Desde hace algunos años, una de mis obsesiones reiteradas consiste en imaginar como sociedades tan frágiles como las insulares podrán sobrevivir en un futuro próximo de creciente escasez de recursos.
Algunas islas han sobrepasado sobradamente su capacidad de carga poblacional. Es la situación de las Canarias en donde vivo. Con dos millones de habitantes y 7.500 km2, el archipiélago canario no puede sobrevivir desde hace ya bastante tiempo limitado a sus teóricos recursos disponibles, tanto naturales como primarios. Harían falta 4,5 archipiélagos.
Estas islas se han convertido claramente en una especie de región urbanizada en medio del océano que basa su supervivencia en el atractivo de un clima privilegiado, la oferta de servicios especializados y la exportación de algunos bienes en menor escala. En consecuencia, se ha abandonado radicalmente la producción local de alimentos con destino a los que aquí habitamos, que no llegan a cubrir las necesidades ni en una veinteava parte de lo que se precisaría. En una hipotética circunstancia de hecatombe que implique una restricción radical de suministros, algunos han calculado en solo una decena de días, el tiempo en que se tardaría en empezar a pasar hambre.El sistema económico imperante refuerza constantemente este tipo de desequilibrios suicidas en gran parte del mundo. Refiriéndonos al contexto internacional, se observa como algunas partes del mundo luchan denodadamente para obtener el máximo de materias primas, productos manufacturados, servicios, etc. mientras que otros lugares –la mayor parte del territorio disponible- van contando con una decreciente disponibilidad de elementos esenciales para la vida, agua, alimentos, etc. En un supuesto extremo, esta carrera despiadada hacia la concentración geográfica de la población en escasos puntos del globo nos podría llevar a una situación límite en el que la totalidad de la población estuviera localizada en varias regiones del globo muy densamente habitadas y que no supusieran más de una milésima parte del suelo emergido, mientras el resto de las superficies de tierra y los océanos se dedicaran al suministro de esos espacios exclusivos.Naturalmente, ese proceso se fundamenta en varios pies de barro de los que no somos conscientes de una manera cabal. Y es que el propio sistema de relaciones imperante trata de ocultarlos o dulcificarlos. Una de esas bases funcionales que está en estos momentos en una situación radicalmente precaria, debido a la desaparición paulatina de sus fuentes de origen tradicionales, es la disponibilidad de energía barata y abundante que permita el fácil y rápido desplazamiento masivo de bienes y personas.Volviendo a las islas y sus sociedades, algunas podrían haber asumido sin mayor vacilación ese tipo de estrategia altamente depredadora como ocurre con Singapur en el sudeste asiático. Una ciudad estado cuyos habitantes trabajan esforzadamente para sacar el máximo partido de esta forma despiadada e incontrolada de estructuración del mundo contemporáneo. Singapur ofrece los productos y servicios más avanzados para mantener una población de 4,5 millones de habitantes en un espacio de 700 km2 (similar a la pequeña isla de La Gomera). Allí la densidad poblacional es altísima, 6.400 habs/km2 y al mismo tiempo, ese índice absurdo que mide el éxito económico de las sociedades, el PIB per capita, alcanza casi los 40.000 $.Esa ciudad estado necesita de un extenso hinterland para poder subsistir. Es decir, aplica y se basa en la característica esencial de la urbanización: la concentración de poblaciones cada vez más densas en lugares dotados de accesibilidad, tecnologías, servicios e infraestructuras complejas, llevando implícito la disposición de un territorio extenso asociado al suministro de todo tipo de recursos que garanticen su funcionamiento. En el caso de Singapur, su situación estratégica le permite en primer lugar, aprovecharse del comercio con todos los países en torno al estrecho de Malaca y el mar de China meridional, Indonesia, Malasia, Vietnam, etc. Otras islas, por el contrario, han alcanzado un equilibrio más razonable para mantener a su población. Es el caso de Tikopia, una isla de la Micronesia de la que ya he hablado en varias ocasiones aquí, en este espacio. La característica que más me llama la atención de este tipo de islas autosuficientes es su diminuto tamaño y una población pequeña en un relativo aislamiento del exterior.Recientemente, he descubierto otro ejemplo muy significativo a este respecto que ha tenido un éxito notable en lo que se refiere a su autosuficiencia energética, transformado una situación desfavorable en un período de tiempo relativamente corto. Es el caso de la isla danesa de SamsØ, situada en el mar del Norte, entre la península de Jutlandia y la gran isla de Selandia en la que se sitúa la capital del país, Copenhagen.
Dinamarca es un país que se caracteriza por el alto espíritu cooperativo de sus habitantes. Gracias a ello han podido construir un estado de bienestar altamente competitivo y eficiente que es la envidia de muchas naciones. Fruto de esta forma especial de puesta en común de los recursos y la ayuda mutua generalizada es su inmejorable economía que supera claramente la de Singapur con una producción global de 311.000 millones de dólares y un PIB per capita de 57.000 $.La isla de SamsØ es también un pequeño territorio en medio de la nada, con 112 km2 y 4.500 habitantes, dependiente administrativamente de la ciudad de Aarhus y dedicada tradicionalmente al cultivo de cereales, fresas y ganadería de baja intensidad. Un lugar como tantos otros del Norte de Europa, en el que la existencia transcurre placidamente.Pero lo verdaderamente interesante de SamsØ, es que en 1997 sus habitantes decidieron colectivamente transformar la isla en un espacio libre del consumo de combustibles fósiles y sin emisión de gases de efecto invernadero. Su decisión tenía según señalan ellos mismos un carácter esencialmente egoísta, lograr la independencia energética total y que el combustible necesario para sus necesidades funcionales cotidianas fuera gratuito al menos. Durante un tiempo esos isleños reflexionaron sobre esta cuestión organizando seminarios sobre energía eólica y otras formas de suministro energético, llevando posteriormente a la formación de grupos cooperativos.Finalmente, decidieron -entre otras estrategias- construir un sistema independiente de provisión energética. Para ello, establecieron también que la propiedad del sistema energético fuera del conjunto de personas que habitan la isla y que habían decidido alcanzar la autosuficiencia. El resultado organizativo no es una empresa pública sino una sociedad colectiva liderada por la administración local.