Nuestro sexo sabe salado y también huele así. Es un sabor que no se puede describir, que penetra por cada poro de tu piel, te llena. Su lengua empuja a la mía en lo que parece una batalla. La mía se resiste, ejerciendo fuerza en la dirección opuesta. Y esa guerra a la vez parece un baile, una sucesión de pasos acompasados, dos seres que danzan a un mismo ritmo. Se conocen, saben hasta dónde pueden llegar, buscan el límite para luego retroceder y volver de nuevo a adentrarse por todos los recovecos. Su lengua es dura, es fuerte, me hace suya sin que yo siquiera intente resistirme.
Me dice que estoy morena, pero ese mismo día afirma que estoy blanca. Y observa cómo se me dilatan las pupilas con ese comentario. Me gusta todo él. Aprieta los labios, no quiere gemir, pero lo hace. Me sonrío. Necesitaría mil vidas para poder sentirlo siempre.
Luego se queda desnudo en mi cama y me pide que le abrace. Salgo de la habitación y al volver a entrar, otra vez ese olor, en esta ocasión más intenso. La sal, el mar, parece verano, un verano un poco húmedo, pegajoso, incluso dulce, pero es nuestro verano.
Hoy bajo las escaleras desde el tercero y parece que nunca se acaben los pisos, me siento como en una de esas interminables escaleras de caracol. Giro a la izquierda una y otra vez, paso cientos de esquinas, pero aun así, no llego nunca a la puerta de entrada, me quedo atrapada en esa sucesión de tableros de ajedrez, baldosas blancas y negras que se intercalan una y otra vez, sin fin.
Y mientras desciendo escalones, aunque me sienta atrapada, no dejo de pensar en él, en la sonrisa que me saca cada vez que lo veo.
-¿Estás en Barna? –Me escribe. Enseguida me llama y me pide que me asome al balcón, ahí abajo está, esperándome, con esa sonrisa irreverente.
Me trae croquetas porque sabe lo mucho que me encantan y me cuenta que Eugeni le dijo que le quedaba muy bien el pelo así. No sé quién es Eugeni, le interrumpo, y me responde que un señor mayor, que es cliente suyo. Le he preparado la comida y devora esas costillas con salsa de tomate en segundos. Me gusta cuidarle.
Se acerca a mí, me besa. Se separa, hablamos. Vuelve a besarme. Nos queremos. Quiero más de él, siempre. Me río mucho, él también. Y nos tenemos que ir. Y no me creo que el tiempo haya pasado tan rápido, pero que a la vez hayan sucedido tantas cosas. Nos despedimos con un beso algo salado. Hoy no hay sexo salado. Empieza a bajar las escaleras y, antes de desaparecer de mi campo de visión, se gira y me guiña un ojo.