Y tu amigo me ha dicho que siempre te vas, que nunca te quedas y ya se ha acostumbrado a despedirte en los aeropuertos y a quedarse solo después. Y me da miedo que sea así siempre, que vengas y te vayas, que me lo des todo una temporada y luego me abandones. Todo, eso es lo que me quieres dar, siempre me lo repites. Te vas porque allí serás alguien, tendrás un trabajo y así yo podré estar orgullosa de ti, pero ¿qué significa ser alguien? ¿Y por qué no iba a estar yo siempre orgullosa de alguien como tú? Y dices que así tendrás dinero para poder ofrecerme todo lo que quiera, pero ¿qué quiero yo? Si yo me conformo con muy poco, no te pido nada, ya lo hablamos, seremos unos bohemios que vivirán en el barrio Gótico de Barcelona. Con los artistas. Como los artistas.
Antes de conocerte yo ya quería una vida así, austera y despreocupada, conviviendo con pintores para los que yo posaría, yo sería su musa. Pero ahora… Ahora solo quiero una vida contigo, bohemia como la que hemos vivido estas últimas semanas tan intensas, bebiendo, acostándonos tarde, tocándonos y follándonos, manchando sábanas, comiendo helado en la habitación o fuet a mordiscos, y solo cuando tuviésemos hambre, cuando nos apeteciese, sin horarios, duchándonos siempre juntos, tus manos siempre aprisionando mis suaves pechos, el agua resbalando por nuestros cuerpos, la música a todo volumen, molestando a mis compañeros de piso, gimiendo a todas horas, yo en el sofá en bragas y tú cocinando para mí, yo cocinando para ti y tú fregando luego el estropicio. Recuerdo el día que me dijiste que soy muy buena persona o tu sonrisa de agradecimiento cuando te preparé aquel puré y me dijiste que estaba delicioso. Yo sobre ti en la silla de la cocina. Felices, casi todo el día medio desnudos, riendo de todo.
¿Ahora quién me preguntará si me he puesto brava? Responde. Ya lo hago yo. Nadie.
Recuerdo el viaje a ese pintoresco pueblo y la vuelta en tren, tus manos metidas en mis bragas, casi me corría y entonces llegábamos a la siguiente estación y te detenías. “Compórtate, Claudia”, me decías fingiendo ponerte muy serio.
Recuerdo la última noche, con tu amigo del alma, en tu búnker, el ron robado y luego rebajado con agua, una sensación rara, solo dormimos dos horas, follando y hablando hasta que me despertaste para ir a la universidad y me preparaste el desayuno. Pero eso, recuerdo la conversación que tuvimos los tres y lo que contasteis de las torres gemelas, su primo sordo había sobrevivido al ataque y me quedé sobrecogida, imaginando la escena de un hombre asustado que no entiende lo que pasa, solo ve alboroto, pero no oye los gritos, solo ve bocas abiertas, no oye explosiones ni el ruido de los cristales al romperse, nada.
Y ahora todos tus amigos dicen que hay que borrar cassette, como la canción, y yo no quiero, pero veo esa pared llena de publicidad que están arrancando de un tirón esos empleados y me da pena. Me quedo observándolos mientras subo las escaleras para llegar al andén y parece arte, arte destruido, y supongo que todo debe acabarse.
Tengo en mi mente la imagen. Tú cantándome “ella me quiere”, en susurros, mientras me hacías el amor porque decías que era la única manera de oírlo, pero sabes que aunque yo no te lo diga casi nunca, te lo demuestro, te quiero. ¿Sabes? Escribir cura y hablar contigo también, me cura y me calma.
“Se siente feo”, me decías.
“¿El qué?”, te pregunté yo una vez.
“Irse, nunca me había sentido así”.
Y tu respuesta me produjo mucha tristeza.
Lo escribiré todo, no quiero que se me escape nada, ni un poquito de todo lo que me has hecho sentir, y de lo que me sigues haciendo sentir. Conservaré el desodorante que me diste al irte, con tu olor, y lo destaparé cuando tenga ganas de llorar. Todos tus amigos me dicen que me ven muy triste. Ahora tendré que volver a dormir con el pijama gordito porque no estarás a mi lado, abrazándome para darme calor, y me duele el estómago y tengo ganas de vomitar como tú antes de irte. “Creo que me ha sentado mal la hamburguesa, tengo ganas de vomitar”, te quejaste sujetándote el estómago. De verdad que no era la hamburguesa, era la pena, algo que te decía que no te fueses.
Y aunque peor, recuerdo la noche que llamaste a mi ventana borracho y te quedaste a dormir y me hiciste llorar y al verme se te pusieron los ojos vidriosos y me decías que tenías miedo, que no querías parecerte a tu papá. Y que nunca dejase que nadie, ni siquiera tú, me hiciese llorar. Pero no me parece bien acabar esta segunda carta así, tan triste, porque los recuerdos bonitos son los que me vienen a la mente y porque ya no estoy tan triste, esto lo escribí en el tren de vuelta. Solo quiero, como ya te dije, que aproveches este mes allí o el tiempo que sea, para que cuando nos reencontremos tengas muchas más cosas interesantes que contarme y vengas repleto de anécdotas nuevas.
Fotografías de Tamara Lichtenstein