A aquel “monederillo” acudíamos mi hermano y yo cuando le pedíamos comprar algunos cromos o tebeos.Un monedero que también acumulaba las “vueltas” de los “mandaos” a los que ella me enviaba.
Era negro, arrugado, con un broche dorado que al abrir y cerrar hacía un “click” característico. Me cabía en la mano. Agárralo fuerte me decía, no lo vayas a perder, mientras en el brazo me enganchaba la “chivata”, aquella cesta de plástico, con cuadros de vivos colores y asas de metal.
Iba a la tienda de Maria, justo en la calle de enfrente, dos portales más abajo. El “puesto” estaba en lo que era el salón de su vivienda, como muchas de las tiendecitas de aquellos años 60. Un pequeño mostrador de madera vieja, con muchas capas de pintura que quedaban a la vista en aquellos desconchones en los que se cuarteaba por todos lados. Apoyadas en él, cajas de frutas y verduras, descansaban a lo largo del añoso mostrador. En una esquina un peso de un color blanco pajizo que probablemente le habría otorgado el tiempo y el uso; el cristal roto y arañado casi no dejaba ver la aguja que se movía de un lado a otro de forma mecánica.
A los lados sacos de patatas y legumbres que vendía María al peso, echándolas con una pala metálica en cartuchos de papel estraza. En una especie de aparador, latas y conservas apiñadas con cierto orden, unas encima de otras. Del techo pendían dos tiras de las que suspendía una cuerda de la que colgaban las tripas de chorizos y morcillas pringosas.
En un rincón, Maria, tenía una enorme huevera de alambre con asas, que abría y cerraba cada vez que despachaba los blancos huevos, cogiéndolos con calma y depositándolos en cartuchos que hacía con papel de periódico. No cabía nada más en aquel pequeño recinto iluminado por una bombilla que pendía del techo y por la escasa luz que entraba por la persiana de madera de la ventana que permanecía abierta en verano y en invierno.
¿quién me da la vé? Se escuchaba cada cierto tiempo. ¡¡ Yo, yo soy la última !! Así iba quedando organizada la espera. Las mujeres se ordenaban pidiendo la vez y ajenas a prisas se ponían al día sobre los aconteceres del barrio. También sobre los guisos y los avíos necesarios para su elaboración. El puchero, la cazuela de fideos, el potaje de lentejas, el potaje de habichuelas blancas, etc. Curiosamente, cada comida tenía su emplazamiento el mismo día de la semana, así los lunes olía a puchero (que no había pescados, los domingos no faneaban los marengos en la mar), los martes cazuela de fideos con almejas y los domingos a arroz con pollo o con conejo.
En la misma calle, el puesto de “chucherías” pipas, caramelos, pasta sara, cromos, etc. que vendían por una ventana donde a la vuelta de los “mandaos” paraba y podía gastar algunas de aquellas monedas con las que mi madre premiaba mi ayuda. ¿Te has comprado algo? Sí mamá, éstos cromos y ¿qué se dice? Gracias respondía con una sonrisa.
Es posible que ése “gracias” me saliera con una mezcla de rutina y mecanización, pero sé, con el paso de los años, su ¿qué se dice? me ayudó a ser agradecida; era una cuestión de educación. Me fueron inculcando mis padres una forma de ser, de valorar y la capacidad de pensar en los detalles más nimios de los demás.
Guardo aún mis monedas que me agacho a recoger cuando las veo, sin valor económico, y sigo guardándolas en una cajita, son “monedillas” de agradecimiento a la vida. Aún pido la “vez” en los puestos de los mercados, en las tiendas de mi barrio y sigo escuchando hablando a la gente sobre la rutina de su día a día, de sus amigos, de sus vecinos. ¿Qué harás hoy de comer? Se preguntan a mi espalda.
Y yo para mis adentros contesto: Tengo salmón. Me llevaré huevos de gallinas libres, papas del terreno y champiñones.
Un filete de salmón (aproximadamente 200 grms.), 4 setas portobello grandes, un trozo de cebolla blanca dulce, una cucharada de mantequilla, 100 ml. de nata especial para cocinar, sal, 10 granos de pimienta negra recién molida, una cucharada sopera de aceite de oliva virgen extra y un diente de ajo.
Para acompañar: Una patata mediana, unas hojas de rúcula y huevas de salmón.
Limpiar las setas con un paño y cortar parte en láminas y el resto en trocitos pequeños. Pelar y picar el diente de ajo en pequeños trozos. Cortar la cebolla igualmente en trozos lo más pequeños posible.
¿Qué se dice? Gracias. Muchas gracias a todos quienes seguís “Mi Cocina”, a quienes interactúan conmigo por los caminos virtuales y personalmente. Doy las gracias de todo corazón.