamos para cenar frente al mar, en Sanxenxo. La abrió rápido (¿y si sale mal?, pensaría, habrá que pedir otra cosa), llenó las copas, acercamos la nariz al borde. Nos miramos con un gesto de complicidad que jamás olvidaré y soltamos un unánime "¡¡¡Para llorar!!!" Era mi primera botella, mi primera experiencia ante un albariño de esas características (lo de Marcial Dorado está muy bien pero habrá que ver dónde acaba en 20 años), pero no la de Rodri. Iba repitiendo, ensimismado: "creo que es la mejor botella que he abierto". Me, nos tocó la rifa. Una experiencia única, con un amigo único, con una uva hecha vino únicos. En casos como éste, suelo transcribir literalmente mis notas: "para llorar. López de Heredia en estado puro pero con madera de castaño, la del país. Al rato, la cosa está ya en un cruce entre López de Heredia y Heymann-Löwenstein. Mentolado. Balsámico. Miel de azahar. Mineral, fósil. Hidrocarburo. No tiene maloláctica!. Verde, ácido. Con mucha vida por delante y la hemos abierto a los 30 años...Un auténtico Finca Genoveva avant la lettre. Hierbaluisa. Manzanilla en flor. Flores marchitas..."
Ahora lo tengo claro: Rodri va hacia atrás en su manera de vinificar porque sabe muy bien qué se hacía y cómo se hacía hace bastantes años con ese albariño. Y sabe que son vinos que van a vivir. Dos pasos atrás para dar uno adelante. Su Leirana Finca Genoveva 2010 será así: "Un vino que arranca y fermenta de forma espontánea. Para a los tres meses. De los fudres 5 y 3. El estrés hídrico del 2010 calará en la fruta. Él nunca riega. La hierba permaneció entre las cepas. 1 año en lías finas sin bâtonnage. Un vegetal enorme, de gran potencial sápido. Hinojo silvestre. Es un vino que empieza a beberse por las hojas y la fruta y termina en sus raíces: granito puro. Será un gran vino". Hace 30 años, la Sra. Lola hacía los vinos que Rodri anda persiguiendo hoy. Nosotros podremos beberlos, los dos en uno: la fruta de la Sra. Lola, el vino de Rodri. Qué suerte.