Han pasado ya 18 meses del inicio de las movilizaciones en la Sanidad Pública madrileña, y lo que parecía que se iba a convertir en un maremoto que arrasara con todo lo anteriormente conocido, haciendo limpieza de la mediocridad instaurada en el sistema y permitiendo reconstruir, aprovechando los materiales existentes, un nuevo modelo más justo y sensato, ha quedado difuminado por el paso del tiempo. Las ansias de cambio, de regeneración, de modernización de unas estructuras obsoletas que muchos teníamos van siendo, poco a poco pero inexorablemente, apagadas.
Hoy, como en el inmortal cuento de Andersen de hace casi 180 años, nuestra Sanidad está desnuda, aunque pocos se atrevan a denunciarlo.
El espíritu de cambio que pareció prender desde la oposición al plan de la Consejería de Sanidad de la CAM fue rápidamente sofocado. Las denuncias sobre la desnudez del sistema, sobre sus vicios y carencias, sobre su mediocridad, se intentaron tapar exponiendo, ¿y quizás exagerando en ocasiones?, las innegables bondades del mismo. Cualquiera que se atreviera a evidenciar la situación real de nuestra maltrecha Sanidad Pública era, inmediata y terminantemente, tachado de “ánimo privatizador”. Ni una mínima autocrítica, ni un atisbo de cambio se ha permitido. La esperanza en cambiar para mejorar, para crecer, para sacudirnos lo sobrante y reforzar lo bueno y lo mejor, se ha ahogado. Los intentos de tejer un nuevo traje a nuestra Sanidad Pública han chocado frontalmente con la rigidez de un sistema que desprecia la meritocracia y que gusta de asentar sus reales sobre el binomio gerontocracia / burocracia. Y cualquier intento de airear y renovar el sistema, como las jubilaciones de acuerdo a la legislación vigente, es tomada como un ataque frontal no a las partes afectadas sino al todo en su conjunto. Iniciativas procedentes de distintos ámbitos (SEDISA, AES,…) son sistemáticamente despreciadas sin que merezcan la menor consideración. Tan solo perviven pequeñas islas de debate, como las Tertulias Sanitarias (¡gracias, @Monicamox1!), pero corren el riesgo de convertirse en una isla exóticamente discrepante en un mar de conformidad y autocomplacencia.
En nuestro sistema abundan, desgraciadamente, los reyes (en todos los estratos) que se niegan a reconocer su desnudez, y que son capaces de creer a cualquier sastre, véase la conocida reunión con “los 400”, antes que a quienes denuncian las carencias, y que no tienen reparos en considerar a cualquiera que se atreve a denunciar la mediocridad del sistema como un elemento desagradecido, disturbante y de mala influencia para el resto.
Pero, pese a todo, el Rey continúa estando desnudo…
“Hace más ruido un sólo hombre gritando que cien mil que están callados”
José De San Martín, militar y héroe de la independencia de Sudamérica (1778-1850)