Saturno devorando a un hijo, 1636 – 1637, de Rubens

Por Lparmino @lparmino

Saturno devorando a uno de sus hijos, 1636 - 37, Rubens
Museo del Prado


De sobras son conocidas las aficiones cinegéticas del monarca español Felipe IV, más propias del hombre ocioso. En su amplio programa lúdico de gobierno, en el que las tareas propiamente dichas de un rey quedaban muchas veces abandonadas a la suerte de validos y demás hombres de confianza, con mayor o menor fortuna, el Rey Planeta y su valido el conde – duque de Olivares habían concebido un amplio proyecto artístico que debería ennoblecer los fastos de una monarquía abocada a una decadencia agónica, alejada de antiguas glorias imperiales en una Europa convulsa y martirizada por largos años de conflictos religiosos. Dentro del amplio programa arquitectónico de residencias o “sitios reales” la Torre de la Parada se concebía como pabellón de caza para alojar al rey durante el ejercicio de una de sus aficiones predilectas.
Como ha señalado Javier Portus, en la correspondiente entrada en la Enciclopedia virtual del Museo del Prado, la Torre de la Parada era un edificio ya existente. Los planes respecto a esta residencia incluían su reforma y su inclusión en el amplio proyecto decorativo del Rey Felipe IV, uno de los mayores aficionados y coleccionistas de pintura de todo su siglo. Para este palacio, se concibió un programa iconográfico en el que destacaron dos series principales: por un lado, las escenas cinegéticas, como era de suponer; y, por otro, de especial relevancia, las series mitológicas en las que participaría el más estimado pintor de la Europa del setecientos: el flamenco Pedro Pablo Rubens.


Saturno devorando..., detalle
Museo del Prado

Entre las más de cincuenta obras que Rubens preparó con la ayuda de otros muchos pintores y discípulos, una destaca por su cruel brutalidad, tanto en la historia que escenifica como en la forma de hacerlo. Es el Saturno devorando a un hijo.

Sobre un imponente fondo de tonos grises destaca la presencia del titán Crono, el Saturnoromano, ya anciano, totalmente desnudo excepto por una tela, también de tonos oscuros, que hace las veces de “paño de pureza”. En la mano derecha sujeta su famosa guadaña, tan representativa del paso del tiempo, o una reminiscencia de aquella hoz con la que cortó los genitales a su progenitor, Urano, arrebatándole el mando supremo en el arcaico panorama divino griego. En un gesto violento, feroz, incluso inhumano, se lanza sobre su hijo de corta edad acertando a desgarrar su pecho. Mientras, el niño lanza una última y asustada mirada que, perdida, parece buscar el auxilio que no llega. En la composición todo remite a una especie de instinto brutal y primigenio, donde la corpulenta figura de Saturno ejerce la violencia ritual sobre la inocente criatura. Los tonos, la pincelada, los colores, la luz o la propia composición apuntan en esta misma dirección. Sólo el brillo del Saturno astronómico parece coronar la escena, en clara alusión a la descripción que del astro hizo en su momento Galileo Galilei tal como señala Montserrat Villar Martín en un artículo de la edición digital de El País del 23 de octubre de 2009.

Saturno devorando..., detalle
Museo del Prado

Rubens representa el momento en que el Crono griego, o el Saturno romano, devora a uno de sus hijos. Crono había logrado la supremacía divina, de acuerdo a la mitología griega, tras el asesinato de su padre, Urano, al que cortó con una hoz los genitales y los arrojó al mar. Según una profecía, él debería sufrir la muerte a manos de uno de los descendientes concebidos con la titánide Rea. Paraescapar del fatal destino, Crono devoraba a cada uno de sus hijos, excepto al sexto. Rea, cansada de dar a luz y no poder disfrutar de sus hijos, decidió esconder a este en Creta mientras que a Crono le ofrecía una piedra envuelta en telas que enseguida devoró. Con el tiempo, el niño refugiado en Creta, Zeus, acabaría con su padre y después de largas luchas con titanes, gigantes y Tifón, se convertiría en el rey de los dioses del Olimpo griego cumpliendo el inevitable destino.
Luis Pérez Armiño