Sin duda, esa mirada que tiene Schweblinsobre el mundo, es la que hace de su universo literario un espacio propio, pues con sus palabras traza las líneas de una frontera de ficción que solo le pertenece a ella. Una buena prueba de esta afirmación es el primer relato del libro, Nada de todo esto, donde una madre y una hija deambulan perdidas por viviendas ajenas, hasta llegar a la conclusión de que los paraísos perdidos tienen forma de azucarera. Aquí ya nos queda claro que Samanta Schweblin domina la tensión de la narración corta sustentándose en la economía verbal de la información. Algo parecido ocurre en Mis padres y mis hijos, donde partiendo de una situación absurda somos capaces de adivinar ese otro mundo, ese otro universo que se esconde tras la más abyecta realidad; buen ejercicio de estilo y psicológico sobre las verdaderas razones de una decisión equivocada.
En Pasa siempre en esta casa, asistimos a ese juego de fantasmas en el que en ocasiones se convierten la confrontación de los personajes de Schweblin, donde la realidad no es sino el reflejo de un espejo que nos engaña constantemente. Perfecto y sintético relato en el que comprobamos el gran manejo de la tensión narrativa con giro final incluido. Algo semejante ocurre en La respiración cavernaria, nouvelle revestida de relato, en el que la autora necesita de una mayor extensión para retratar y dibujar, magistralmente, la mente de su protagonista. Relato asfixiante e hipnótico que crea y se recrea con gran resonancia, por parte de Schweblin, esa atmósfera que nos envuelve durante todo el relato. Aquí, las líneas de la realidad y la ficción se entrecruzan y se difuminan de una forma caprichosa que no lo será tanto al final. A La respiración cavernaria le podríamos denominar como el gran ejercicio de estilo de esta colección de relatos con la que Samanta Schweblin ganó el Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero.
En Cuarenta centímetros cuadrados asistimos a un nuevo ejercicio de huida retratada en forma de búsqueda de una caja de aspirinas. La indagación del pasado, y de esos lugares comunes donde poder volver a encontrarnos seguros, llevan a la protagonista del relato a ese espacio donde nunca pensó que acabaría llegando. Y todo ello contado de una forma breve y concisa, al mejor estilo de las escuelas del relato breve (solo músculo, recuerden, nada de grasa). En Un hombre sin suerte, quizá, el mejor relato de todos, Schweblin nos somete a la tensión de una trama, pura en lo trágico y mágica en lo inocente, entre una niña pequeña y un pederasta. De una forma asombrosa, la narradora nos va situando en diferentes posiciones respecto de los personajes, todas ellas intrigantes, todas ellas necesarias, a la hora de plantear y resolver una situación muy peliaguda, donde incluso, su título es pura ironía. Y para finalizar, Salir, otra vuelta de tuerca a ese universo de situaciones cotidianas que devienen en únicas. En esta ocasión, una toalla es la barrera entre realidad y ficción y el escudo con el que nos protegemos de nuestra propia libertad. Una libertad que no le falta a esta narradora a la que le cuesta unir sus palabras, aunque no lo parezca tras leer esta recopilación de paraísos y de universos perdidos titulada, Siete casas vacías.
Ángel Silvelo Gabriel.