En el vasto repertorio iberoamericano de la música vocal lo más común es encontrar desapariciones, olvidos y huecos que parecieran insalvables para tener un panorama completo, sea de una época o de un artista en específico.
Lo increíble es que también hay algunos casos en los que, a pesar de existir un recaudo adecuado del material histórico, una figura o un movimiento ha despertado poco interés de instituciones e investigadores.
Ese es el caso de Salvador Moreno, figura imprescindible para que la ópera de México fuera conocida en Barcelona en el mes de enero de 1966. Este artículo es un recordatorio de esa efeméride y un sencillo homenaje a una de nuestras figuras más importantes de la lírica mexicana del siglo XX.
Salvador Moreno fue un compositor, pintor e historiador del arte mexicano que vivió gran parte de su vida creativa en Barcelona. Su trabajo, poco valorado en México, ha sido objeto de múltiples homenajes en Barcelona.
Nacido en Orizaba, Veracruz el 3 de diciembre de 1916, se muda a la capital en la década de los años treinta, con la intención de ingresar al Conservatorio Nacional de Música donde comienza a estudiar composición en 1936 bajo la tutela de José Rolón, otro importante compositor mexicano en el olvido.
Sólo dos años después se hace la primera presentación pública de una obra suya, sus primeros Lieder fueron interpretados por la jovencísima soprano Irma González (1916-2008) en el Anfiteatro Simón Bolívar del Antiguo colegio de San Ildefonso.
En 1942 comienza sus estudios con la figura más importante de la música de México de ese momento: Carlos Chávez (1899-1978), con quien establecerá una relación no exenta de conflictos.
Moreno era una persona sumamente inquieta y creativa, su trabajo como pintor también es remarcable y fue uno de los primero estudiosos de la iconografía musical de México. Su primera exposición pictórica individual la efectúa en 1952 y sólo tres años después se instala en Barcelona.
Es en la capital catalana donde profundizó en sus estudios iconográficos y musicológicos, donde dedicó más tiempo a la pintura, también donde se estabilizó emocional y laboralmente. En 1957 se hace la primera edición de su estudio Ángeles músicos en México y su trabajo como compositor es difundido por grandes intérpretes y amigas suyas como Victoria de los Ángeles y Margarita González, de quienes se conservan grabaciones muy importantes en la Biblioteca Nacional de Cataluña.
Es él quien consiguió que, hace cincuenta y cuatro años, tres óperas mexicanas, cantadas y dirigidas por intérpretes también mexicanos, fueran estrenadas en el teatro de ópera más importante de España, hecho que no se ha podido repetir ni en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona, ni en ninguno otro[1]. Como también es él quien defiende a la compatriota Alicia Torres Garza, cuando ese mismo teatro la protesta injustamente.
Sus contactos con los compositores catalanes y mexicanos de su época, su pensamiento liberal y su trabajo creativo merecieron un gran reconocimiento por parte de Barcelona en el año 1995 cuando se organizó una exposición con su trabajo en el Centro Cultural Pati Llimona y el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Este honor no lo ha recibido ningún otro artista mexicano.
Decide donar su biblioteca al consulado mexicano y si bien, no contiene documentos propios, si contiene los libros de su propiedad. Su idea principal es dejarla como un fondo para los mexicanos en Barcelona, quienes siempre han sido una emigración cultural formada sobre todo por artistas, intelectuales y estudiantes. Desgraciadamente esta biblioteca no ha podido abrirse al público a pesar de que ha habido varias propuestas y proyectos presentados a las autoridades.
Su trabajo como compositor es sobre todo vocal. El manejo de la voz y de la estructura de la canción de concierto es sólo uno de sus grandes aciertos como compositor. Escribe una única ópera, Severino, con la estructura de un auto sacramental y cuyo tema central es la muerte. De esta obra hay que destacar la música que escribe para el coro y la orquesta, que logra un universo íntimo y personal, además de que sucede en un espacio no realista, muy cercano a los conceptos del surrealismo mexicano.
Su orquestación sin rebuscamientos, su búsqueda del sonido auténticamente mexicano sin recurrir al folklorismo y el manejo magistral de la textura atmosférica para el énfasis escénico, son solo algunas de las características de esta obra que los mexicanos sólo han podido disfrutar dos veces, en su estreno y en un remontaje en 1981.
Su fondo se encuentra en el Centro de Investigaciones Estéticas de la UNAM, la versión crítica de su partitura de Severino la ha realizado el especialista Emmanuel Pool y espera su publicación. Sin embargo, sinceramente es muy triste (y vergonzoso) que México no haya organizado aún un homenaje conmemorativo de su centenario, ni que le haya dado el lugar que su trabajo intelectual merece.
Todo alrededor del legado de Salvador Moreno es un poco como su biblioteca en el consulado de México en Barcelona: resguardado y olvidado, esperando que alguien oiga caer las gotas de su melancolía y, por fin, haga algo.