Abro los ventanales del salón y al descorrer las cortinas y los visillos entra una tenue y cálida luminosidad al salón; las gotas de lluvia caen plácidas sobre el frondoso jazmín, sus hojas se mueven al compás del tintineo del agua y de la suave brisa que se ha levantado en ésta mañana de domingo.
Dando el compás a la música que suena de fondo,los suaves acordes y la melodía perfecta de “manos lentas”, ésa canción llena de nostalgia y emoción Tears in heaven (Eric Clapton).
Sentada en el salón me dispongo a leer cuando observo que pone a mi lado mis “arreos” de costura; me recuerda ése dobladillo caído y mi tira del camisón….es la mañana perfecta para “remiendos”.
Con las gafas color caramelo sobre la punta de la nariz, como solía hacer mi madre, me dispongo a coser…..el canto de los pájaros, el sonido de la música y del hilo al pasar entre las telas me hace volver a aquella alegre habitación de suave color verde claro, desde la ventana en el mes de Mayo se veía el campo lleno de margaritas, rojas amapolas y flores de color azul, de cuyas paredes colgaba las dos o tres jaulas de canarios desde la que nos caía en la cabeza el aspilte y los trocitos de lechuga y semillas de pimientos que mi madre con dulzura les colocaba cada mañana.
Debajo de la ventana, la máquina de coser y en fila una tras de otra, las tres sillas de enea, frente al largo mueble lleno de costura, vestidos, blusas, chaquetas y pantalones que tanto mi abuela como mi madre cosían “para la calle” como ellas decían.
Me sentaba con ellas, alguna que otra tarde, ayudándoles a quitar el sobre hilado y coser algún que otro dobladillo, incluso a pegar los botones.
- Enhébrame la aguja, por favor…que no atino. Madre mia…no es una aguja, es una “tranca” como decía mi abuela.
Le pido a mi marido que me “ensalte” otra aguja más pequeña.
Comienzo nuevamente a dar “puntás”, hinco la aguja una y otra vez, con movimientos rítmicos como si mi mano fuese el de una profesora de armonía dando el compás, do, re, mi, la, sol… mientras mis labios, sin darme cuenta van moviéndose conforme fluyen mis pensamientos.
- ¿Por qué mueves los labios de ésa forma mientras coses? Me pregunta.
- Hablo sola, le contesto….- ¿Y que dices?
- ¡¡ Que entre puntá y puntá cabe una vieja “sentá”…..me estoy regañando, como hacían ellas, cuando al coser daba éstas puntadas que estoy dando ahora mismo, tan largas. Había que hacerlas pequeñas, sin que casi se notaran ni por dentro, ni por fuera.
En la intensidad del momento, fiel al recuerdo de mi madre me sentí sobrecogida, mientras seguía lloviendo apaciblemente, se oía caer el agua y el canto de los pájaros, escuchaba el pasar del hilo por las telas, la música triste que escuchaba contrastaba con las risas alegres de mi madre mirándome sobre sus gafas de color caramelo……mi abuela también me sonreía, sentadas las tres en aquel cuarto largo, ellas me miraban como cosía aquel dobladillo….
Levanto la vista de la costura, mi marido se ríe al verme coser, hablando sola, murmurando, con las gafas sobre la punta de mi nariz…..deseando terminar para poder entrar en la cocina, la costura no es lo mío, no tengo paciencia.
En mi cocina, vuelvo a encontrarme con mi madre y con mi abuela, limpio las sardinas como ellas me enseñaron, como mi madre las preparaba en la empresa conservera que trabajaba de pequeñita en las playas del Palo; tal y como mis mayores conservaban éstas deliciosas “manolitas” malagueñas.
¿Cómo las hice?
Ingredientes:
Medio kilo de sardinas (que por cierto éste pasado Sábado, en el malagueño mercado de Huelin, estaban a un euro el kilo….recién pescadas en las playas de la Bahia de Málaga), doce granos de pimienta negra, dos hojas de laurel, cuatro cucharadas soperas de vinagre de vino, una cucharadita de café de sal y un vaso de aceite de oliva virgen extra (a ser posible malagueño).
Los pasos a seguir:
Quitar las cabezas y las tripas, para ello seguir éste consejo:
Coger la sardina con la mano izquierda por el lomo, con los dedos índice y pulgar de la mano derecha, presionar, pellizcando justo debajo de la cabeza, por debajo de las agallas y tirar hacia la parte de la cola, sacando las tripas; pasar el dedo índice por el interior del pescado ayudando así a dejar el buche totalmente vacío. Hay quien sólo agarra la cabeza, pudiendo quedar parte de los intestinos en su interior y éstos amargaría al consumirlo.
Enjuagarlas bien, hasta que el agua no deje rastros de sangre (hay que tener en cuenta que al ser un pescado azul, sangra bastante) y ponerlos en un escurridor.
En una cacerolita poner las sardinas, salar al gusto, echar el vinagre, los granos de pimienta negra, el laurel troceado y cubrir con el aceite.
Poner en el fuego y cuando comience a hervir dejar uno o dos minutos.Apartar del fuego y dejar enfriar.
Echarlas en el recipiente donde se vaya a conservar e ir sacando conforme las vayan consumiendo.
Fácil, rápido, delicioso….una manera sencilla de conservar el pescado y sencillamente delicioso.
Las he colocado en ésta "lata" que hoy en dia se puede conseguir en establecimientos de accesorios de cocina, aunque generalmente las guardo en un recipiente.
¿Qué tal para el aperitivo?......