Sin embargo, y a pesar del cuidado con el que ha sido concebido, Montaña rusa es un disco que necesita de varias audiciones para poder apreciar los nuevos matices que Second ha impulsado a su música, que van desde los ecos del bajo de U2 (Adam Clayton) en esta ocasión de la mano de Nando Robles en Extenuación, hasta ese toque más ochentero de Caramelos envenenados que en los coros se diluye hasta los años sesenta, y que no es sino una muestra que no todas las canciones están concebidas para la pista de baile, pues a pesar de los bucles programados de algunos de sus sonidos, otros se muestran como más desnudos y directos, casi tanto como la estética futurista que a pesar de todo no es tan fría ni solemne como la exportada por los vídeos de los grandes maestros, Kraftwerk, iconos universales de la música electrónica por excelencia.
Diversión a raudales y ganas de escapar hacia otro lugar menos oscuro que nuestro planeta Tierra se dan la mano para ayudarnos a soportar el gran peso que estamos aguantando sobre nuestros hombros, y Second se lo han tomado como una obligación, pues sus nuevas propuestas musicales son escapistas e inciden en la huida; una huida hacia adelante con tintes de un existencialismo no programado, pues les sale desde el corazón, ese órgano generoso e infinito con el que transmiten cada una de sus composiciones, lo que nos permite hacer nuestro un nuevo grito de guerra: ¡bienvenidos a la pista de baile del planeta Second, una galaxia que estará presente allá por el año 2502. (Continuará en los próximos días... con un análisis pormenorizado de las once canciones del disco).
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.