Rutina imperfecta

Por Juanantoniogonzalez

Es media mañana. Aún no ha llegado el mediodía y se oye como hilo musical ese ruido que baja el telón de este teatro estacional. El chirrido de las persianas despide el verano. Es la misma estampa de cada año en este lugar de la costa. Todo se repite. Un final como principio, otro principio que llegará a su final. Los vecinos temporales, que llegaron con piel blanquecina como desfallecidos con cara de moribundos, se despiden con el rostro maquillado por el sol. Pocas lágrimas. Muchas risas entrecortadas. Un abrazo hasta el año próximo. Un beso de despedida mientras murmuran un hasta pronto. Las maletas llenas de ropa que no estará de moda la temporada próxima, vacías de postales y de cartas de amores de verano, porque esos teléfonos no conservan la nostalgia. Un coche dobla la esquina. El otoño suspira por llegar.

La ciudad de vacaciones regresa al pueblo de invierno. Lo cotidiano vuelve como si el tiempo lo hubiera ocultado en esa fiesta estival de chiringuitos, arena y noches atrapadas por madrugadas. Las rutinas escolares y los horarios. Los aparcamientos vacíos de esas calles asomadas al extrarradio. Los anuncios de la televisión de coleccionables, libros empaquetados y de perfumes que presagian lo que llegará con las luces navideñas.

Sólo es un instante. La rutina imperfecta de un diario.